a novela de Rafael Tovar y de Teresa no hace referencia a su trabajo público. A partir de una sección histórica, que sitúa en contexto, la narración se desenvuelve en torno al decadentismo finisecular y sobre todo a los años posteriores al exilio de Porfirio Díaz.
Hay ires y venires en varios tiempos, incluso cuando la trama tiende a concentrarse en dos personajes que deambulan hasta entrados los años 60 sin que por ello diluyan en lo más mínimo su arraigo. No es que se exalte el porfiriato, más bien lo que hay es una nostálgica retoma de los restos de una elite.
El autor acude a documentos de archivo, cartas, fotografías y sobre todo a la tradición oral de generación tras generación. Con eso configuró una especie de romance en clave en el que la música es el motivo sine qua non.
La estructura anuda el principio con el final de la narración por la que discurren un buen número de personajes que se inscriben en tres rubros: los aristócratas y los ex hacendados que, aunque venidos a menos, conservan parte de su bienestar, de sus costumbres y, por tanto, de su utilería doméstica: vajillas, candiles, cortinas, tapices, piezas art nouveau, pinturas virreinales, etcétera.
Junto con sus respectivas residencias, dos familias son protagónicas: los De la Llave, de tónica afrancesada, pudieran corresponder a la familia del autor si recordamos, v.gr., que los Polignac aparecen en Proust. La familia Pérez Cuervo (¿algo tendrán que ver con la genealogía de Tequila Cuervo?) finalmente entronca con la rancia aristocracia.
El tercer apartado está dedicado a la siempre fiel servidumbre: nanas, preceptores, mayordomos, cocineras, jardineros, choferes, etcétera, que discurren con sus nombres propios a lo largo de décadas, encontrando un eje en Francisco, con el que se inicia la narración.
Esta servidumbre, de acuerdo con su propio concepto de clase, es tan selecta como sus patrones y por eso una de sus integrantes tuvo acceso sepulcral a la capilla funeraria de estilo neogótico en el panteón Español.
Como sucede en la novelística actual, la trama es escasa –salvo por lo que podría denominarse la musicomanía compulsiva. Creo que hizo falta mayor alusión a la radio.
El narrador omnisciente no corresponde a ninguno de los personajes. Es depositario de diálogos, ensoñaciones, remembrances of things past que siempre tienen que ver con la memoria, pero no con la memoria involuntaria, pues las evocaciones son propositivas: avanzan y retroceden en varios tiempos mediante cavilaciones que los personajes perpetran.
Con todo y el semidisfraz, el autor y también su hermano quedan identificados con uno de los personajes de la familia De la Llave. El jovenzuelo asiste al Colegio México. Santiago oía con atención y cariño los relatos de ese mundo, infancias, juventudes lejanas y perdidas que, a fuerza de escuchar e imaginar, llegaban a ser más importantes que la propia vida.
Además no hurtaba esa fiebre musical, casi todos los parientes habían sido alcanzados por ella
. Junto a su devoto tío abuelo, Santiago es quien mejor representa el gen familar.
Los trastornos mentales no son traspuestos tal cual, pues el estigma hacia los mismos persiste, pero no es que el autor los eluda, sino que es fiel al espíritu de lo que narra. Por eso, la descripción del Hospital Psiquiátrico (si es que lo es) en Azcapotzalco no parece fidedigna, pues en tal caso la casa de salud
tendría que haberse ubicado quizá en Tlalpan. El excentricismo, la manía religiosa y ciertas actitudes freak por parte de personajes femeninos y masculinos marcan fuertes matices sicológicos. Hasta los afectos incestuosos se plantean con claridad. En cambio, la lucha de clases
brilla por su ausencia, o se trasmite mediante atmósferas comprobables, como la expropiación de Santa Rosa, que el Presidente de la República, en uso de facultades otorgadas por la Constitución, lleva a cabo personalmente en presencia del hacendado. O bien, tiempo atrás, la presidencia de Pedro Lascuráin, que duró menos de una hora.
Las descripciones de platillos y postres, así como las usanzas en el Palacio de Bellas Artes respecto al acomodo de los abonados, hacen sonreír a quien lee el libro de cabo a rabo, pues las anécdotas y peripecias están teñidas de humor. Con todo y la erudición musical, que no abarca, por ejemplo, a Schoenberg, pero sí a Carlos Chávez, hay también personajes de la farándula: Ninón Sevilla y el ídolo Pedro Infante, entre otros.