■ El ex alcalde de Jerez, Zacatecas, murió siendo diputado de AN
Controvertido, El Rey del Tomate empujó cambios pro migrantes
■ “Era más importante por lo que simbolizó que por lo que hizo”
Ampliar la imagen Andrés Bermúdez, al término de la toma de posesión del presidente Felipe Calderón en el salón de plenos de la Cámara el primero de diciembre de 2006 Foto: Cristina Rodríguez
Se sentía más estadunidense que mexicano; cruzó la frontera en la cajuela de un carro; fue deportado; inventó una máquina “sembradora” que le hizo ganar mucho dinero en los campos del Valle de San Joaquín, California; fue electo presidente municipal de Jerez, Zacatecas, su municipio natal, bajo las siglas del Partido de la Revolución Democrática, y luego se pasó al Partido Acción Nacional, que lo hizo diputado federal. Se llamaba Andrés Bermúdez Viramontes, pero todo mundo lo conoció como El Rey del Tomate.
Murió el pasado jueves, tras ruda batalla contra el cáncer, y dejó en su memoria sus incontables promesas de campaña resumidas en una: “Hacer un gobierno con ideas de Estados Unidos, no con ideas mexicanas”, cualquier cosa que ello quisiera decir. Sus detractores dicen que con su comportamiento bravucón y zafio empañó la imagen de los migrantes que vuelven a México a hacer política. Y hasta sus cercanos reconocen que como gobernante y legislador prometió mucho y cumplió poco.
“Andrés fue más importante por lo que simbolizó que por lo que hizo”, afirma el doctor Miguel Moctezuma Longoria, investigador de la Universidad Autónoma de Zacatecas y durante varios años uno de los principales asesores de El Rey.
Muchos otros migrantes habían regresado antes a gobernar sus pueblos, pero nunca con los reflectores que logró Bermúdez, quien tuvo planas enteras en la prensa nacional y extranjera.
Su candidatura y fama abrieron el debate, dice Moctezuma, sobre los derechos políticos de los migrantes, y a la postre derivaron en la llamada ley migrante –en un principio conocida como ley Bermúdez–, que en Zacatecas permite que sean votados y establece una cuota de migrantes en el Congreso local.
El extinto Rey, quien murió en Houston y será sepultado en Winters, California, hizo su primera campaña en 2001, a bordo de un camionetón negro, con placas de California. Recorría los pueblos semiabandonados repartiendo balones de futbol y otros regalos. Por donde pasaba, antes habían llegado máquinas para arreglar los caminos. Ganó de calle la presidencia municipal de Jerez. Mal asesorado por el equipo del entonces gobernador Ricardo Monreal, Bermúdez presentó un documento que demostró, en opinión del tribunal electoral, que no cumplía el requisito de residencia. No pudo ocupar el cargo.
Tres años después participó en una elección interna del PRD, y perdió por escaso margen. Se fue al PAN. Ganó la presidencia municipal a un avezado operador electoral del monrealismo y luego logró la diputación federal que ocupaba a la hora de su muerte.
¿Era panista? La gente en sus mítines se encargaba de decir: “Yo no voté por el PAN, voté por Andrés”. Y ahí mismo los oradores anunciaban el nacimiento de un partido de migrantes: “¡El bermudismo es una fuerza política imparable que tiene gente de todos los partidos, y que seguirá adelante por encima de todas las fuerzas políticas!”
Bermúdez ganó la alcaldía de Jerez en segunda vuelta, a pesar de la campaña de priístas y perredistas que a trasmano soltaban en volantes: “No votes por alguien que no es de aquí”.
Era difícil que esa consigna pegara en un municipio de 35 mil habitantes en México y 30 mil en Los Ángeles.
Después de organizarle un mitin a Santiago Creel, en la precampaña panista, Bermúdez dio el brinco a la política federal. En San Lázaro hizo política muy a la mexicana. Retaba a golpes a los perredistas en los días de conflicto en tribuna, les gritaba “¡tiempo!” a cada rato, y fue a arrancar su foto de un mural montado por la legisladora Layda Sansores para denunciar a los diputados “misóginos” que le gritaban insultos cuando subía a la tribuna.
En pocos años había quedado muy lejos aquel norteño atrabancado que se arrepentía a destiempo de su aventura: “La política es muy sucia, porque para ganar un político tiene que vestirse de mentiroso; además, extraño mis tractores y mis sembradíos”, decía en 2001, cuando su lema de campaña fue “Si allá lo logré, aquí, con tu voto, lo confirmaré”.
Todo mundo cree que Bermúdez era llamado El Rey del Tomate por ser productor de miles de toneladas de ese producto. No es así. Miguel Moctezuma pasó con él una larga temporada en su rancho californiano y conoció una “máquina sembradora” ideada por su paisano.
“Agarre la planta y jálela con fuerza para que vea por qué soy El Rey del Tomate”, le dijo un día Bermúdez.
El mismo Rey jaló la planta hasta que la trozó, pero en la tierra quedaron la raíz y parte del tallo. Entonces le dijo muy ufano: “La planta se queda en el surco porque cuando la transplantamos permanece a presión y sin aire, y eso es garantía de que no se secará. Nadie ha logrado hacer eso, por eso soy el Rey, este es mi verdadero invento”.
Bermúdez no fue el primero, pero sí el más afamado de los diputados migrantes. Deja a su viuda, Irma García Medina, y tres hijos que nunca lo acompañaron en su regreso a México. En tierras jerezanas queda también el recuerdo de las señoras que gritaban al verlo llegar: “¡Pantalón vaquero, botas y sombrero, voten por Bermúdez que es el mero mero!”