Usted está aquí: sábado 7 de febrero de 2009 Opinión Desfiladero

Desfiladero

Jaime Avilés
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■ AMLO: peligran las reservas

■ FCH: no al alarmismo

■ Juicio histórico a Zedillo

El domingo pasado, La Jornada publicó en primera plana un recuadro que resume, en siete balazos (periodísticos), el desastre provocado por la política económica de Ernesto Zedillo (1994-2000). Veamos…

El llamado rescate bancario, que se consumó cuando a petición de Zedillo el Congreso convirtió en deuda pública las deudas de particulares que se encontraban en el Fondo Bancario de Protección al Ahorro (Fobaproa) “representa a precios actuales 2 billones 577 mil millones de pesos”.

Su costo, agrega el recuadro, “lo pagarán los contribuyentes durante 30 años”, aunque eso mismo se dijo hace 10 y se seguirá diciendo dentro de 20 porque en realidad es impagable: el Fobaproa constituye el más grande acto de defraudación cometido en la historia de México.

La “quiebra de la banca en 95 llevó al país a la peor caída en 60 años”, señala el tercer punto del oportuno recordatorio, y la memoria saca de su archivo de horrores datos escalofriantes como estos: sólo en 1995 quebraron más de un millón de empresas y el número de suicidios, ciudad por ciudad, aumentó exponencialmente, siendo frecuentes los casos de personas que se arrojaron al Metro o se colgaron porque, según los expertos, carecían de dinero para pegarse un tiro.

Prueba palpable de lo anterior es el siguiente punto, que a la letra dice: “El número de pobres aumentó del 94 al 96 en 20 millones”. Como todos recordarán, la devaluación del 19 de diciembre de 1994, que precipitó la catástrofe, se debió a la negativa de Carlos Salinas de Gortari de ajustar la paridad peso-dólar antes de entregarle el poder a Zedillo. Por lo contrario, Salinas fomentó en esos meses finales de su sexenio la compra masiva de dólares baratos y redujo sensiblemente el monto de nuestras divisas internacionales.

Pero, en vez de tomar la decisión desde el primer día de su mandato, Zedillo dejó que la sangría prosiguiera hasta que, con las arcas vacías, devaluó el peso en 100 por ciento. Consecuencias: todas las empresas mexicanas que tenían deudas en dólares vieron cómo éstas se duplicaban de la noche a la mañana y se vieron obligadas a cerrar. Ante la falta de liquidez en los bancos, Zedillo emitió pagarés para respaldar las operaciones a futuro. A continuación, los banqueros, vivillos como pillos, empezaron a hacerse autopréstamos y los declararon “cartera vencida”, para que de este modo quedaran inscritos en el Fobaproa.

Así se consumó el peor atraco de todos los tiempos. Cuando el Congreso convirtió el Fobaproa en deuda pública, con los votos del PRI y del PAN, que en ese momento dirigía Felipe Calderón, “sólo cuatro de cada 100 pesos fueron en apoyo a pequeños ahorradores”, y los bancos, “saneados con el dinero público”, fueron vendidos a extranjeros. Hoy, los intereses anuales del Fobaproa, concluye el recuadro, “suman 30 mil millones de pesos”, pero dentro de 12 meses la cifra será mucho más abultada.

Zedillo, como salta a la vista, sembró el terror económico en nuestro país. Pero además quedó señalado como responsable de tres matanzas de indígenas y campesinos: la de Acteal, Chiapas (22 de diciembre de 1997), la de El Charco, Guerrero (7 de junio de 1998) y la de El Bosque, Chiapas (10 de junio de 1998). Y no podemos pasar por alto que, mientras la carnicería de Acteal perseguía una finalidad estratégica –militarizar los Altos de Chiapas para neutralizar a las fuerzas del EZLN que no habían entrado en acción–, las otras dos, efectuadas con tres días de diferencia, fueron un pretexto para justificar un nuevo y repentino desplome del peso ante el dólar.

Homicida múltiple, que mató por bala, por hambre o por desesperación a sus incontables víctimas, y que hundió a más de un millón de empresas, y causó la pérdida de millones de empleos, y destruyó la banca nacional, y favoreció la más injusta concentración de riqueza en unas cuantas manos desde 1910, y privatizó bienes de la nación para después explotarlos como gerente al servicio de las empresas extranjeras que los (y lo) compraron, Ernesto Zedillo debería ser procesado y sentenciado como el delincuente que es, pero Felipe Calderón, desde Davos, lo elogia y exalta como ejemplo para el mundo y propone un Fobaproa universal para “salvar” la crisis global del capitalismo. ¡Bravo! Con razón vivimos en un Estado fallido.

Chusma, chusma catastrofista

“Cada que Calderón tiene una duda, llama a Carstens; cada que no entiende un problema, llama a Carstens; cada que se le ocurre una idea, llama a Carstens”. Y Agustín Carstens, el inmenso secretario de Hacienda, “deja de hacer lo que esté haciendo, corre a Los Pinos y se queda horas y horas hablando con Felipe. Es su nuevo dios. En este gobierno no se mueve una hoja si Carstens no da su visto bueno”, dicen los que ahora entran y salen a diario del primer círculo del devaluado y deprimido pelele.

Esto explicaría el sentido del discurso de Calderón en Querétaro el jueves, donde arremetió en contra de Andrés Manuel López Obrador sin mencionarlo (se limitó a llamarlo “catastrofista”) y, por lo que ahora se sabe y se entiende, salió en apasionada defensa de Carstens (al que sin tampoco aludirlo personalmente lo comparó con “el Estado” y “las instituciones”). Juzguen ustedes…

Hay, dijo, quienes “quisieran ver debilitada la nación y las instituciones republicanas que trabajan cotidianamente”. Y todo porque, según los que saben leer el fondo de los discursos políticos, López Obrador exigió el lunes, durante un mitin frente a la Secretaría de Hacienda, un cambio radical de política económica y la renuncia de Carstens. Esa demanda no habría sido tomada en serio si The New York Times no hubiera publicado, en la mañana de ese mismo jueves, que la popularidad del tabasqueño está otra vez a la alza, ya que “el aumento de la ansiedad (de los mexicanos) sobre la economía puede estar reviviendo su atractivo”.

En el mitin del pasado lunes, López Obrador insinuó que a este ritmo (mientras el Banco de México subasta 400 o 500 o 700 millones de dólares diarios para apoyar al peso) pronto podrían agotarse las reservas federales, y dijo con todas sus letras que esto no se debe a un problema técnico sino a una falta total de confianza de los mercados en el gobierno de Calderón. “Y para que haya confianza se necesita cambiar de política económica”, subrayó, lo que de ningún modo será posible si no renuncia Carstens.

Así, pues, el Movimiento Nacional en Defensa de la Economía Popular cuenta con una flamante bandera: luchar por la caída de Carstens, y por la formación de un paquete de 200 mil millones de pesos, extraídos del ahorro de los altos funcionarios, que reactive las actividades productivas, frene la devaluación y beneficie a los más pobres. Pero antes del mitin del próximo 17 de febrero a las puertas de San Lázaro, convocado por AMLO para agitar esas demandas, mañana, en las oficinas del gobierno legítimo (San Luis Potosí 70, colonia Roma), habrá un bazar para recaudar fondos. Entre las bellezas que estarán a la venta figuran dos obras de Gerardo Rodríguez Canales (Geroca), el pintor más importante de Monterrey.

 
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