El dinero y el fuero
La empresa encuestadora BuendíayLaredo acaba de publicar los resultados de un sondeo nacional de opinión, cara a cara, a propósito de la intención de voto para las próximas elecciones federales. Como era de esperarse, los tres grandes partidos, PAN, PRI y PRD, concentran más de 95 por ciento de las preferencias ciudadanas; el casi 5 por ciento restante debe repartirse entre el Panal, el PT, Convergencia, PVEM y PSD. Es decir, si bien les va, a cada uno le tocaría uno por ciento del voto. La desesperación del PAN y del PRI por establecer alianzas con alguno de los pequeños obedece a que la diferencia entre ellos es relativamente pequeña: 3 por ciento, con ventaja para el PRI, que recibe 41 por ciento de las preferencias, frente a 38 por ciento del PAN. El PRD cuenta con 16 por ciento.
Se anuncia una competencia cerrada entre el PRI y el PAN. Sin embargo, esta posibilidad no basta para justificar la existencia –y menos todavía, el presupuesto– de las organizaciones ultraminoritarias que no han sabido afianzarse como una verdadera alternativa para los votantes, sino que representan la forma más descarnada de una política de intereses. Ésta se ha traducido, en el caso mexicano, en una irritante perversión de “la grilla”; esto es, del cínico intercambio de halagos y favores personales, argumentos amañados, intrigas y complicidades que estorban la influencia de las ideas en el debate público, y lo reducen a dimes y diretes. Más todavía, ninguna de estas formaciones se preocupa por tener ideas, y cuando éstas aparecen en su seno, de inmediato las aplastan, como ocurrió con la corriente encabezada por Patricia Mercado en el antiguo partido Alternativa, que hoy está en manos de priístas irredentos. Las ideas eran un lastre para llevar a cabo una grilla efectiva, que es su modus operandi. De hecho, sólo son necesarias para los partidos que pretenden formar un electorado propio al que persuaden de la conveniencia de sus propuestas. En cambio, a estos grupitos les basta arreglarse con los partidos grandes para asegurarse una representación, pero sobre todo, dinero y fuero.
En el pasado defendí a los partidos pequeños en la creencia de que contribuían a flexibilizar el sistema de partidos, ampliaban la representación a minorías que no se identificaban con las organizaciones más grandes, y podían abrir el camino a una formación que llegara a renovar nuestras opciones. Ahora cuestiono su existencia porque esos partidos solamente han reproducido los vicios del viejo personal político; porque son entidades de interés privado cuya redundancia hoy en día es obvia. Las condiciones actuales de la economía obligan a racionalizar el gasto, y de la misma manera que muchos empleados y trabajadores han sido despedidos por razones presupuestales habría que revisar la conveniencia de seguir financiando a organizaciones que obtienen, cada vez más injustificadamente, una tajada del financiamiento público a los partidos políticos, cuyas dimensiones son de por sí escandalosas.
Tomemos por ejemplo el PVEM. Incluso sin crisis económica su propaganda justificaría su desaparición porque no es un partido serio. La propuesta de instauración de la pena de muerte para secuestradores y narcotraficantes que anuncia con grandes espectaculares en la ciudad de México, simplemente demuestra que estamos frente a un usurpador de una identidad política. Nada tiene que ver con los partidos ecologistas que surgieron en Europa occidental en los años 70, con el no conformismo y el rechazo a las formas políticas convencionales de organizaciones nacidas de corrientes de opinión insatisfechas con los grandes partidos de izquierda. Algunos de esos partidos verdes fueron originalmente grupos de interés con causas limitadas, que rechazaban la política y buscaban vías más democráticas de participación. Finalmente evolucionaron para convertirse en verdaderos partidos de representación de la diversidad social, de minorías de opinión, pero siempre cercanas a la izquierda ¿Qué tanto se les parece el PVEM?
Sería una falta de respeto intentar siquiera la comparación entre Joschka Fisher y el afamado niño verde, Jorge Emilio González, pero tómese usted el trabajo de leer las propuestas y los principios del PVEM. Son muy breves. Primero, se autodefine como un partido de “tendencia política ecologista” ¿¿¿??? O sea, cuando se discute la posición de los partidos en el espectro izquierda-derecha ¿habría que incluir la categoría “ecologista” para poder identificar al PVEM? El primer principio que enuncian los documentos del partido es el “Amor”, ¿en serio? Y ¿qué decir de los demás? Da grima pensar que nuestros impuestos van a parar a los bolsillos de estas organizaciones artificiales, que lo único que buscan es el dinero y el fuero que les brinda la democracia.