scribir, torear y escribir de la fiesta brava, en especial si los toreros son guapas mujeres, es un acto de amor. Y lo que no es amor
como dice Jean Cocteau, no es nada, al dibujarlo con todas sus palabras y frases de grana y oro en el ruedo de una plaza de toros cuando primaverece en Sevilla.
En la Plaza México reverdeció el arte de torear la tarde de ayer con la presencia, por segunda ocasión en la temporada, de novilladas de mujeres toreras. Ante la ausencia de jóvenes que despierten a los aficionados del arte de torear. Tres o cuatro chiquillas han llenado el ruedo y los tendidos de un aroma cargado de efluvios sensuales y de vida, un espectáculo que agoniza y parece morir.
En esta antigua triada del torero, el toro y el público, este último tiene el papel más feroz. En vez del hombre, la mujer y la bestia se defienden. El público pagará para que no acepten la muerte. Ocurrirá que a veces las toreras, en vez de los toreros, como afirma Jean Cocteau, ante la indiferencia de los espectadores, desafiarán a este público que, sin darse cuenta, las empujará hacia el drama.
A ritmo con los tiempos sintonizan las mujeres en el toreo. En ese ballet que trajo a los ruedos Enrique Ponce. Al fin el ballet es el espectáculo que tiene el privilegio de hablar todas las lenguas. Aventaja este ballet torero al ballet clásico al integrarse con los rítmicos movimientos de las toreras en forma espontánea y de final una tragedia envuelta en la belleza y el arte. Lo mismo Elizabeth Moreno, Lupita López o la sevillana Vanesa, incendiaron el ruedo de gracia y coquetería, pese a sus deficiencias técnicas en el arte de lidiar toros bravos. No se diga a la hora de matar a los novillos a los que dejaron como tacos de suadero. Novillos en especial los de La Muralla de caramelo. Total que desaparezca la suerte de matar a los toros, en esta transición a otra fiesta diferente a la que vivimos los de la tercera edad.