l odio a los judíos
es una de las tradiciones más repugnantes de la cultura occidental, que alcanzó su clímax y catarsis en la solución final
hitleriana, y que pese a la condena universal que despertó (con lentitud sospechosa, como relata por ejemplo Costa Gavras en Amén) hoy sirve como método para muchos crímenes de Estado en el mundo (ver el muy accesible Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI? Hitler como precursor, de Carl Amery, Turner/ Fondo de Cultura Económica, 2002). Se ha vuelto recurso del totalitarismo imperial y la vocación carcelaria del poder global, ya sin el ingrediente antijudío.
El escándalo no es que en el pasado corrieran ríos de tinta inventando la conspiración judía
, los siempre falsos Protocolos de los sabios de Sión y toda esa basura, que en México tuvo tristes seguidores, como Derrota mundial, de Salvador Borrego, y lo peor del sinarquismo. No, lo grave es que estos ríos sigan corriendo, y con ellos una violencia que no es sólo verbal.
El terrorismo contemporáneo sirve de pretexto al imperio (y los poderes intermedios) para criminalizar oposiciones. También es un hecho social alarmante en muchas partes del mundo, y uno de cuyos blancos favoritos son Israel y los judíos donde se encuentren. Pero no sólo. El pasado 13 de febrero, en Irak, 32 personas, en su mayoría mujeres y niños que peregrinaban a la ciudad santa chiíta de Kerbala, murieron en un atentado perpetrado por una mujer suicida al sur de Bagdad.
Estamos hablando de Babilonia, no de las Torres Gemelas. Murieron 32 personas y 65 fueron heridas cuando comían cerca de una de las carpas levantadas a lo largo de los 110 kilómetros que unen Bagdad con Kerbala. Según la policía de la provincia de Babilonia, el atentado tuvo lugar en Iskandariya. La suicida se acercó a un grupo de mujeres y luego hizo estallar el cinturón de explosivos que escondía bajo su vestido.
Según un cable de la agencia Afp, la forma de operar el ataque recuerda los atentados de Al Qaeda o los grupos jihadistas sunitas que proclaman su odio a los chiítas, considerados apóstatas
y secuaces de la ocupación estadunidense
. Se trató del cuarto atentado contra peregrinos chiítas en una semana. Es una noticia normal, cotidiana. Pero, ¿qué lleva a una mujer a inmolarse para llevarse consigo a los apóstatas
y sus hijos? O bien: ¿quién dijo que tener útero garantiza respeto a la vida?
Uno de los desafíos más graves de la humanidad es el radicalismo islámico en sus diversas presentaciones. Cuando el actual mandatario iraní abre la boca para hablar de los judíos y el Holocausto, dan escalofríos. Esas posturas irracionales gozan de popularidad en muchas regiones árabes. Palestina no es excepción. También se ha documentado que el crecimiento de organizaciones militaristas y agresivas, como Hamas, es reacción a las invasiones ilegítimas de los colonos
israelíes en territorios del pueblo palestino, que invocan una suerte de derecho divino
tan desquiciado e insostenible como otro cualquiera con la misma coartada.
Todo esto lleva a un empantanamiento que aún con sus componentes específicos, inevitablemente despierta los monstruos de la judeofobia paneuropea que documentara León Poliakov en su monumental Historia del antisemitismo: el Santo Oficio y el caso Dreyfus, el wagnerismo, los pogromos rusos y los hábitos antijudíos, que generaron monstruos profundos en los reinos germánicos y el imperio austrohúngaro en los siglos XIX y XX.
Se trata de un hecho histórico, un tema inagotable para la historia de las mentalidades, que dio pie al desarrollo de la propaganda goebelsiana, hoy bien asimilada por la publicidad consumista en todo el mundo y las campañas mediáticas del poder y sus medios contra el enemigo
. Forma parte de la ensalada retórica que, defendiendo los innegables derechos de los pueblos arábicos (no exclusivamente islámicos), en particular el palestino, repite con frecuencia (e involuntariamente) fórmulas, prejuicios, delirios y teorías conspirativas que fomentaron las iglesias católica, ortodoxa y luteranas, y heredaron los fascistas europeos y los regímenes estalinistas del siglo pasado.
A desenmascarar estos monstruos apelan los defensores de Israel, no pocas veces con razón. Pero también tienden una trampa al tildar de antisemita
a cualquier crítico del Estado hebreo, como si éste fuera intachable y no cometiera crímenes. Como si no hubiera allí fanáticos armados, y en ascenso. Como si la Nakba no hubiera sido un despojo patriótico
. Ello envenena el debate en Medio Oriente y abona la tentación de las bombas en ambos lados, entre quienes hoy acarician una solución final
contra el otro.