Opinión
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Isocronías

Cartas a Chepita

S

ólo sé que fue antes del 85, y que un amigo de un amigo mío era amigo de Jaime Sabines, que este último amigo logró tener consigo algunos días la libreta del joven Sabines, que en mi recuerdo la introducción a la libreta era un autorretrato sin cabeza, esto por no otra razón sino porque se dibujó dibujándose, recostado en la cama, pluma en mano y el cuaderno o libreta entre la pelvis y los muslos. Dudo de si alguien que haya visto ese dibujo no lo pensaría escribiendo, sobre todo quienes ahora, por sus Cartas a Chepita sabemos que al menos en ese entonces solía escribir precisamente así, reclinado en su lecho.

(Casi sin darme cuenta he puesto como título lo que Planeta-Joaquín Mortiz –imagino– decidió como subtítulo. El título es Los amorosos, que no acaba de convencerme, pues en el libro me falta la voz –directa, no filtrada a través del poeta– de la entonces novia, después esposa y viuda, siempre amada Josefa.)

Pero decía o no terminé de decir que esa libreta llegó a mis manos. Con reverencia casi sacra, que ahora me parece algo tenía de impertinencia, un cuarto amigo me hizo el favor de fotografiar muy pocas páginas, dos o tres las regalé, una o dos se me perdieron. Y eso que para mí eran reliquias ciertamente preciadas. Bueno, ya no están.

Mas lo que más me sorprendió es (y hasta ahora que leo las cartas veo el porqué) la ausencia casi total de correcciones. Y aún más, si mi memoria no falla, que Yo no lo sé de cierto... tuviera a medias tres o cuatro versos tachados, no con equis como quizá los amables lectores imaginaron, sino con una especie de eme sumamente suelta, despreocupada, tras la cual el poema sigue su curso sin problema alguno, y queda tal y como se le conoce.

Cambio un poco de tema, aunque volveré. Se me ocurre una fantasía: Sabines, con esa letra, con esa caligrafía, era imposible que fuese médico. Obvio resulta que al chiapaneco, ignoro qué pase con los poetas jóvenes de hoy, le gustaba deslizar el punto sobre el papel, sentir los trazos, dibujar las palabras. Su letra Palmer, no canónica sino con su toque personal, es fluida, gozosa, atenta y ligera, y trasluce no sólo facilidad, sino orgullo. Eso sí, siempre, acá habla de escribir cartas, la cosa espontánea y natural.

Por estos envíos sabemos que en algún momento Sabines pintó, y que por lo menos de vez en vez dibujaba ha quedado claro. No hemos dicho que Sabines, o Jaime, confía a Chepita que no corrige al escribir, que todo lo corrige en el cerebro, ¿para no ensuciar la página? Algo no del todo similar, sí comparable, creo le pasaba a Teresa de Ávila con sus versos. Y nomás por asociación de ideas, se me antoja agregar que en alguna parte de las cartas el amoroso Sabines se refiere a, cito a ciegas, el místico que soy, el ateo que represento.