Usted está aquí: domingo 25 de enero de 2009 Opinión Ernst Lubitsch en Berlín

Carlos Bonfil
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Ernst Lubitsch en Berlín

La Cineteca Nacional propone actualmente un ciclo de películas silentes, Ernst Lubitsch en Berlín. Lo integran cinco títulos recientemente remasterizados con apoyo de la Fundación alemana FW Murnau, que los cinéfilos en España pueden ya apreciar en una colección de videos que lleva el mismo nombre de esta retrospectiva. Se trata de La princesa de las ostras, No quiero ser hombre, Madame Dubarry, Ana Bolena, Sumurun, y El gato montés. El programa se completa, como en la serie de videos, con un documental que explora los inicios en Berlín de la carrera de Lubitsch.

Aunque de la filmografía del periodo alemán del cineasta se han perdido muchos títulos (cabe mencionar, por ejemplo, que sólo en 1919 Lubitsch realiza cinco filmes, y siete más al año siguiente), en México se han podido ver obras notables, como Carmen, La muñeca y algunos cortos menos concodidos; todo ello, en ciclos propuestos por la Filmoteca de la UNAM, los cuales incluían las obras más célebres, realizadas años después en Hollywood (Trouble in paradise, Design for living, Ninotchka, Ser o no ser, El cielo puede esperar). Una retrospectiva completa (en lo posible) de la obra de Lubitsch es una asignatura pendiente. Su revisión permitirá contrastar el genio cómico de este realizador, heredero del genio teatral de Max Reinhardt y maestro reconocido de directores de la talla de Billy Wilder.

Lo que hoy podemos apreciar en la propuesta de la Cineteca es el modo en que películas como No quiero ser hombre y, sobre todo La princesa de las ostras, con interpretación formidable de su actriz favorita, Ossi Oswalda, prefiguran el tipo de pincelada humorística, mezcla de sofisticación y provocación sensual, que luego se conocería como el “Lubitsch touch”. Ese toque de elegancia en la descripción de pequeños dramas de salón, con equívocos conyugales y soluciones picarescas, iba a contracorriente del cine que comúnmente se identifica más con una renovación expresiva alemana: el expresionismo, con su elogio de las sombras como recurso estilístico y la densidad sicológica de sus personajes. Al lado de las películas de Murnau o Wiene o el propio Fritz Lang, el cine berlinés de Lubitsch, su abandono lúdico en las reconstrucciones históricas, su incursión temeraria en el exotismo oriental, se antojaba de una frivolidad casi irresponsable. Y así lo señalaron, cada uno a su modo, los historiadores canónicos de cine alemán Siegried Kracauer y Lotte Eisner.

En un momento, sin embargo, en que Alemania sufría los efectos de la humillación por la derrota y los primeros efectos de una violenta crisis económica, las propuestas humorísticas del realizador eran bienvenidas, no sólo en ese país, sino también en Estados Unidos, donde Madame Dubarry (titulada ahí Passion), gozaba de una popularidad asombrosa, al punto de competir en la taquilla con el cine de D.W. Griffith. A Lubitsch se le conoció, por un tiempo, no sin cierta exageración, como el Griffith alemán, en primer lugar por el aliento épico de algunas realizaciones, donde la muchedumbre en primer plano era contrapunto obligado de los juegos de alcoba y desventuras amorosas de la monarquía, y también por la forma en que el director alemán aprovechó al máximo muchas de las innovaciones técnicas primeramente ensayadas por su colega estadunidense.

En el ciclo que propone hoy la Cineteca será un placer deleitarse con los desplantes imperiosos y las picardías estudiadas de la actriz Pola Negri; con el juego de ambiguedad sexual (impensable en el Estados Unidos de la época) en No quiero ser hombre; con el delirio escénico de El gato montés y su inocultable burla a las ilusiones del belicismo. Lubistch critica aquí con gran desparpajo al ejército, aunque en ningún momento se propone mayores cometidos de análisis político o social. Una sola vez, en plena segunda guerra mundial, regresaría al tema, con Tener o no tener. Pero esa es ya otra historia, es la prolongación notable de ese “toque Lubitsch” que falta por revisar cabalmente, pero que en los títulos que hoy se presentan tiene ya una prefiguración elocuente.

Lubitsch en Berlín se exhibe en la sala 4 de la Cineteca Nacional.

 
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