Leña para la hoguera
Cuando leí los reportajes en torno al acto realizado hace unos días con el nombre de Encuentro de las Familias, o algo así, me sentí en el México del siglo XVIII, o no, quizás bastante antes: las ideas, los escenarios, el discurso político me llevaron a aquella época mágica en la que se podía ver aún hogueras con hombres y mujeres rostizándose en las plazas públicas y rezos conmovedores en plena calle. Desde luego hay diferencias; en aquellos tiempos solían llamarles herejes, ahora el término usado es más moderno y original: “talibanes”. Qué bueno que la Constitución por ahora no incluye todavía la pena de muerte. El discurso de una pobre mujer que participó en el acto (aparentemente, como representante de su papá, un miembro de la clase gobernante), en el que declaraba a las mujeres culpables de violaciones y golpizas por no saber guardar el pudor y vestirse de forma decente, verdaderamente me conmovió, tanto o más que las declaraciones del célebre funcionario de Guanajuato que prohibió los besos en lugares públicos.
Las imágenes del ex presidente Fox arrodillado besando la mano del papa Juan Pablo II me parecieron en su momento ridículas e indignas, en cuanto el jefe de Estado de un país soberano no puede ni debe postrarse ante otro, por todo lo que ello implica y simboliza; por lo demás, el comportamiento de don Vicente era totalmente congruente con las demás estupideces que cometía de manera continua, especialmente en el campo de las relaciones internacionales. El caso de Felipe Calderón, quien participó en el Encuentro de las Familias, me parece mucho más grave y con pocos beneficios para su causa, la cual parece deteriorarse día con día, ante su incompetencia e insensibilidad manifiesta.
¿Por qué afirmo todo esto? En primer lugar porque el mencionado encuentro no tenía nada de familiar, se trataba de un encuentro político y de una provocación, en cuanto a la violación sistemática de las leyes, que establecen con bastante claridad la separación entre el gobierno y la religión, principio que mostró sus bondades durante muchas décadas, en las que nuestro país parecía estar adelante de la mayor parte de Latinoamérica en su vida política y social, como resultado de la Revolución de 1910. No se trata de impedir que el presidente pueda tener la creencia de su elección, en lo personal, él puede tener su fe puesta en los santos, en dios o en los gansitos Marinela, y cuando deje el cargo lo podrá externar a su gusto, pero como presidente de México debe regirse por las leyes, a ello se comprometió supuestamente al iniciar su mandato, y al no hacerlo daña la figura presidencial y al país.
La mejor prueba de ello es el comportamiento altanero y poco cristiano –diría yo–, de la soberbia implícita en las declaraciones que hicieron los organizadores del acto, luego de sentirse respaldados por la presencia del presidente y sus colaboradores. Cuántos individuos habrá que hoy consideren que la mejor estrategia para conseguir un buen puesto o un botín es declararse correligionarios de los que mandan, con tal de obtener sus favores, o quizás agredir a quienes piensan diferente, con la finalidad de mostrarles su fidelidad y ser premiados por ello. Ésta ha sido la historia de la religión católica –y de otras religiones también– y no conlleva otros resultados que el odio y la tragedia. Un presidente de la República debe serlo de todos y no de una fracción, ello lo debería saber el señor Felipe Calderón, al igual que sus colaboradores; las dudas sobre su legitimidad no harán otra cosa que incrementarse en la medida que sus acciones confirman que sus intereses son sectarios.
Otra faceta de estos tipos de pensamiento oscurantista son las intenciones de gobernantes del estado de Morelos que han decidido multar o meter a la cárcel a quien realice actividades en la vía pública para obtener dinero, ya sea vendiendo mercancías o alimentos, limpiando parabrisas o haciendo suertes en las esquinas. Para algunas personas desafortunadamente ésta es hoy la única posibilidad de sobrevivir, no lo hacen por gusto, necedad o exhibicionismo. En lugar de entenderlo, los gobernantes lo prohíben y pretenden castigar, como se hizo por un tiempo en Inglaterra, durante los periodos más difíciles de la revolución industrial, cuando los aristócratas formaron grupos que se dedicaban a asesinar a niños y mujeres que pedían limosna en las calles sombrías de Londres y Manchester, sin preguntarse nunca qué tanto eran ellos mismos los responsables de esas vidas miserables.
En cuanto al discurso de la pobre mujer que mencioné (bastante bien ligada por cierto a estos señores de Morelos), puedo afirmar sin temor a equivocarme que desde siempre la naturaleza de las mujeres las hace tratar de verse bien, de verse guapas y atractivas, de repetir en ellas lo que sucede en la naturaleza con las flores, que con su perfume y sus colores hacen posible la renovación de la vida, y qué bueno que sea así, porque esto nos gusta a la otra mitad de la especie humana, que nos hace olvidar un poco los problemas y las incertidumbres del futuro, disfrutando de su belleza y su coquetería; negar que ello es parte de nuestra naturaleza es como negar la luz del día y sólo en las civilizaciones oscuras y siniestras todo esto se niega y se impide, con los resultados conocidos de la doble moral que en éstas se practica.
La falta de respeto o la agresión a una mujer porque sea, o se vea atractiva, es lo que no podemos ni debemos permitir, aceptarlo como estas personas lo hacen o al menos lo justifican es síntoma de que algo está muy mal en la sociedad. ¿Podemos acaso pensar que si las mujeres de Ciudad Juárez se uniformaran con ropa de color negro, se ocultaran la cara, el pelo, y se abstuviesen de usar prendas llamativas, se habrían terminado los crímenes que constituyen una de las mayores tragedias y vergüenzas de este país? No, señores del PAN, de El Yunque, de Provida y demás engendros: valdría la pena que en lugar de malgastar el tiempo en tratar de imponernos sus sandeces se empezaran a preocupar en cómo sacar al país adelante, ante la nueva crisis que se perfila cada día con mayor fuerza y que traerá aparejada más pobreza e incertidumbre.