En la Bienal de Venecia muestra sus obras sobre la crueldad de la guerra al narco
México es un país que llora: Teresa Margolles
Documenta que llegamos a un nuevo periodo de necropolítica, dice el curador Cuauhtémoc Medina
La artista exhibe mantas con sangre en el pabellón cercano a la Plaza de San Marcos
Jueves 11 de junio de 2009, p. 3
Venecia, 10 de junio. Una de las artistas mexicanas más radicales y controversiales, Teresa Margolles, representa al país en la versión 53 de la Bienal de Venecia.
Ella toca uno de los temas más dolorosos y escabrosos de la actual realidad mexicana: la muerte de manera violenta.
Al respecto, Cuauhtémoc Medina, curador de la muestra de Margolles, explica:
La presencia de Teresa en esta bienal es fruto de un concurso profesional realizado en febrero, manejado con absoluta claridad y respeto. Esta exposición es una victoria de la noción de autonomía artística. Estamos frente a una decisión profesional sobre lo que debe representar artísticamente a México, y en la Bienal de Venecia ha sido autorizada y respetada; el Instituto Nacional de Bellas Artes ha hecho lo que tenía que hacer.
¿Por qué escogió a Margolles? Hay dos razones: la primera es el modo en que se ha llegado en México a un nuevo periodo de necropolítica; las brutales tensiones sociales, mezcladas con la estructura de flujo de la globalización y la idiotez de la política de prohibición de las drogas, han convertido al país en espacio de violencia sacrificial incontrolable. Sencillamente hacen que ésta sea una historia imprescindible de registrar.
“La exposición tiene una posición clarísima: no sólo del artista y del curador, sino, la sociedad, de no dejar pasar el disgusto que nos produce la violencia.
“La segunda razón es que el espacio de representación nacional en un lugar como Venecia, debe ser usado con un propósito de tensión y no de disfraz.
El arte contemporáneo hoy debe llegar a sus últimas consecuencias, desde el momento en el que cualquier estructura tradicional fue abandonada.
Penumbra y angustia
No obstante que el pabellón mexicano se ubica a escasos metros de la plaza de San Marcos, queda en una posición periférica respecto del núcleo central de la bienal, en el extremo este de la isla.
Ese hecho, aunado a la sola participación transversal mexicana (interrumpida sólo a partir de la versión anterior, con la exitosa asistencia de Rafael Lozano-Hemmer) en la larga historia de la bienal, paradójicamente pareciera ser un punto favorable, porque ha permitido mayor autonomía.
Las calles angostas e intrincadas parecieran proteger
a ese espacio del ruido y la mundanidad; la banalidad que distingue la bienal, es en este espacio fuertemente contestado.
El magnífico edificio Rota Ivancich, obra de Jacopo Sansovino (uno de los máximos arquitectos del Renacimiento), representa el receptáculo ideal, ya que su belleza original es hoy mitigada por la decadencia.
Al entrar, el visitante percibe de inmediato una sensación de angustia, debido a la penumbra, a la invitación para hablar en voz baja, a la ropa negra de los colaboradores, al clima de dolor que se respira.
Un cartel introduce en el tema: Según la prensa mexicana, 2008 fue el año en que más balas se dispararon en la historia reciente de México, llevando a más de 5 mil muertes por episodios de violencia, ligados al tráfico de drogas y su represión
.
En entrevista con La Jornada, Teresa Margolles explica su trabajo: “La cierta retórica del título surgió de manera del todo espontánea, cuando Cuauhtémoc Medina me preguntó sobre lo que hablaríamos, y respondí: ‘¿De qué otra cosa podríamos hablar?’, un tema que consideré tan obvio, porque es lo que diariamente vivimos en México.
En mi obra hablo del dolor de las personas que han perdido a sus seres queridos, del vacío que deja un asesinado en una familia. No son números, sino gente con nombre y apellido; vivimos en un país que llora.
Las escaleras empolvadas causan irritación, pero uno intuye la intencionalidad, y Cuauhtémoc Medina dice: He ordenado estrictamente que no se limpie el edificio e impedimos toda restauración. Lo que está de hecho añadiendo Teresa es la memoria de esta brutalidad en el presente
.
En el piso superior nos reciben unas telas color púrpura, parecieran pinceladas aplicadas con un color muy líquido sobre la cual se entreven fragmentos de escritura bordados con hilo de oro. Sin pensarlo, probablemente éste es el único punto de encuentro con la idea general de la bienal; Daniel Birnbaum –comisario del encuentro– subraya la importancia del proceso de gestación en la obra. Teresa concibe su trabajo no como algo definitivo, sino como acción constante. Con el tiempo esos fragmentos de letras se convertirán en narcomensajes típicos como: Ver, oír y callar
. Son telas que ha hecho con la sangre de las víctimas.
Tristeza y odio
Cada vez que alguien muere de manera violenta, Margolles o sus colaboradores recogen con las mantas la sangre o lodo donde cayeron las víctimas. La única fuerza de estas piezas está en el concepto, en el dramatismo del hecho y en la repulsión incontenible que produce en el visitante, que se magnifica con otra obra que es una acción pura llamada limpieza de piso
.
Al caminar en las salas se nota que el personal limpia
el piso, el horror llega con la explicación del letrero: la sangre de los muertos se mezcla con agua. En ese momento el disgusto nos asalta, ese olor agrio y fétido se mezcla con el del lugar, nos mareamos, un escalofrío invade el cuerpo.
Teresa logra su cometido: la obra entra en nosotros y a su vez nos convertimos en parte de ella. Una sensación de inmensa tristeza, de repudio, odio y dolor profundo nos poseen; quisiéramos salir de ahí, pero desgraciadamente estamos atrapados. El arte es función, pero fuera de ese espacio la realidad es mucho peor.