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TOROS
Empresarios taurinos siguen sin coordinar esfuerzos
 
Periódico La Jornada
Lunes 30 de marzo de 2009, p. a46

La falacia de la autorregulación –proceso de control y monitoreo internos que una organización ejerce para analizar su situación mediante la autocrítica seria y profesional capaz de aplicar correctivos sin necesidad de ceñirse a normas y leyes al uso– ha quedado plenamente demostrada.

En las recientes décadas ni el sector privado ni el sector público lograron los mínimos de responsabilidad respectiva para evitar el deterioro y final invalidación de la alternativa autorregulatoria, ideal cuando, además de capital, fusiones y habilidades, se posee suficiente sentido ético ante sí mismo y ante la sociedad, escrúpulo más bien raro para que las cosas salgan verdaderamente bien y no gracias a complicidades entre uno y otro sector, como acabó siendo.

Esta falta de grandeza de espíritu en que se apoyaron las componendas de ambos sectores es la que ante la ciudadanía los tendrá en el banquillo de los acusados por tiempo indefinido, trátese de armadoras, bancos, gobiernos democráticos, oficinas de regulación, laboratorios farmacéuticos, televisoras y demás engendros sin otro compromiso que la acumulación de utilidades a costa del resto del sistema, sobre cuya confianza escupieron.

Tanta incultura empresarial y tanta ceguera política se tradujeron en otra enésima versión de la crisis que simultáneamente tergiversó el concepto de espectáculo. Al criterio idiota de darle al público lo que pida como única opción para incrementar beneficios, faltó su contraparte social como alternativa de desarrollo: enseñar al público a pedir, pero como ello tiene que ver con un compromiso educacional ningún autorregulado quiso suscribirlo, ni en el sector público ni en el privado, con las consecuencias que se aproximan.

Lo increíble no es que la oferta de espectáculo taurino vaya a la baja en el interés de ese público al que, en teoría, pretendieron complacer, sino que los metidos a empresarios taurinos no muestren propósito de enmienda. Liberados de una dictadura que no supo ser liderazgo eficaz, se echaron en brazos del grupúsculo contrario. En lugar de la coordinación responsable e imaginativa de fuerzas autónomas, vuelta al aliancismo encubierto.

En Texcoco, que en determinado momento superó en oferta de espectáculo al resto de las ferias, algún cartel con Hermoso, combinaciones modestas, alternativas al vapor e improcedente inclusión, dos tardes, de un torero sin interés en México como el madrileño Miguel Abellán.

En Aguascalientes, la empresa de Alberto Bailleres vuelve a las andadas y ofrece 11 desalmados carteles en los que, como en Texcoco, se saca de la manga a un pundonoroso diestro peninsular como Antonio Barrera, a costa de nacionales que triunfaron el año pasado en esa feria o recién en la Plaza México.