Usted está aquí: domingo 1 de febrero de 2009 Opinión Riders in the storm: o Calderón sobre Davos…

Rolando Cordera Campos

Riders in the storm: o Calderón sobre Davos…

O como se quiera seguir: en aquel paraje que inspirara a Thomas Mann y que luego fuera conocido como el Versalles nevado al que acudían cada año los amos del universo, Calderón asistió a las honras fúnebres del capitalismo desregulado y hoy descarrilado, con su guitarra al hombro y sus nostalgias por delante para “vender” México, como dijera una enjundiosa exegeta de sus glorias pasadas. Más que caciques de la alta finanza, el chocolate mexicano calentó a hombres de las nieves que cargan consigo la amenaza de un largo invierno no nuclear pero sí devastador, que en sus primeras lanzadas provocó la implosión de Wall Street y la City londinense y ahora sumerge al mundo en la recesión más larga y profunda de su historia reciente, la que arrancó con la fe de que “aquello”, la gran depresión de los años treinta que desembocó en la Segunda Guerra, no tenía por qué repetirse. Veremos.

Presa del entusiasmo, el presidente Calderón convocó a su equipo, “tal vez el mejor del mundo”, a despojarse de miradas negativas o catastróficas, a rencontrar el espíritu animoso y a dejar de cultivar el pesimismo. “Prefiero un escenario equilibrado que el manejo de cifras negativas” advirtió, tal vez buscando emular al Dr. Zedillo, ahora investido como Gran Maestro de las crisis y los rescates financieros, después de haberse graduado como demócrata y globalizador con honores de los magos que llevaron la globalización al gran desastre actual.

Así, suponemos, piensa el mandatario sin mandato que recuperará el tiempo perdido, descubrirá el hilo negro de las “reformas que faltan” y encarará el desafío de masas acalambradas por el frío del desempleo y la pérdida de ingreso. Junto con el consejo del maquillaje estadístico para el “equilibrio”, Calderón quiso aleccionar a su trouppe de montaña en el manejo de expectativas, pero al poner en entredicho las proyecciones del Banco de México sobre el desempeño de la economía probablemente vaya a conseguir lo contrario: no hay peor señal para el inversionista mundial, si es que queda alguno en estos días, que las fricciones dentro de los equipos encargados de conducir la gestión financiera, fiscal y monetaria de los países.

Y es eso, fricción y desgaste, lo que provocan las descalificaciones y los malos humores presidenciales, sin lograr exorcizar en lo más mínimo la avalancha de quiebras, insolvencias, despidos que, si se quiere como consuelo, viene de Davos y Nueva York pero avasalla al mundo entero. Querer conjurar los animal spirits del capitalismo al ritmo de Pink Floyd para volver a México “motor del crecimiento mundial”, como dijo Calderón en su Montaña Mágica, puede ser todo lo que quieran sus facilitadores e inventores de opinión, menos un paso serio para que México sea en efecto “another brick in the wall”.

Lo que recibirá a Calderón después de su tour musical por Suiza será una multitud de agravios y reclamos que cruza la pirámide social de la cúspide a la base y se vuelve rechazo a la frivolidad disfrazada de puericultura. Los empresarios piden planeación y acción contundente en materia de liquidez y apoyo fiscal, mientras obreros y campesinos organizados reclaman atención y rechazan acuerdos nacionales urdidos en lo oscurito y ajenos del todo al drama popular del desencuentro brutal entre un economía hecha para unos pocos y una demografía de masas jóvenes y urbanas, junto a un mar de miseria rural sin válvulas de escape en las ciudades y el norte.

A su vuelta de la cumbre congelada, Calderón constatará la existencia de una sociedad que no se encandila más por las hazañas de sus mandamases y don dineros. Que, cada vez más, reclama y descalifica, busca agruparse, inventa nuevos nosotros y a su manera plebeya exige nuevos rumbos y un curso para la vida colectiva que no se someta más a las extrañas baladas que inspiran la mercadotecnia funesta que se apoderó de Los Pinos y lo llevó a cantar a los Doors como si fueran Timbiriche.

“Más que Estado fallido tenemos un modelo y un paradigma fallido”, dijo el dirigente campesino Max Correa en San Lázaro el jueves pasado. Un modelo para desarmar, diría Cortázar. Por desgracia, armar otro requiere algo más que (des)memorias juveniles y lecciones machistas, como las que tomó Calderón en Davos. ¡Tanto viajar!

 
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