omo todas las personas nacidas a ambas orillas del Río de la Plata desde niño tuve, antes que todas las demás pasiones, nobles o menos nobles, la pasión futbolera. Es más, creo que no se puede entender la cultura popular prescindiendo de esa división del mundo en ellos y nosotros, de ese posicionamiento irracional, de esas lealtades a personas que no las justifican, del enceguecimiento que lleva a morir de infarto por un resultado dominguero o a enfrentarse físicamente con miles de fanáticos para defender el honor
de una camiseta colorida o rayada. Creo, además, que Diego Maradona fue un jugador extraordinario, pero es un pobre hombre y muy mal director técnico de cualquier equipo y, mucho más aún, de la selección nacional, como lo muestran los resultados de ésta. Pienso también que, como persona, junto con sus enormes defectos y vicios, tiene una generosidad y posición instintiva contra los poderosos que hizo que como miembro del sindicato internacional de futbolistas denunciase como mafioso al patrón de la Federación Internacional del Futbol Asociado, el suizo Blatter, o en Argentina al de la Asociación del Futbol Argentina, Julio Grondona, cosa que ambos siempre recordarán, o que se pronunciase contra la última dictadura argentina y en favor de la Alba y de Cuba y contra la oligarquía, cosa que ésta tampoco olvida ni perdona. Por otra parte, el futbol hace rato que dejó de ser deporte y los clubes no son ya eso sino empresas que matan el deporte al promover buenos jugadores no para formar un buen equipo, estable, construido en unos años de trabajo común, sino para venderlos en el exterior por mucho más de lo que declaran al fisco y a los asociados. El simulacro incruento de guerra que eran los partidos se convierte cada vez más en guerras de bandas, porque los directivos de los clubes pagan mercenarios –las barras bravas
argentinas– para tener siempre una hinchada presente y alquilan esos matones a fuerzas políticas reaccionarias,como la policía antipobres del alcalde de Buenos Aires, reclutada en la barra brava de San Lorenzo, que son cuervos
en la cancha y buitres en las calles urbanas.
Ahora el cielo se ha abierto sobre Maradona porque éste, con la fina elegancia y el estilo que lo caracterizan, dijo que sus críticos podían mamársela
y seguir chupando
(sin ser más explícito sobre a qué se refería). Grondona insinuó que lo metería en vereda, Blatter lo amenaza con una gran multa y cinco partidos de suspensión (los partidos del Mundial, posiblemente), y los medios de intoxicación de Argentina, en su inmensa mayoría de oposición desenfrenada y sin límites a Cuba, Chávez, el gobierno nacional, la AFA, la selección y Maradona, descubren de repente que son bienhablados y moralistas y fulminan al bocón.
Ahora bien, el programa televisivo con mayor rating de ese sector se caracteriza por simular coitos en escena y mostrar una gran profusión y variedad de nalgas en el famoso
baile del caño y los noticiarios no sólo difunden palabrotas e incultura, sino que además son soezmente partidarios de la dictadura o de la extrema derecha y dan cabida a Elisa Carrió, la cual dice que la pareja Kirchner (la presidenta y el ex presidente) son como los Ceausescu y deben terminar como ellos
(o sea, linchados), lo que es mucho más grave que proferir una obscenidad en un exabrupto futbolero, pues constituye el delito de incitación a la violencia y al magnicidio.
¿Qué está detrás de este odio por la selección, de la esperanza claramene formulada de que no gane, del intento de liquidar a Maradona y a quienes lo apoyaron en la AFA? Por empezar, 4 mil millones de dólares de un negocio que acaba de terminar para el grupo Clarín, el de la transmisión pagada y por cable de los partidos de futbol.
El gobierno argentino, en efecto, llegó a un acuerdo con Grondona, el mafioso, y con los clubes, y ya que la crisis le impide dar mucho pan da abundante circo, o sea, impuso una ley que establece que los partidos se presentarán gratuitamente en los canales abiertos de la televisión y que el Estado podrá vender los derechos en el exterior. Después la aprobación de la Ley de Radiodifusión creó las condiciones para desbaratar los monopolios en la información y, en especial, el del diario Clarín (pero impidió también el de Televisa o el de Carlos Slim), y esos son otras decenas de miles de millones de dólares más. Pero, sobre todo, afectó mucho la posibilidad de desinformar, intoxicar, envenenar a la opinión pública con una información reticente o sesgada, es decir, la posibilidad de que las empresas imperialistas o de la extrema derecha argentina tengan un papel decisivo en la formación de la opinión política de los ciudadanos. Los grupos de oposición y los que perdieron el negocio del futbol disparan ahora contra Maradona para acabar con el pacto entre la AFA y el gobierno y para darle un golpe a éste, al que acusan de todo, con razón o sin ella, sacando provecho de errores, arbitrariedades o casos de corrupción o directamente inventándolos. Tratan de mantener la posición de fuerzas que la nueva ley de medios amenaza. No se trata, pues, de moral ni de condenar el lenguaje más que colorido de una buena proporción de los argentinos (que, como los jarochos de Alvarado, no podrían hablar si se prohibieran las que, según algunos, son malas palabras
, cuando son palabras a secas como lo demostró, entre otros, el abate Rabelais). Se trata de la platita y del poder. ¿Por qué no?, de cuál posición es tolerable y cuál no frente a Cuba o a la Alba y del derecho o no de los negros
a ocupar las primeras filas en cualquier cosa, aunque sea en el deporte. Por eso, en este caso, defiendo al impresentable Maradona.