Usted está aquí: lunes 9 de febrero de 2009 Opinión ¿La fiesta en paz?

¿La fiesta en paz?

Leonardo Páez

■ Toros sin política

La joven universitaria, muy abiertos los ojos luego de su primera corrida, preguntó: a ver, si por un lado Ernesto Zedillo, al igual que su antecesor Salinas, fue ataurino, y nunca quiso ver ni oír de esta expresión del pueblo que pretendió gobernar, y por otro lado Felipe Calderón, al igual que su antecesor Fox, se autonombra aficionado a los toros pero no se ha vuelto a parar en una plaza desde que ocupa el cargo, ¿por qué la fiesta brava de México no repunta en términos de interés masivo, de negocio multiplicador y de competitividad internacional?

Oye, esta tarde hay aquí más de 30 mil personas, le dije, con la seguridad de todo aficionado positivo que se respete. A lo que la casi licenciada en sociología replicó: mmm... pues fíjate que eso es menos del 0.2 por ciento de la población total del Distrito Federal y zona metropolitana.

Bueno, todo arte... quise argumentar. Y además, atajó engallada, ¿cómo es posible que este espectáculo tan diferente y extemporáneo no haya sido preservado y aprovechado por los partidos ni por los políticos en el poder? ¿Cómo no han sabido organizarlo y promoverlo para devolverle a la gente orgullo y autoestima, o siquiera para equilibrar un poco la desvencijada balanza de escaso pan e indignante circo?

Fíjate en las primeras filas de barrera, le indiqué. Ahí están apellidos muy poderosos e importantes e incluso la esposa del Presidente que, sin su marido, quizá en tareas más comprometidas que la faena a un toro de la ilusión, se arriesgó a venir a ver a Ponce. Todos ellos, otros potentados y los ex presidentes que gustes, tienen una estrecha visión de la fiesta de toros que ha impedido a ésta posicionarse en el sitio que histórica, cultural, política y económicamente le corresponde. El público, con dejar de venir se conforma.

Macías y Adame, le comenté, son dos jóvenes toreros mexicanos cuya vocación no les cabe en el cuerpo, pero aquí les ha faltado ambiente taurino. Los dos son de Aguascalientes, pero igual podían ser de Agualeguas, pues la citada capital, como el resto, prefirió la frivolidad feriera al taurinismo a partir de la bravura.

Arturo y Joselito son ejemplo de actitud y de aptitud respectivamente; los dos hace tiempo que deberían ser figuras taquilleras, pero un sistema taurino, reflejo del sistema que nos hunde, se los ha impedido, al igual que a varios otros.

¿Y que hará la gente cuando se vaya Ponce?, preguntó. Esperar a que regrese, contesté.

 
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