Sábado 17 de octubre de 2009, p. a15
Hay sellos discográficos que garantizan la calidad de sus contenidos de manera proverbial. En el territorio de la música de concierto, por ejemplo, en el sello amarillo, como es conocido entre melómanos el icono que identifica a la disquera Deutsche Grammophon, no hay nunca desperdicio.
Si hablamos de jazz, Blue Note; de blues, Rhyno; de rock, no hay garantes.
Hay un sello que supera a todos por todo: en primer lugar por contenido, también por diseño, calidad de grabación, pero, sobre todo, por el concepto: ECM, la disquera alemana que festeja sus 40 años con un libro-objeto formidable titulado Horizons touched: the music of ECM y en la versión en español Tocando horizontes: la música de ECM, que distribuye en México la editorial Océano.
También supera a todos porque no obedece a nadie. Quien tenga en mente hacer dinero no figurará en el catálogo ECM. Todo músico cuyo cerebro abrigue nuevas ideas, su corazón pulsiones plenas de poesía, su espíritu un conglomerado de conocimientos al servicio de los otros, está y estará en ECM. Porque forman esa tribu músicos que hace poco o mucho eran grandes desconocidos y hoy son glorias universales: Arvo Pärt, Giya Kancheli, Keith Jarrett, Jan Garbarek, Meredith Monk, et al.
También supera a todos porque desconoce, derriba, hace polvo las fronteras entre géneros. Cierto, inició como una firma de jazz, pero desde el mero principio un concepto de jazz nuevo, original, verdadero.
A la fecha, en muchas tiendas de discos no atinan dónde poner los discos ECM, aun los de Keith Jarrett que no contengan estándars en trío sino los conciertos para piano de Mozart, las Variaciones Goldberg o el Clave Bien Temperado de Bach.
De manera que uno puede tomar de los estantes cualquiera de los discos que conlleven el sello ECM y aunque no conozca al autor de la música ni a quien la interpreta, al escucharlo será mejor persona y habrá disfrutado, sin duda alguna, de una experiencia enriquecedora, habrá conocido músicas nuevas, tendrá en su haber ventura y maravilla.
Es así que el maestro Manfred Eicher, quien luego de trabajar como asistente en Deutsche Grammophon fundó su propia disquera, independiente a la fecha, ECM (Editions of Contemporary Music), ha formado a varias generaciones de melómanos y ha conformado una tribu maravillosa de músicos notables, extraordinarios. La gran tribu ECM.
Por fortuna no es el único sello que significa un garante de buena música. Entre otras firmas independientes, el sello mexicano Cora Son es sinónimo de calidad en todos los niveles: contenido, ideas, producción, felicidad.
En Alemania convive la firma Music Edition Winter & Winter, que mantiene semejanzas con ECM: artistas identificados con el sello de la casa, repertorios insólitos, inconseguibles en otros territorios, propuestas novedosas, enriquecedoras siempre.
Los discos de Uri Caine, que hemos reseñado en el Disquero, son precisamente de esa casa productora, entre cuyos méritos estriba el contar con la obra profusa de autores, como Caine, que difícilmente se consigue, por no reunir los ingredientes que apetece la voracidad del mercado.
En Winter & Winter está, por ejemplo, buena parte de la obra del compositor Mauricio Kagel. Y sus territorios se expanden, de manera semejante a como lo hace ECM, por ese sistema de vasos comunicantes formidable que conforma la conjunción de los distintos géneros musicales que no necesitan de compartimentos estancos para respirar.
La buena noticia es que el Disquero halló un arsenal de discos Winter & Winter reunidos en un área especial de un establecimiento cuyas iniciales son Librería Gandhi de Quevedo. He ahí tesoros de entre los cuales presentamos tres ejemplos en esta página: Bagpipes from hell, fascinante viaje por la música antigua que grabó la pareja de especialistas italianos Vittorio Ghielmi, quien hace sonar una viola da gamba y Luca Pianca, quien suelta hilos lila desde un laúd.
Las presentaciones son tan originales como exquisitas. De la cajita que contiene el disco referido en el párrafo anterior reproducimos el fragmento de El jardín de las delicias, de El Bosco.
Los otros dos pisan, apisonan, cultivan discos de jazz: la reina Cassandra Wilson con una vieja grabación en vivo en el Royal Festival Hall, y el guitarrista John McLaughlin en trío con el ya legendario percusionista Trilok Gurtu y el entonces jovencito maravilla del contrabajo eléctrico Kai Eckhardt. Dos ejemplos de cómo la música se expande de maneras nuevas cuando lo que mueve a sus actores es la consecución de la belleza.