Medidas de la crisis
Pese al optimismo oficial, la información más reciente sobre el comportamiento de la economía mexicana indica que la crisis apenas ha comenzado. El Inegi ha publicado un indicador sobre el desempeño de la industria de transformación que, a partir de pedidos recibidos, da cuenta de una caída en la demanda de 24 por ciento en enero, lo que ha provocado que la producción se encuentre 27 por ciento por debajo de su nivel de hace un año. Este desplome de la actividad manufacturera indudablemente impactará al conjunto de la economía. La magnitud del impacto está explicada por el peso de la manufactura en el total de la economía.
En 2007 la industria manufacturera aportó 17.6 por ciento del PIB. Diez años antes había aportado 19.2, y hace 20 años, en 1988, aportó 22 por ciento. Esta pérdida de importancia de la producción manufacturera es resultado de la falta de una política industrial que se propusiese desarrollar lo que se había construido en el país durante más de 50 años. En 2009, esta industria disminuida representará entre 16 y 17 por ciento del producto, de modo que si su producción cayese en una quinta parte, como hace prever el indicador de pedidos, el PIB se reduciría entre 3.2 y 3.4 puntos porcentuales.
Esta reducción del PIB provocada por una severa contracción manufacturera supone que los próximos meses serán tan malos como el primero del año. Si las cosas empeoraran, la reducción podría ser mayor y si mejoraran el producto se reduciría menos. No es fácil saber lo que va a pasar. Romano Prodi, ex primer ministro italiano y ex presidente de la Comisión Europea, en relación con la situación actual señaló: “sabemos bien la causa de la crisis, sabemos también dónde empezó, pero lo que no sabemos es la profundidad de la crisis ni tampoco su duración”.
Después de la crisis de 1929, en la que hubo 43 meses de contracción económica, en las crisis posteriores a la Segunda Guerra Mundial la economía estadunidense mostró el siguiente comportamiento: en 1953-54 durante 10 meses la producción cayó: entre 1973 y 1975 hubo 16 meses de contracción, en 1981-82 también se vivieron 16 meses de reducción en la actividad económica; entre 1990 y 1991, así como en 2001, hubo ocho meses de contracción. Estas reducciones en el producto siempre se han explicado por caídas en la producción industrial y en la producción manufacturera.
Por ello la afectación al empleo es inmediata. En la crisis de 1929 se pedió uno de cada cuatro puestos de trabajo. En esta crisis en Estados Unidos la tasa de desempleo cerró en 2008 en 7.2 por ciento y al finalizar enero llegó a 8 por ciento, lo que significa que hay 11 millones de personas desempleadas. Las manifestaciones de los trabajadores ingleses para protestar contra la contratación de trabajadores extranjeros, incluidos los de la propia Unión Europea, indican que la contracción se agudiza.
México no será la excepción. Nuestra economía, ciertamente con algún rezago, ha entrado de lleno en una situación crítica. Los “expertos” gubernamentales creen que la afectación que recibirá será de corta duración y de poca profundidad. Han diseñado su política a partir de este supuesto y el discurso presidencial se ha acomodado a esta idea. Por eso lo que Prodi dijo a Calderón es muy importante: la profundidad y duración de la crisis no está clara.
Las predicciones de los organismos financieros internacionales, de los gobiernos de los países desarrollados y de las corredurías financieras reconocen que la situación se deteriora, pese a las exorbitantes cantidades destinadas a los salvamentos financieros y las que se están destinando a los sectores productivos. El mundo de los economistas mira con pesimismo la evolución de la economía mundial. Mientras tanto, “uno de los mejores equipos económicos gubernamentales”, según Calderón, ve con un optimismo alarmante la situación y, lo peor, actúa a partir de ese optimismo. Desgraciadamente las consecuencias de su arrogancia las pagaremos todos.