esulta más bien rala la cosecha de dramaturgos de nueva generación que supongan el relevo, por lo que hay que estar muy atentos a las manifestaciones escénicas que indiquen nuevos talentos. Un caso muy interesante es el de Gibrán Portela, ganador del Premio Nacional de Dramaturgia Joven Mancebo del Castillo 2007-2008 con la obra Alaska que lo muestra como un talentoso fabulador de ambigüedades. La helada región del norte de América es para los dos personajes varones el símbolo de su amistad y al mismo tiempo el lugar en donde se ocultan múltiples misterios, al que desean regresar con la nostalgia de una inocencia perdida y de un lazo que los unió más que nunca: Alaska es también metáfora de un hielo interior que se derrite a la llegada de Martina y al amor verdadero por único y a primera vista imposible con Miguel. Por fría y lejana, Alaska es asimismo un lugar para la evasión de las realidades que se viven.
Nunca conoceremos lo que la mujer guarda en la caja fuerte que compró, ni la razón de su obsesión por el uso de repelente contra insectos. No sabremos si la relación entre Miguel y Jimi es la sencilla amistad o si contiene un fondo de erotismo, como ignoramos también si es verdad lo que Jimi le cuenta a Martina para deshacer su compromiso. Lo que sí sabemos es que se trata de tres seres frágiles y vulnerables, necesitados de calor humano, de respuesta al afecto, aun el tortuoso Jimi que precipita con su acto despreciable una violencia que, como en las tragedias del mundo antiguo, nunca veremos en escena y que nos es narrada por Miguel.
Poner en escena un texto tan lleno de grandes y pequeños misterios, sin traicionarlo, es empresa difícil para un director incipiente, pero el ex clown Roberto Duarte lo consigue con regular fortuna, a no ser las feas por inútiles escenas de fornicación entre Jimi y Martina, imaginadas y no reales, que ignoro si están en la obra original que desconozco. También llama la atención ese crédito en el programa de corrección del texto para la escena
que se acredita al autor y a Arcadi Palem-Artis, cuando se sabe que el concurso en que la obra fue ganadora exige un proceso de tallerismo que sin duda obliga a los participantes a adecuar sus textos a una escenificación. Como sea, vemos a un dramaturgo sólido, a un director que puede llegar a tener una buena trayectoria y a tres actores jóvenes, David Calderón, Ricardo Rodríguez y Diana Sedano. Completan la escenificación los diseños de escenografía de Arturo Hernández, de iluminación de Liliana Rivapalacios y de vestuario de Gabriel Ancira y la música de Jaime Juárez y Everardo Felipe.
Un caso diferente es el de Dramatoscopio en nueve personajes que presenta nueve trabajos de otros tantos autores surgidos del Taller de Creación de Personajes de Ximena Escalante para el Centro de Capacitación Cinematográfica y que conforman un grupo al que denominaron Los Panchitos. La generosidad de Martín Acosta lo llevó dirigir con su reconocida eficacia (en que no podía faltar su casi sello personal que es el agua, aunque fuera en vasos) estas nueve estampas en que todavía no se pueden detectar las posibilidades dramatúrgicas de cada uno de los autores (Carlos Rodríguez, Julio Avilés, Ruth Tovar, Claudia Garibaldi, Federico Monalve, Gabriela Morales-Casas, Alejandra Tecla, Marysol Jasso y Zalik Fernández), más ejercicios de taller que propuesta personal de estos y estas jóvenes que al parecer se inclinan más por el guionismo cinematográfico que por el teatro.
El talento de Acosta no logra crear un espectáculo con algún grado de coherencia interior en estos momentos disímbolos creados por los nueve actores que, en contraste, pecan de un formato uniforme sin duda impuesto por Ximena Escalante: el personaje cuenta su historia al público en un monólogo al que seguirán escenas con otros personajes, lo que la escenificación peca de monotonía a pesar de la diversidad de historias y tonos y del buen desempeño de Diana Sedeno, Miguel Conde, Guillermo Villegas, Marco Norzagaray, Carmen Ramos y Francisco Mena al incorporar a sus personajes.