ace casi 11 años de la última vez que el poeta Mario Benedetti visitó México. Invitado por Alfaguara y el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), el poeta uruguayo vino para brindar un recital en el Palacio de Bellas Artes de la ciudad de México.
Todo estaba preparado para que el recital fuera un éxito, así que lo lógico fue que las personas comenzaran a llegar por la tarde, puesto que la invitación del programa citaba al público a las ocho de la noche.
Cuál no sería nuestra sorpresa –la de todos los que laborábamos entonces en Alfaguara–, cuando alguien del propio palacio nos llamó a las 11 de la mañana para comentar que ya había gente haciendo fila para entrar.
Ese día amaneció con lluvia y viento, lo que a quienes llegaron nueve horas antes del recital parecía no importarles, pues cubiertos con impermeables y paraguas esperaban pacientes que dieran las 8 de la noche para entrar al recinto.
La situación comenzó a tomar poco a poco un matiz un poco peligroso, porque obviamente durante el transcurso del día fueron llegando cada vez más jóvenes ansiosos de escuchar al poeta.
El Palacio de Bellas Artes, como cualquier edificio, tiene un cupo máximo y el entonces director del INBA y quienes habíamos estado en la logística del programa temíamos que, como finalmente ocurrió, buena parte de la gente se quedara fuera, por lo que también desde temprano se colocaron unas pantallas gigantes en la explanada de entrada al palacio, con la idea de que quienes no pudieran ingresar no se perdieran tampoco del recital, que sería transmitido por circuito cerrado de televisión.
Sin embargo, quienes hicieron fila todo un día no estaban dispuestos a negociar. Cuando la sala principal del palacio estaba prácticamente llena y se comunicó a la gente que debía quedarse afuera, los miles de personas imposibilitadas de entrar dieron lo que en otros ambientes se conoce como el típico portazo.
Entraron por la fuerza y hubo momentos de muchísima tensión, porque parecía una turba dispuesta a todo que sólo se apaciguó cuando la figura menuda, entrañable de Benedetti apareció en el escenario principal.
La gente lo ovacionó de pie, y a partir de ese minuto se dio una verdadera comunión del público, jóvenes en su mayoría, y su autor favorito, a quien acompañaron a coro con cada uno de los poemas que él declamaba con ese tono dulce, melancólico, pausado que tantas veces escuchamos. La ovación y el aplauso de pie hicieron que todos termináramos conmovidos, comprendiendo lo que la poesía hace por el hombre.
* Directora editorial de Alfaguara, sello que publica las obras de Mario Benedetti en México