ace ya muchos meses que hay una creciente inquietud respecto de la forma de participación del Ejército en el combate contra el delito organizado. Aunque la opinión generalizada es que las fuerzas armadas no debieran participar en esta nefasta tarea, lamentablemente la misma proporción de opinantes acepta que no hay otra solución por el momento. Pero hay que aceptar costos, aunque se está tocando un punto neurálgico para la vida nacional: se está echando mano, y parece que de mala manera, del último recurso para la defensa del Estado nacional. No queda otro. Ni dilapidar todas las reservas en divisas o cambiar de punta a punta al gabinete o cosas por el estilo, tendrían el peso tremendo de estar comprometiendo tan irresponsablemente a las fuerzas armadas.
Las señales son ominosas: el país está militarizado, quien lo dude que se asome a la ventana; todas las corporaciones policiacas están en manos de militares; hace unas semanas nos enteramos de algo absolutamente inconcebible: una decena de jóvenes oficiales habían sido puestos a disposición del Ministerio Público Federal por ser supuestos coadyuvantes de bandas de narcotraficantes. Todos ellos son jóvenes oficiales hijos del Colegio Militar: ese nivel ha alcanzado la contaminación. Ahora nos enteramos que varios miles de cadetes, alumnos de las escuelas militares, todos ellos adolescentes, han sido enviados al norte para ambientarse en el combate al narcotráfico, bajo la excusa de que ayudarán a destruir plantíos, y esto según la supuesta tesis de que la aspersión aérea de herbicidas seguramente no existe.
Se están destruyendo los invaluables principios militares. Hasta hoy se daba sólo en las corporaciones y entre adultos; ahora vamos a destruirlas en la simiente, que son los adolescentes escolares, por lo que nadie se atreve, con estas prácticas, a teorizar cuáles serán los valores y convicciones con que egresarán de sus escuelas y con ello cuál será el futuro del Ejército. Pero hay más aún: ahora se ha anunciado el reclutamiento voluntario de conscriptos de la presente clase 1990 para que con ese carácter se sumen a las filas del Ejército por un trimestre a cambio de 20 mil pesos y la liberación de su cartilla. ¡¡Inaudito!!, ¿significa esto que las tropas regulares ya se agotaron? ¿Es un primer paso para regresar al Servicio Militar Obligatorio? Nunca hay transparencia.
Por eso vale preguntar si saben el presidente Felipe Calderón y sus asesores en seguridad nacional hacia dónde están llevando lo que, ya se comentó, es el último reducto defensivo del Estado. ¿Se están dando cuenta de la transformación total y radical de un Ejército nacional lleno de honor y tradición en una masa amorfa y sin principios, inconforme con sus expectativas de muerte o de una carrera de evidente indefinición profesional?
Por eso la moral está en el suelo, por eso no hay convicción sobre la validez de sus misiones, por eso las deserciones y las traiciones.
Los alcances de este conjunto de decisiones, ni siquiera corresponden a un proyecto de necesaria transformación. Si así fuera se estuvieran planteando los cambios necesarios en la Constitución, en las leyes y los reglamentos, se dejaría de engañar a la sociedad y en particular a los jóvenes que aspiran a una carrera digna como la que han conocido hasta estos momentos.