Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 8 de febrero de 2009 Num: 727

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

La divinidad se ancló en Machu Picchu
ROSA NISSÁN

Dos poemas
ELENI VAKALÓ

Cine vasco: censura y autocensura
BLANCHE PETRICH entrevista con FERNANDO LARRUQUERT

La izquierda en Euskadi
BLANCHE PETRICH

La vida de Conejo John Updike
CECILIA URBINA

El poeta como crítico de la poesía
RICARDO VENEGAS entrevista con JOSÉ MARÍA ESPINASA

Carta de Felice Scauso, embajador de Italia en México

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Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

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MANUEL STEPHENS

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


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Verónica Murguía

Una revelación

Todos tuvimos epifanías horribles en la escuela preparatoria. Yo descubrí que el acné sólo es tomado en serio por quien lo padece; que no nací para la medicina, aunque de chica fantaseara con usar una bata blanca y un estetoscopio; que el sexo opuesto sí que se opone a lo que uno quiere, y tristemente, que no nací para el deporte.

Todo esto fue aderezado por un problema de salud tan espectacular que me facilitó tres años de dispensa en la clase de educación física. Como la clase consistía en su mayor parte de fatigosos ejercicios de calistenia y desmañadas carreras por todo el patio, no me entristecí en lo absoluto. Al contrario, mientras mis amigas jadeaban en short, yo leía y soñaba despierta con lo que haría al salir de la escuela. Lo malo es que, con empujar la puerta del Vips, quedaba exhausta.

Al terminar la preparatoria era una lombriz de 47 kilos y me cansaba de todo, por lo que un ex novio muy bien intencionado me sugirió, generosamente, que hiciera ejercicio. El ex novio pensaba que me convenía, y tenía razón. Él era un atleta de verdad: todos los días, a las seis de la mañana, se metía en una alberca helada en Ciudad Universitaria y jugaba water polo durante dos horas. Montaba a caballo, jugaba golf, basquetbal y hasta bailó danza clásica profesionalmente. Huelga decir que este hombre y yo éramos una pareja muy dispareja: pero los opuestos se atraen, por lo menos en esa etapa de la vida, y la curiosidad mutua nos mantenía felizmente entretenidos.

Me inscribí en una clase de gimnasia rítmica. Fue asombroso hasta para el maestro. Tal vez nunca pensó que alguien tan inepto se atrevería a poner un pie en su salón y se vengó señalándole al resto de la clase mi torpeza y la mala calidad de mi ropa deportiva. Por terca, me quedé en la clase dos años, oyendo los insultos más afrentosos. Tal vez pensé que si aguantaba, mejoraría mi coordinación, pero no fue así.

Sea como fuere, uno de los descubrimientos más fascinantes de mi vida había comenzado a revelarse, misterio que aún ahora sustenta lo que soy: el cuerpo y sus facultades. Todavía tengo la salud vacilante de mi adolescencia, pero he hecho cuanto he podido y no concibo una vida sedentaria. La sola idea de la inmovilidad me entristece muchísimo.

Aprendí a nadar a los veintitrés, con esfuerzos que han sido ampliamente recompensados, no con medallas, ya que cualquiera puede rebasarme, sino con el placer de hacerlo. Espero recordar toda mi vida la sensación de nadar durante horas en una alberca en Ciudad del Carmen, mientras llovía, sola y mi alma. Bueno, no sola. Había un señor leyendo La Prensa bajo un palio improvisado con la misión de cerciorarse de que la maestra chilanga (estaba allá dando un curso) no se ahogara en las instalaciones de la universidad, pero él no cuenta porque no estaba dentro de la alberca y ni me hablaba. Durante años felices corrí en los Viveros hasta que mis rodillas se dieron, literalmente, por vencidas, y ahora camino como una peregrina por donde se pueda.

He tomado clases de esgrima y resulté una cobarde, lección valiosa para quien se conoce poco. He bailado, nadado, buceado con tanque y todo, tomado clases de yoga, de belly dancing, de box, otro fracaso porque tengo muñecas de espagueti. Siempre sola, eso sí. Si compito, pierdo. No sé competir en nada.

Me esforcé por aprender Tai Chi, pero no salió. He hecho pesas con el entusiasmo que, quizás, debería dedicar a aprender francés. He hecho Pilates, Gyrotonics, Callanetics, step y todo lo que hay en medio.

Además, por extraño que parezca, toda esta disciplina me ha facilitado escribir, pues como en la escritura, el entrenamiento suele ser tedioso. Hay que repetir lo mismo mil veces hasta lograr una aproximación, al principio mediocre, de lo que estamos buscando.

Hay que hacerlo diario, a solas, sin esperar más recompensa que ejercicio de las exiguas facultades que se nos concedieron. La vanidad es el peor enemigo y el remedio es el mismo: recordar las piernas de Usain Bolt o la escritura impecable de Borges bastan para ponerlo a uno en su lugar. Hay que tratar de mejorar, con la convicción de que no queda más remedio que poner toda la carne en el asador, y que aunque le echemos ganas, a lo mejor no sale nada.

Pero no importa. Pocas veces está uno tan vivo como cuando se sienta frente a la computadora o se estira antes de tomar una clase de Gyrotonics. Y para mí, de eso se trata.