■ Miembros de la mítica banda y vecinos gestionan con el GDF la construcción de un Faro
Ex Panchitos reivindican el derecho al desarrollo cultural y social en Tacubaya
■ Enviaron al gobierno capitalino una carta con tres mil firmas para pedir la expropiación de una antigua academia militarizada
■ “Ahora no con fusiles, sino con palabras”, dice El Canon
Ampliar la imagen “En Tacubaya, desde los tepaltecas, todo se ha conseguido a golpe de lucha. Tenemos una responsabilidad”, expresa uno de los miembros de la banda Foto: Archivo
Tacubaya no tiene una sola casa de cultura: “¿Qué pasa con los chavos que no van a la prepa, que no están en la escuela, que no pueden tener un oficio?”, pregunta Silvia Mercado Álvarez, de la Comisión de Desarrollo Social, enlace con el comité Vecinal América, quien expresa los sentimientos de más de 3 mil vecinos que firmaron una carta dirigida al Gobierno del Distrito Federal (GDF). “Ya no es la droga, es la soledad y la falta de un espacio donde juntarse.”
Desde que la Academia Militarizada México, en la calle Arquitecto Carlos Lazo, se cerró, el edificio, que perteneció a la familia austriaca Haghebeck, ha estado en el punto de mira para la creación de un espacio donde se ofrezcan talleres y, conciertos y dar una salida a los jóvenes de la zona.
“Queremos ir más allá del entretenimiento o de la terapia ocupacional”, señala Silvia Mercado. “Cuando se deja la piedra, la mona, ¿qué se hace con tanta energía? El Faro no es un lujo, sino una necesidad.”
Sin embargo, Gabriela Cuevas, delegada de extracción panista en Miguel Hidalgo, plantea un proyecto muy distinto: una estación de autobuses, según rumores que corren en el vecindario desde hace dos años, aunque sin ninguna declaración oficial.
Al no encontrar respuesta de la delegación, los ex Panchitos y su banda, junto con el Mercado América y los Comités Vecinales, enviaron una solicitud de expropiación al GDF y encuentran cierto apoyo en el Faro de Oriente, aunque ninguna respuesta precisa. “El último heredero de los Haghebeck dejó escrito que se construyera un museo, pero la junta de sus descendientes nunca lo hizo”, dice Agustín Estrada, director del Faro de Oriente, quien añade que el predio de Tacubaya pertenece al patronato, lo cual significa que debe usarse en beneficio de la comunidad.
“Es muy significativo que en un momento en el que el Ejército se está autoinvadiendo, una de las bandas más peligrosas y míticas reivindique el derecho al desarrollo cultural como solución a muchos problemas; el gobierno debería escuchar.”
Símbolo contracultural
Los Panchitos agruparon a más de 500 chavos en los años 80. La ley de pandillerismo los llevó a espacios subterráneos, donde la música y las drogas abundaban por la noche. Fueron iconos de la contracultura junto con sus chamarras, su baile y su ánimo violento; eran símbolo de la calle, de la raza, y un desafío al totalitarismo cultural priísta.
Hoy, algunos ex Panchitos (o sexpanchitos, dicen) visten a sus nietos, pero aseguran con la mirada dura que conocen el tejido social; reconocen que antes eran “corajudos”, pero que no aprecian la violencia gratuita de hoy día.
Tomar la academia militar para crear un centro cultural representa, además de una salida, el giro histórico perfecto: “Sabemos qué nos duele; en Tacubaya, desde los tepaltecas, todo se ha conseguido a golpe de lucha. Tenemos una responsabilidad”, dicen los ex miembros.
Primeras negociaciones
“Somos conscientes de la necesidad real de un centro cultural en un lugar estratégico como este. De momento nos hemos sentado a la mesa con los apoderados legales de la fundación y les propusimos arrendar el edificio; esperamos que el patronato considere la posibilidad de una renta razonable”, explica Liliana López, directora de la Red de Artes y Oficios.
Sin embargo, la Fundación Haghebeck tiene establecido un contrato confidencial con un arrendatario empresarial; no da a conocer su ubicación física, por lo que entablar diálogo resulta difícil.
El interior del edificio de la academia cuenta, según Silvia Mercado, con cuatro mil metros cuadrados; tiene auditorio y grandes salas; patio, comedor, varias salidas y buenos cimientos. “El objetivo de los talleres de algunos Faros es el entretenimiento; nosotros iremos más lejos. Creemos que lo único que cura el alma y abre caminos es la cultura; inclusive queremos plantear la preparatoria a distancia.
“Éste es el único espacio con características estructurales que puede disminuir el costo de la inversión.”
El arquitecto de los Faros, José Allard, así lo ha verificado; se estima que sería necesaria una inversión de unos 30 millones de pesos para rehabilitar y equipar el edificio, así como para pagar los sueldos de 80 talleristas y gestores culturales.
“Si el gobierno es de izquierdas e inteligente, tiene que cumplir su contrato social, porque no hace, pero tampoco da chance”, apunta Silvia Mercado.
“Contamos con la experiencia del Faro de Oriente; llevamos 40 años de lucha. Queremos seguir los caminos legales, pero si no hay respuesta, la gente está dispuesta a todo lo que toque; el barrio está unido, y también podemos jugar con sus tiempos electorales; somos votos, pero somos independientes. Ya paramos el Chedraui, el Wal-Mart; nos organizamos rápido”, advierte Mercado.
“Somos más buenos que el pan”, añade jocoso El Canon, o José Cruz. “Ahora no con fusiles, sino con palabras; aunque, si la raza se levanta...”