Usted está aquí: viernes 30 de enero de 2009 Cultura Rumores y crímenes

Vilma Fuentes
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Rumores y crímenes

Es raro que un escritor, a causa de la influencia de un texto escrito, pueda modificar el sistema del poder político. Sobre todo cuando este poder es absoluto, como lo era bajo el régimen de la monarquía. Fue, sin embargo, lo que sucedió en el siglo XVIII cuando Voltaire publicó su Tratado de la tolerancia.

De inmediado prohibido: la censura no logró sino hacerlo circular más. Voltaire denunciaba en los términos más claros lo que consideraba una infamia: el caso Calas.

Jean Calas era un modesto negociante de Toulouse, sin historia, hasta el día en que su hijo, Marc-Antoine, se suicidó ahorcándose. Para evitar la “deshonra” de la familia y la infamia de ver los restos de su hijo esparcidos fuera de un cementerio, donde es negado el reposo a los suicidas, Jean Calas perjura y hace perjurar a su otro hijo: Marc-Antoine habría sido descubierto inanimado, en el suelo, sin duda víctima de un asesinato.

Muy pronto, Jean Calas, acosado por los interrogatorios y por su conciencia, dirá la verdad. Pero los inquisidores han decidido, de antemano, que no se trata de un suicidio, sino del asesinato de Marc-Antoine a manos de su padre. ¿El motivo? La guerra de religiones. Los Calas son hugonotes y el hijo habría deseado convertirse al catolicismo. Los rumores se desencadenan, los inquisidores hacen un llamado a la delación y los “oí decir” llueven, el fanatismo acusa al fanatismo: Jean Calas es sometido a la “cuestión”. Las torturas más severas le son infligidas sin lograr que confiese el crimen propagado por el rumor popular, ese rumor que surge del miedo ante el “otro”, el “diferente”, el “extranjero”, y crece y se complace en el encuentro de un “chivo expiatorio”.

Si Voltaire interviene tarde para salvar la vida de Jean Calas, su Tratado de la tolerancia va a causar tal escándalo en toda Europa que salvará la vida de la viuda y el otro hijo de Calas, también condenados por los tribunales y el rumor. Rumor que cambia, se transforma y se metamorfosea en opinión pública: el poder monárquico cede y acepta un nuevo juicio que declara la inocencia de los Calas. El público aplaude. La justicia parece haberse salvado, el poder paga los errores, magullado, estropeado: el “caso Calas”, con el del “collar de la Reina”, serán los dos escándalos que conducirán al desplome de la monarquía y a la revolución de 1789.

Casi dos siglos después, en 1948, otro escándalo judicial tiene lugar en Francia: Marie Besnard, una quincuagenaria sin pasado, se ve acusada por el rumor de ser “la bruja de Loudon”, “la envenenadora del siglo”, la causante de al menos 11 fallecimientos que la han favorecido con sus fructíferas herencias. Se la acusa incluso de haber asesinado a su segundo marido. Cuando se la conduce al tribunal para el primero de tres juicios que deberá sufrir, Marie Besnard debe ser protegida contra el populacho que grita “a muerte la envenenadora” y quiere lincharla. Las delaciones, las anónimas sobre todo, no faltan.

La Segunda Guerra ha dejado sus huellas: los ajustes de cuentas, celos, envidias, se multiplican. Las mujeres “que tuvieron relaciones con los alemanes” son rapadas. Marie Besnard es el chivo expiatorio perfecto para exorcizar los miedos y deseos inconfesados de siempre: su sirviente es un joven alemán a quien el rumor imagina su amante.

Cuatro años de prisión, 13 de juicio en juicio, cada uno de esos días y esas noches con la guillotina como amenaza inminente, frente a los retratos de los siquiatras que ven en ella el perfil de la envenenadora. Marie Besnard, a quien la corte absuelve, deja de ser la “bruja” para convertirse en la “buena dama de Loudon”.

Acaso quienes gritaron “a muerte” son los mismos que arrojaron flores a su paso. Nada más frágil que la opinión pública: el rumor popular. Una, otro, en apariencia manipulables. El poder, tan efímero, lo intenta. Pero no hay equívoco, el rumor no es sino una moda: ese “prejuicio de mañana”, escribió Marcel Proust.

 
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