ara quienes conocemos y apreciamos el valor del Centro Histórico de la ciudad de México es sumamente satisfactorio apreciar el esfuerzo por devolverle su esplendor, en la medida de lo posible, que está llevando a cabo el gobierno de la ciudad, esfuerzo desde hace ya varios años y que no se ha detenido y avanza ahora hacia el oriente, por las calles que recientemente han sido tocadas por el programa restaurador.
Un pequeño y hermoso sitio denominado Plaza Manzanares, con todo y su capilla del siglo XVIII, quedó reluciente, limpio y despejado de vendedores ambulantes; un sitio digno de ser visitado por los vecinos de la ciudad de México y por los turistas que nos frecuenten; como dice el dicho, a toda capillita le llega su fiestecita
. Esta que ha aparecido en películas de la ciudad como una zona sórdida y peligrosa, pero ya no será escenario de esas truculencias, quedó lista para pasear por ella, sólo le falta como a la peatonal de Regina, algunos cafés para que la vida social se renueve en la zona.
Al recorrer el rumbo que se está rehabilitando, vienen a la memoria los viejos nombres de las calles, que evocan personajes, incidentes o hechos históricos o son simplemente referentes de templos de antaño o de casas de vecinos distinguidos. Por ahí está la que fue la calle del Indio Triste, la de la Canoa, la de los Mesones, que sigue llamándose así. Conservan sus nombre antiguos Correo Mayor, Roldán, Jesús María, Topacio, Carretones y algunas otras; en cambio nombres nuevos son los de las repúblicas latinoamericanas como El Salvador, Venezuela y Uruguay; otras más, llevan ahora nombres de personajes históricos como Pino Suárez y Venustiano Carranza o bien el que la modernización de la ciudad les ha dado como es el caso de avenida Circunvalación, que fue uno de tantos intentos de rodear a la urbe por una vía circular que evite el paso por el Centro. Otros círculos concéntricos alrededor de este primer intento son el Circuito Interior y más recientemente el Anillo Periférico, cada vez más alejados y abarcando en su interior poblaciones enteras que podrían ser por sí mismas ciudades y no sólo sectores de la gran capital.
Al sureste de esta zona que se está rehabilitando, se encuentra una plaza pequeña y que debió ser acogedora, conocida por los vecinos como la Plaza de la Aguilita, porque tiene en el centro una fuente adornada con una escultura de bronce que representa al águila emblemática de la Gran Tenochtitlán devorando, por supuesto, su consabida serpiente.
Su nombre oficial es Plaza Juan José Baz, en recuerdo de un orador popular fogoso y arrebatado, que encendía a la plebe de la ciudad con sus arengas en favor del liberalismo y en contra de los polkos y conservadores. Desde este espacio invito a las autoridades de la ciudad de México a que continúen hacia esta bella plaza la labor de rescate; será un nuevo y hermoso sitio rodeado de casas coloniales o porfirianas, que merece sin duda atención y dignificación.
Muy cerca están también, ya en pleno barrio de San Pablo, las calles de Santo Tomás y de Roldán, que actualmente se encuentran abandonas y son refugio de delincuentes, muchos de ellos chineros, especializados en esa forma de asalto a los transeúntes; si las obras avanzan en esa dirección, esa parte tan vital y activa de nuestra urbe, tendrá mejoras que elevarán sin duda la calidad de vida y la dignidad de los habitantes que bien lo merecen, porque son antiguas comunidades que se distinguieron siempre por su tesón en la lucha en contra de la pobreza. Hay un celebre grabado del Siglo XIX reproducido muchas veces, en donde aparece el Puente de Roldán, repleto de personas y mercaderías que llegaban por el canal desde Santa Anita y Xochimilco para surtir los mercados de la ciudad.
Ahora los canales son calles y avenidas, pero se conserva el ambiente de actividad y movimiento que retrató el grabador; hoy podemos ver a una multitud similar que hace comercio en la vía pública, que va y viene y que tiene la misma vitalidad y ánimo que sus tatarabuelos que llegaban no en peseras o microbuses como ahora, si no en trajineras y chalupas repletas de personas cargadas con sus frutas y legumbres que traían de sus chinampas y muchas veces de más lejos, desde tierra caliente para llevar al mercado del Volador.
Felicidades al gobierno de la ciudad por estas obras y nuestra petición de que no se detengan y lleguen a la Plaza de la Aguilita y más allá.