Usted está aquí: viernes 13 de febrero de 2009 Opinión México SA

México SA

Carlos Fernández-Vega
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■ Los jóvenes, los olvidados de todos

■ Se perpetúan la pobreza y la exclusión

Con o sin crisis, aunque en los hechos, con diversas intensidades, llegó para quedarse, el gobierno mexicano se “olvidó” de uno de los activos más preciados: los jóvenes, y a estas alturas a la mayoría de ellos los mantiene fuera de sus planes. Tampoco están en los de los partidos políticos, los cuales en el mejor de los casos los ven como uno de tantos objetivos electorales. Recientemente, el rector de la UNAM condensó esta crítica circunstancia de forma puntual: “México no puede tener a sus jóvenes sin educación y sin empleo, pues esa es la peor de todas las combinaciones y, por lo tanto, un error histórico”.

En efecto, un gravísimo error histórico que lejos de corregirse se ha retroalimentado a lo largo de décadas. Educación de muy baja calidad, presupuestos a todas luces insuficientes, acceso cada vez más limitado a las instituciones de educación media y superior, y desempleo creciente entre la población juvenil no son la receta perfecta para fortalecer el desarrollo del país ni para la inserción de los jóvenes al quehacer nacional. Lo anterior, en efecto, es la peor de todas las combinaciones.

Días atrás el subsecretario de Educación Superior, Rodolfo Tuirán Gutiérrez, ofreció algunas cifras sobre aquellos jóvenes que tuvieron el privilegio de concluir estudios: la mayoría de los más de 430 mil que egresan cada año de las instituciones de educación superior enfrentarán dificultades para obtener trabajos bien remunerados; el desempleo entre los recién egresados asciende a 11 por ciento, casi el triple de la tasa general y dos puntos arriba de la específica de los profesionistas; la desvinculación de la industria con universidades y centros de investigación refleja en la práctica una amplia variedad de problemas, siendo el más preocupante el profundo desequilibrio entre la oferta y la demanda de profesionistas en el mercado laboral, lo cual afecta sobre todo a quienes recién concluyen sus estudios; este año egresarán 432 mil jóvenes de las instituciones de enseñanza superior, y si el gobierno, la academia y la industria no emprenden esfuerzos significativos pare revertir la tendencia de desocupación, “a una proporción considerable le esperan severas penurias y dificultades en el mercado laboral”. Las percepciones mensuales de más de 52.2 por ciento de quienes apenas concluyen sus carreras son muy precarias, equivalentes a tres salarios mínimos, o menos, además de que 27.8 carece de prestaciones sociales y 24.7 trabaja sin contrato. Prácticamente 60 por ciento de los que lograron obtener un empleo lo hicieron por medio de redes familiares o sociales, con 46 y 11 por ciento, respectivamente, en tanto que el resto lo hizo sin apoyo alguno.

El panorama se oscurece más cuando el abanico se abre a nivel regional. La Cepal, por ejemplo, advierte que en 2006 poco más de 35 por ciento de los jóvenes de 15 a 29 años de edad vivían en la pobreza (47.5 millones) y 11.4 por ciento en situación de indigencia (más de 11 millones). Entre los países hay gran disparidad, que va desde 13.1 por ciento de pobres y 2.4 por ciento de indigentes en Chile, a 66.3 y 40.3 por ciento, respectivamente, en Honduras.

Si bien desde 1990 se redujo tanto la pobreza (44 por ciento a comienzos de la década pasada) como la indigencia juveniles en la región (18 por ciento), ello se da en un contexto de enormes desigualdades cuando se compara a jóvenes rurales y urbanos, hombres y mujeres, indígenas y afrodescendientes frente al resto, y jóvenes de distintos subgrupos de edad. A pesar de los avances en educación en los últimos años, la desigualdad sigue presente. Los sistemas educacionales no logran convertirse en la gran palanca que permita la movilidad social y económica de la juventud, y a la vez avanzar en las múltiples dimensiones de la cohesión social: mayor igualdad de oportunidades, capital humano para la movilidad social futura, formación de ciudadanos activos y respetuosos de los derechos, familiaridad con códigos culturales diversos y acceso al mercado laboral con mayores opciones.

En una década y media (1990-2006), precisa el organismo, el porcentaje de jóvenes que completaron la enseñanza secundaria pasó de 27 a 51 por ciento, pero la mitad de los jóvenes regionales “no logra obtener esta credencial educativa y queda en situación de vulnerabilidad social y con escasas posibilidades de obtener un empleo digno”. Además, la desigualdad continúa siendo un rasgo predominante: 20.4 por ciento de los más pobres la concluyeron, frente a 78.6 en el quinto quintil; 35.1 por ciento entre indígenas y afrodescendientes frente a 50.4 en el resto; 23 por ciento en zonas rurales frente a 56.4 en las urbanas. En cuanto al acceso a la educación postsecundaria y terciaria (técnica, profesional no universitaria y universitaria), sólo 19 por ciento del total de jóvenes en edad de estar en postsecundaria lo hacían.

La pobreza y la exclusión social se determinan entre sí en un círculo vicioso que se perpetúa de una generación a otra, apunta la Cepal. Los jóvenes son el eslabón crucial en la estafeta intergeneracional, pues están en la fase del ciclo de vida en que opera más intensamente la dialéctica que vincula el desarrollo de capacidades adquiridas con su capitalización en oportunidades efectivas. Por eso, el acceso insuficiente a la formación de capacidades condena, en general, a trayectorias de vida donde la inserción laboral es más precaria y no permite ingresos para salir de la pobreza ni para acceder a redes adecuadas de protección social.

Las rebanadas del pastel

La familia feliz se apapacha entre sí: que el gober engominado, Enrique Peña Nieto, no es culpable; tampoco el procurador Medina Mora; vamos, que ni siquiera estaban enterados de la represión en Atenco (en los hechos, ni siquiera saben dónde, geográficamente, se localiza); que el duopolio de la televisión sólo intenta “divertir” y “entretener”, no presionar y chantajear; que no tiene interés alguno –político o económico– en meter las manos en el proceso electoral y que, en fin, los mexicanos son extremadamente felices gracias a ella.

 
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