uego de una breve introducción que reúne material inédito de archivo sobre la represión política en México en los años 70, e imágenes emblemáticas del movimiento estudiantil de 1968, la realizadora alemana Christiane Burkhard, afincada en México desde hace 14 años, ofrece en Trazando Aleida el itinerario de una joven en busca de su hermano.
Aleida y Lucio Antonio Gallangos descubrieron hace apenas unos años ser hijos de dos militantes de la Liga Comunista 23 de Septiembre, quienes fueron capturados y desaparecidos durante el periodo de la guerra sucia. Se trata, señala la directora, del primer caso de dos hermanos que, en ese contexto, consiguen reunirse luego de casi 30 años de separación forzada.
La historia del rencuentro es a la vez romántica y dura. Cuando la joven Luz Elba Gorostiola descubre que su nombre verdadero es Aleida Gallangos, que su familia es adoptiva, que tiene también un hermano viviendo en Washington, quien a su vez ignora todo acerca de su propia identidad, y que los padres de ambos permanecen hasta la fecha desaparecidos, rápidamente cobra conciencia no sólo del pasado familiar, sino de la tragedia histórica que cifra en más de un millar el número de personas desaparecidas. Todo como resultado de una guerra contrainsurgente –empeñada en eliminar a luchadores sociales Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, calificados invariablemente como gavilleros– que se caracterizó por matanzas colectivas, desapariciones forzadas de familiares y simpatizantes, y por las torturas y ejecuciones de las personas capturadas. Una guerra sucia apenas distinta a las operaciones de exterminio en las dictaduras argentina y chilena, orquestada por hombres políticos hasta hoy impunes, pues según revela la reciente entrevista a un ex presidente en México, la impunidad es necesaria para el buen funcionamiento de la maquinaria institucional.
Para el buen funcionamiento de la impunidad es necesario, cabría añadir, el silencio y la complicidad mediática.
El documental de Christiane Burkhard rompe justamente con ese círculo vicioso de la simulación y el engaño, mostrando con claridad y con un evidente compromiso moral, los esfuerzos de una joven empeñada en restablecer los lazos afectivos rotos por la represión política. Aleida acude primero al Archivo General de la Nación, donde desde 2001 están abiertos los expedientes policiacos; se reúne en Oaxaca y en Guerrero, en compañía de la cineasta, con familiares y amigos de sus padres desaparecidos; y a través de la cadena de televisión Univisión, emprende la búsqueda de su hermano preparándose para el rencuentro en Washington –una ceremonia difícil donde se plantea el dilema moral que es nudo temático en la cinta: la identidad recobrada y su estela de frustraciones, alegrías y sentimientos contradictorios–. En el encuentro de los hermanos –rechazo inicial de una parte, perseverancia de la otra, y después aprendizaje compartido–, reside la intensidad emocional de la historia.
Burkhard ha entretejido el material documental y una reflexión en la que hay lugar para la mirada escéptica y para algunas sobredosis de sentimentalismo. La realizadora participa, con cámara al hombro, del nerviosismo y asombro emotivo de su protagonista, capturando también el estado anímico del hermano que contempla, rebasado, la súbita transformación de su existencia.
Aleida Gallangos invita al espectador a compartir sus interrogaciones: ¿Qué sucedió con las víctimas desaparecidas? ¿Fueron ejecutadas, tiradas al mar? ¿Siguen vivas? Independientemente de que el público pueda siempre seguir, con la minucia deseada, el intricado trazo biográfico que propone la cineasta, lo que sí queda claro, y de fuerte actualidad en estos días, es la urgencia de una recuperación de la memoria colectiva y los penosos saldos de una impunidad institucionalizada.
Trazando Aleida se exhibe en salas de Cinépolis, Cinemex, Cinemark, Lumiére, y en la Cineteca Nacional.