Usted está aquí: lunes 26 de enero de 2009 Opinión Andanzas

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Colombia Moya

■ Del mítico Rudolf Nureyev

Ampliar la imagen Unos meses antes de morir, Nureyev, en imagen tomada de Internet, fue nombrado Caballero de la Orden de las Artes y las Letras, el mayor trofeo cultural de Francia Unos meses antes de morir, Nureyev, en imagen tomada de Internet, fue nombrado Caballero de la Orden de las Artes y las Letras, el mayor trofeo cultural de Francia

En 1961, durante la guerra fría en París, el anuncio de las presentaciones del Ballet Ruso Kirov de Leningrado, en Les Palais de Sports, creó inmensa expectación. Los boletos para el espectáculo, en el entonces espacio escénico más grande de la capital francesa, estaban agotados.

Todos querían ver a los rusos, que desde las visitas de la compañía de Diaghilew con Nijinsky, Pavlova, Karsavina y todo el elenco, en 1907, no despertaban tal expectativa, ya que en esta ocasión la compañía llegaría completa; es decir, puros rusos, la crema y nata que recordaría a aquellos grandes artistas que enloquecieron a Europa entera.

Rudolf Nureyev, el tártaro, como le decían algunos, con todo su talento y presencia escénica, de milagro fue incluido en la gira –París, Londres y Nueva York, en Estados Unidos–, ya que era muy indisciplinado y no muy plegado a la conducta deseada por los representantes del poder de Stalin.

Tenían razón al desconfiar, pues el joven talento tenía una enorme curiosidad por Occidente y más ganas que nadie de quedarse exiliado en Francia. De camino al aeropuerto, se le informó que él regresaría a Moscú en lugar de continuar hacia Londres con la compañía.

Así, tomando el camino opuesto, Nureyev comenzó la más famosa y rápida carrera de su vida en el aeropuerto Le Bourguet, cuando al saltar la barrera de contención en un enorme gran jetté cayó en brazos de las autoridades francesas, a quienes pidió a gritos asilo, delante de toda la prensa.

Yo estudiaba entonces en París con Michael Reznikoff, esposo de la bailarina mexicana Micaela, en el Studio Constant. Él vio todo y me contó lo sucedido.

Rudolf Nureyev obtuvo el asilo en Francia y un contrato con el ballet del Marqués de Cuevas para bailar La bella durmiente, la más bella que haya visto en mi vida, en el Teatro des Champs Èlysèes. Fue la primera vez que vi, además del Kirov, un ballet profesional, en toda su belleza y perfección. Me quedé atónita.

Así, Rudolf Nureyev Hametovitch, hijo de Hamet y Farida Nureyev, descendientes de musulmanes tártaros, se convirtió en unas horas en celebridad y artista adorado por el público europeo.

Nacido en el 17 de marzo de 1917, Rudolf provenía de una familia muy pobre. Aprendió a bailar en la ópera de su ciudad, Ufa, capital de Bashkir, las danzas folclóricas, pero cuando vio una compañía de ballet profesional que visitó el lugar decidió que sería bailarín.

Ingresó a la escuela del ballet Kirov, pese a que ya estaba grandecito, le valieron su gran disposición corporal natural para la danza, su temperamento y presencia. Poco tiempo después, el chico tártaro ya era primera figura, consentido del público y estrella de cientos de fans femeninas que sencillamente enloquecían por él.

Nureyev devolvió a los bailarines el peso y la presencia masculina que habían perdido hacía tiempo, convertidos casi exclusivamente en la tercera pierna de pareja de baile.

Asimismo, se colocó en la primera fila de la sociedad internacional y del jet set, impulsado por el Royal Ballet de Londres, que lo había monopolizado ante los remolinos de los franceses que no querían quedar mal con Moscú. Con Margot Fonteyn formó una célebre pareja artística, además de que la bailarina fue su mejor amiga.

Rudolf Nureyev retomó célebres ballets de Petipa y los rehace, bajo la premisa de que una piedra preciosa no debe perder su brillo. Fue director de ballet de la Ópera de París, y trabajó con grandes coreógrafos de danza contemporánea.

Su carácter autoritario, rebelde, intransigente, colérico, y no pocas veces grosero con los bailarines, le valió fuertes críticas y enemistades, lo cual se contrarrestaba con su arrollador talento y personalidad, así como el amor de su público. Siempre comentaba: “qué es la vida sin pasión”.

El bailarín también tuvo presencia en la pantalla grande, para la que hizo varias películas, como Valentino y Exposed, y en la televisión.

Pareja de otro destacado bailarín, Erick Bruhn, Nureyev hizo gran fortuna. Amante del arte, logró una importante colección de obras. También adquirió inmuebles en Francia e Inglaterra.

A pesar de haberse convertido en un ciudadano del mundo, Nureyev siempre sintió gran nostalgia por su tierra rusa y su familia.

Una vez que le fue diagnosticado sida, en 1984, organizó dos fundaciones para jóvenes bailarines. Su lucha contra la enfermedad fue larga y dolorosa; sin embargo, no dejó de trabajar. Su última aparición fue en la ópera Garnier, en 1992, cuando presentó su producción de La bayadera. Murió el 6 de enero de 1993, y fue enterrado con grandes honores en el cementerio ruso de Sainte-Genevieve-des Bois, en París.

 
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