l desaliento, el desasosiego y la rabia no son buenos consejeros para escribir una columna sobre el actual calvario mexicano. Sin embargo, debo hacerlo para descargar el dolor y para proponer una serie de reflexiones sobre el destino de nuestro pobre, depauperado, explotado, humillado y adolorido país.
Viendo las calles vacías de una ciudad que mezcla el skyline de cualquier capital con el hacinamiento, la mugre, la pobreza extrema y la insalubridad de las más desamparadas ciudades del tercer mundo, se me encogió el corazón y me comenzó a hervir la sangre.
Nuestro panorama es desolador: epidemia, crisis económica, mal gobierno, persistencia del neoliberalismo, aumento geométrico de la pobreza extrema, incompetencia de los sistemas de salubridad, corrupción, violencia, secuestros, guerras entre narcos, policías y soldados (todos los días el narco mata más personas que la influenza), desprecio internacional, discriminación por parte de China, Cuba, Argentina, Perú y Ecuador (es un riesgo de confinamiento viajar con pasaporte mexicano), descubrimientos de rapiñas y torpezas de los últimos gobiernos del país: Salinas desmanteló los laboratorios públicos para favorecer a los privados; Fox hizo caso omiso de las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y se lanzó en contra de los remanentes de nuestra seguridad social que, en épocas pasadas, fue la mejor de Iberoamérica; los actuales funcionarios del sector salud carecen de laboratorios eficaces para detectar nuevos ataques virales (Ontario y Atlanta acudieron en auxilio de la miserable Secretaría de Salud); el brincoteo de las cifras fue la mejor prueba de nuestras deficiencias estructurales; los que manejan la televisión privada se lanzaron a un frenesí de informaciones contradictorias, la gente reaccionó con disciplina y tanto la información oficial como las medidas de emergencia (seamos justos) fueron acertadas, a pesar de los titubeos de un secretario de Salud que carecía de los medios científicos para hacer las cuentas de los fallecidos, de los contagiados y de los muertos por causas ajenas al nuevo virus.
Llevo ya dos días instalado en la rabia y en la tristeza. Estos sentimientos deberían obligarme al silencio, pero debo decir lo que pienso y, de antemano, pido perdón por entregar estas desalentadas reflexiones. Hablé con un amigo de la Secretaría de Relaciones Exteriores y me contó todo lo que están pasando nuestros paisanos en el extranjero. Me describió el barracón disfrazado de hotel en el que encerraron a los mexicanos que tuvieron la desgracia de ir a China; me habló de aviones en cuarentena y de detenciones innecesarias.
Todo esto da rabia. Nuestro país ha sido lugar de asilo para todos los perseguidos de la Tierra. Recibimos a los españoles, a los judíos, a los argentinos, a los chilenos, peruanos y ecuatorianos, la literatura guatemalteca se escribió en México; antes de Fox nuestro apoyo a Cuba fue firme y nos causó problemas con el imperio... en fin ... no nos merecemos estos tratos discriminatorios y estas vejaciones producto del prejuicio y de la desinformación médica. Lo más grave es que todo esto se ha hecho en contra de las recomendaciones de la OMS.
Vi una vez al Presidente de mi país acumular lugares comunes de la demagogia tradicional, ocultar fallas y deficiencias de nuestro sistema de salud y omitir el reconocimiento de nuestros errores y de la tragedia que nos golpea sin parar (hasta un temblor vino a sumarse a nuestras calamidades).
Estaba sentado en su jardín de Los Pinos y hablaba con Adriana Pérez Cañedo, locutora del ahora zarandeado Canal 11. Me dio pena constatar que, para colmo de nuestras desgracias, tenemos un Presidente que desde un principio ha carecido de credibilidad. Sería absurdo echarle la culpa de todos nuestros males, pero es claro que no ha encabezado la defensa de la humanidad
, ni es la persona adecuada para guiar nuestra deteriorada nave por los mares procelosos que un destino despiadado hace cada día más embravecidos y fatales.