l vuelo puede adquirir cualquier velocidad. Cuando hablamos del tiempo humano y decimos que vuela
, nos referirnos a la velocidad de los cambios, de las transformaciones que ocurren en la sociedad. Hoy el tiempo político y el tiempo histórico se han acelerado desenfrenadamente en el planeta. Las transformaciones ahora son planetarias y se suceden desbocadas y trepidantes.
Se vuelve dudoso si los humanos estamos siendo capaces de aprehender los cambios a la velocidad a la que están ocurriendo, y si entendemos con alguna aproximación su sentido. Pasan a tal velocidad cosas nunca antes vistas
frente a las retinas de todos, que pocos las registran y el entendimiento no las captura. Seguramente para las mayorías del mundo todo es confusión. Un planeta poblado de negras nubes a ras de tierra.
Pasarán los años y seguiremos discutiendo qué ocurrió en nuestro tiempo, o las generaciones venideras lo harán, sin ponerse de acuerdo, si es que ocurre algún tipo de normalización
, un mundo que haya logrado disminuir sensiblemente los sobresaltos de cada segundo que hoy ocurren.
Pero también está dentro de lo posible que cataclismos naturales vuelvan a dar el dominio absoluto a la naturaleza sobre todos los seres vivos, incluidos los que por siglos se han pensado dioses y han creído que dominan el orden natural. Creíamos que podíamos ser brutales depredadores indefinidamente. Ahora vemos a las claras que la naturaleza cobra. Simplemente cambia, y ese cambio puede incluir borrarnos de su faz, como hizo con los dinosaurios un día, y seguir su curso de cambios.
Lo que pasa frente a nosotros no son oscuras tormentas totales que a todo mundo tengan con la mente nublada. De algunas cosas que ocurren podemos entrever y buscar un eco que se parezca a lo que cada quien está viendo.
Vivimos una crisis planetaria de época. Frente a la misma todos los actores (estados-nación), con muy pocas excepciones –como México–, se están moviendo sin saber qué es lo que van a hacer lo demás. No puede ser mayor la incertidumbre.
Las fuerzas políticas de la Tierra no se detienen a ver qué pasa, sino que actúan pragmáticamente, haciendo apuestas monumentales, buscando –parece– restablecer un mundo que se ha ido para siempre.
Estamos aprendiendo que la globalización no implica la esfumación de las naciones, que el debilitamiento de las fronteras, aun en un grado máximo, como en la Unión Europea, no implica que se esfumen los estados; pervive una cultura nacional, perviven por eso las naciones; supervive, evidentemente, un Estado nación que toma sus decisiones por más cercanas que sean sus asociaciones.
Los cambios mayores implican un nuevo papel, más debilitado en el sistema mundial, para Estados Unidos, y nuevos papeles fortalecidos para China e India, principalmente; acaso avances más rápidos de otras zonas de Asia. Son cambios drásticos por encima de las fuerzas de la Unión Europea que debe actuar en gran medida como reacción a esos cambios mayores.
Para América Latina, y no se diga para África, la fuerza de esos cambios es irresistible, pero no nos obliga a no hacer nada frente a ellos, como hace el gobierno mexicano.
En unos años más, probablemente veremos a una Unión Europea debilitada en el concierto mundial, a menos que sobreviniera un tsunami de cambios científico-tecnológicos que la fortalecieran en grado inimaginable; es improbable. Lo mismo, creo, ocurrirá con Estados Unidos, pero seguirá siendo la potencia dominante aún por un tiempo imposible de definir.
Está claro que no hay potencia, ni asociación de potencias, que pueda suplir a ese país en el futuro previsible. Sí, uno puede prever que Estados Unidos dejará de ser el imperio inexpugnable que ha sido, pero, como dice un chistorete que ahora creo circula por el mundo: el capitalismo tiene los siglos contados...
Sólo mirar lo que pasa en Bangalore, sólo tener presente que India está produciendo anualmente más doctores que toda Europa junta, da una idea de lo difícil que será para la Unión Europea sostener su lugar relativo en el mundo, más aún con una tasa de crecimiento de la población estancada.
En América Latina el único país con futuro de desarrollo, por hoy, es Brasil. Sin duda éste será el primer país desarrollado de Latinoamérica. Chile no anda tan mal, pero es muy pequeño, y aún no entra a producir alta tecnología. Hace 20/25 años venían los técnicos brasileños a México, al Instituto Mexicano del Petróleo, a formarse y a aprender de la tecnología que en aquel momento generábamos. Hoy Pemex es una desgracia, y busca a como dé lugar alianza con Petrobras. Brasil nos vende aviones de pasajeros, y Francia acaba de firmar un acuerdo comercial con ese país para comprarle aviones de carga. México está en cuclillas, envuelto en su sarape y su gran sombrero cubriéndose el rostro.
Las decisiones económicas de largo plazo estuvieron mal encaminadas desde Salinas. Ni Zedillo ni los dos gobiernos panistas cambiaron el rumbo. Actuamos como si Estados Unidos sería para siempre la gran potencia. Hicimos una economía profundamente dependiente del corazón industrial de Estados Unidos, que ahora se halla en una depresión profunda.
El tiempo vuela, pero no nosotros. Estamos aposentados en una rama de un árbol del camino, desalados, mirando las ráfagas pasar, tratando de que el futuro no las deje.