n mis recorridos por la delegación Benito Juárez he rencontrado lugares que conocí y frecuenté, algunos conservan aún su antigua belleza y otros reflejan incuria y abandono; el parque de la colonia Álamos, que lleva el nombre del coronel tlaxcalteca Felipe Santiago Xicoténcatl, me hizo recordar el día en que don Lino Santacruz lo inauguró y develó un pequeño busto del héroe.
El maestro Santacruz era el estimado director de la escuela pública Estado de Chiapas, pero era también un promotor de la vida cultural y social de la comunidad y admirador de su paisano, el coronel Xicoténcatl, muerto con el batallón San Blas a su mando, defendiendo a la Patria de los invasores estadunidenses en las laderas del cerro de Chapultepec, el 13 de septiembre de 1847, poco antes de que les tocara su turno a los cadetes del Colegio Militar.
Estuve en la inauguración del jardín, como un alumno más de sexto año, con respeto y admiración, en la ceremonia presidida por el maestro Santacruz y hoy vuelvo a recorrer el parque en el que se encuentran los pocos álamos blancos sembrados por él, que confirman el nombre de ese barrio de mi niñez.
Otro paraje de la delegación que trae recuerdos de épocas mejores a quienes me dan su testimonio es el para mí de mal gusto, edificio del World Trade Center, al que medio salva el Polifórum Cultural Siqueiros. En ese gran predio, motivo de indignación para los vecinos de la colonia Nápoles por las construcciones desmesuradas que alteran la vida y el ambiente urbano de la comunidad, hubo un hermoso jardín que fue patrimonio de la ciudad de México.
Me cuentan y algo ya sabía de eso, que hace años ahí se encontraba el Parque de la Lama, un umbroso paraje, espacio arbolado, en el que había ardillas, venados, aves de varias especies, que un señor De la Lama, su propietario, mantuvo durante muchos años como un pulmón de la ciudad y al servicio de la misma. Agrega la leyenda urbana, que tendremos que verificar en el Registro Público de la Propiedad, que el parque fue donado por su propietario a la ciudad, pero que algún regente de la era predemocrática permutó el hermoso paraje por un terreno de menor valor y belleza, más al sur, en donde las ladrilleras, con tanta tierra que excavaron para fabricar tabiques, dejaron a menor nivel que su contorno y es lo que ahora conocemos como el Parque Hundido, que costó mucho rehabilitar.
Mientras que en los Álamos un maestro normalista de la vieja escuela construía un parque para la colonia y lo dotaba de un nombre histórico, en el rumbo de Insurgentes, los eternos especuladores de la tierra urbana hacían transacciones que les producían pingües ganancias a costa del patrimonio de la indefensa ciudad.
Hoy los vecinos de colonias como Insurgentes Mixcoac, Nápoles y Del Valle, de los antiguos pueblos como San Lorenzo, Xoco, San Juan y otros y de las colonias más modestas como Moderna y Portales, se quejan unánimes por el surgimiento de edificios como hongos en la humedad, que provocan deterioro en la calidad de vida de los habitantes, pero que, nuevamente reditúan importantes ingresos a quienes hacen negocios inmobiliarios y a quienes los supervisan, pero en detrimento, otra vez, de los vecinos. Como en El Napoleón de Notthing Hill de Chesterton, es necesario recuperar el amor a la pequeña patria que es nuestra comunidad vecinal, barrio, colonia, pueblo o unidad, los nombres son lo de menos, lo importante es que seamos solidarios con nuestro lugar y nuestros vecinos.
En la gran urbe, capital de nuestro país y en medio de ella en la delegación Benito Juárez, contamos los capitalinos con innumerables lugares, monumentos, zonas verdes, edificios históricos o de época, bellos por algún concepto, que hay que preservar y rescatar. Que el progreso continúe, que la ciudad crezca, pero no al precio de nuestro recuerdo histórico y patrimonio común.