a crisis aun se extiende, ha sido y será larga. Las pérdidas en la producción, el empleo, el ingreso y la riqueza son grandes y abarcan prácticamente a todo el mundo en menor o mayor medida. No se advierte aún una salida posible y en medio de la incertidumbre los gobiernos siguen interviniendo. Los mercados muestran todavía mucha rigidez al tiempo que fluctúan y crean oportunidades para especular.
Hay escenarios de caos que ofrecen penurias para los más expuestos mientras se debaten las compensaciones de los altos ejecutivos de los bancos; quiebran empresas que eran iconos del capitalismo global.
Las crisis han ocurrido otras veces con gran profundidad. Los reacomodos no son y no tienen por qué ser iguales a los anteriores, cada tiempo tiene rasgos particulares. Ni son equitativos, no existe el andamiaje social y político para que así sean; no hay que sorprenderse.
El debate en torno de la crisis tampoco es similar al de otras ocasiones, la ideología y la política económica, las instituciones nacionales y supranacionales son distintas. Luego de la era de estabilidad que terminó en la Primera Guerra Mundial se discutía la crisis como un asunto central de la organización social: Luxemburgo, Bujarin, Lenin o Hilferding trataban de la caída de sistema capitalista. Tras la crisis de los años 30, Keynes lideró una revisión profunda de la gestión de la demanda para renovar la capacidad de acumulación y centrar la función del Estado. Fue rápidamente secuestrado por los liberales del mercado, nueva estirpe que dominó el pensamiento económico plasmado en el reaganismo y thatcherismo de la década de los 80.
Hoy se hace a un lado a Friedman y Hayek y las amplias ramificaciones de sus formulaciones teóricas y políticas, cuando apenas hace unos años se declaraba su triunfo. Nos quedamos con las tentativas de interpretación de los recientes premios Nobel: los Ackerloff y Schiller que rescatan los espíritus animales
de Keynes en un sicologismo frágil. O bien, en las críticas y el pragmatismo de otros como Stiglitz y Krugman que parecen revelaciones en un torbellino de una especie del ideario ortodoxo.
Es imprescindible la recuperación de un pensamiento más ilustrado e incisivo, pues se advierte entre algunos la idea de que se puede volver a un entorno como el anterior. Así ocurre, por ejemplo, entre el sector financiero o, como pasa en México, entre quienes conducen la política gubernamental. Véase el caso de la política monetaria y cambiaria o la gestión que hace Hacienda de los recursos públicos. Otros piensan que las reformas en curso pueden restituir un nuevo periodo de estabilidad y expansión sin un cuestionamiento profundo de las relaciones sociales prevalecientes.
La crisis se ha enfrentado con un aumento estrepitoso de la deuda del gobierno en los países más ricos. Se estima que se han destinado tres billones de dólares para hacer quitas de malas deudas en los grandes bancos, además de los recursos usados para salvar empresas, como las automotrices y de seguros.
La deuda pública puede superar en los años siguientes el 100 por ciento del producto en aquellos países, cifra que contrasta con el 40 por ciento en 1980 y 70 en el año 2000. Esta deuda no tiene más que una salida, la carga sobre los impuestos y un menor gasto público, sobre todo en el campo social que compite cada vez más con el gasto bélico.
Falta también la recomposición de las monedas. A pesar de la fuerza de la crisis en Estados Unidos, el dólar ha sido por ahora la principal moneda de refugio para los inversionistas; además de que está comprometida la inversión de otros gobiernos como es el caso de China. La globalidad de la crisis contrasta con la situación que llevó al dólar a convertirse en la moneda de referencia mundial tras los acuerdos de Bretton Woods en 1944.
Eso sucedió después de un lago periodo de dos guerras mundiales entre las que medió la Gran Crisis de 1929. El arreglo funcionó hasta el inicio de la década de 1970, cuando Nixon decretó la inconvertibilidad del dólar en oro. Pero la predominancia estadunidense mantuvo el papel del dólar, aunque se consolidó más tarde la Unión Europea y el euro como moneda única regional y competitiva en los mercados. De esta crisis puede salir un dólar mucho más debilitado que será un mecanismo para distribuir las cargas entre la población de una manera muy desigual. Las relaciones de fuerza a escala internacional están en un fuerte cuestionamiento económico y político militar.
No puede preverse aún la forma en que se superará esta crisis, ni cuando. Pero en muy posible que las condiciones no favorezcan un nuevo periodo de rápida expansión de la economía mundial. La reordenación del capitalismo va a ser más costosa y con mayores repercusiones sociales en general.
Pero en un país como México se advierte más oneroso. El diagnóstico de la crisis ha sido fallido, igual han sido las previsiones de su fuerza y extensión. La política económica es errática, se sustenta en créditos del Fondo Monetario Internacional, mientras la producción se desploma (junto con el empleo, las exportaciones y la capacidad de resistencia social). Todo esto no es producto de la casualidad, se deriva de decisiones claras de política y de una estructura económica y empresarial que ya no resiste.