A la mitad de foro
■ La terca realidad y lo que cambió
Ampliar la imagen Concentración del pasado martes en Washington durante la toma de posesión de Barack Obama en la presidencia de EU Foto: Reuters
La Gran Bretaña en recesión, dicen las primeras planas de la prensa en crisis. Europa toda en números negativos: Francia, Alemania, Italia, España. Los bancos del mundo no dan crédito. Los habitantes del consumismo desparpajado aprietan los puños y dejan de hacer todo gasto no indispensable. Los mercados de valores siguen a la baja y en Estados Unidos de América se pierden más de 500 mil empleos este mes; a sumar a los millones acumulados en los meses finales de la ortodoxia dogmática y el desplome del mito del mercado financiero libre de toda regulación.
Llegó el fin del pasado. Barack Obama asumió la presidencia de Estados Unidos de América ante una multitud esperanzada, hombres y mujeres dispuestos a oír la verdad y a reconocerse ciudadanos, con los derechos y responsabilidades que ese título conlleva. Obama inició su discurso dirigiéndose a sus “conciudadanos”. La fórmula habitual es “fellow americans”; él dijo: “fellow citizens”. Y volvió a resonar el reclamo igualitario de Thomas Paine; con la serenidad de quien se sabe mandatario de un pueblo plural, de diversas razas, orígenes y religiones, Barack Obama reivindicó a los librepensadores que llevaron a la separación de Iglesia y Estado: Somos, diría, un pueblo conformado por cristianos, judíos, musulmanes, hindúes y no creyentes.
Con los no creyentes, ciudadanos todos de un Estado laico. Separación de Iglesia y Estado, tan firme como la separación de poderes. No confrontación ni ruptura: separación, lisa y llana. Tan clara como la firmeza con que Obama proclamó la voluntad de restaurar los valores en que fincó su voluntad de grandeza la primera república de la era moderna. Y para decir al mundo que Estados Unidos está dispuesto a volver a ser líder. No por la fuerza de las armas, sino de las ideas. La voz de Paine y el eco de Abe Lincoln, de Martin Luther King, del llamado de George Washington a superar todos los obstáculos para alcanzar la independencia, la condición de ciudadanos.
La multitud era testigo y personaje central del momento en que cambió el curso de la historia. Obama, mulato, hijo de un inmigrante nacido en una pequeña aldea de Kenia, habló del duro trabajo de quienes construyeron la grandeza; de las manos encallecidas en el cultivo de la tierra; de quienes soportaron los azotes del látigo. Y esta fue casi su única referencia a la esclavitud. Casi al final, rescataría la esperanza en el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, al decir sin amargura alguna que el hijo de un hombre que hace 50 años no hubiera podido entrar a los restaurantes de la gran capital, rendía protesta en ese momento del cargo de presidente de Estados Unidos de América.
Ha llegado la hora de abandonar las cosas de niños, dijo. Hay que asumir la responsabilidad de nuestros actos. Hay que decir la verdad. Millones se unieron a las multitudes que tomaron posesión de Washington, dispuestos a creer la verdad, a aceptar el llamado de quien supo reconocer el presente para proponer el futuro. Se ha movido el piso bajo sus pies y los cínicos no se han dado cuenta, dijo. Ahí está la clave del cambio que llegó y de cómo propone conducirlo quien asume el liderazgo al hundirse el oximoron de las finanzas sin regulación, al exhibirse la miseria moral del fundamentalismo neoconservador y la acumulación sin límites en medio del hambre de millones de habitantes de la Tierra.
“Y sin embargo se mueve”, dijo Galileo después de sentenciarlo la Iglesia al silencio. En este año de la astronomía hay quienes creen plana la Tierra y se niegan a reconocer que se ha movido bajo sus pies. No se trata del burdo debate entre tener un gobierno grande o uno pequeño; hay que tener un gobierno que funcione, dijo Obama; que trabaje en beneficio de la mayoría, de los débiles, de los marginados. Lo que no funcione, hay que desecharlo, y persistir en lo que sirva para alcanzar los objetivos propuestos.
Que era un personaje carismático, con facilidad de palabra, transformado por los medios de comunicación en “una personalidad”, dijeron al empezar su campaña. Barack Obama es un líder. Con una notable capacidad de organizador político, entendió su tiempo y las herramientas que la ciencia ha puesto en manos de quienes reconozcan sus potencial formidable; reclutó simpatizantes por medio de Internet y logró sacudir las conciencias de millones de jóvenes desalentados por el cinismo y la distorsión de la política al servicio de los grupos de poder real, de la oligarquía. Se registraron millones y decenas de miles trabajaron como voluntarios en la campaña que llevó a Obama a la victoria electoral.
Hay quienes se aferran a los dogmas de la ortodoxia neoconservadora. Aceptan las medidas “contracíclicas” propuestas por Felipe Calderón, pero insisten en que se trata de algo temporal. Asumen, dijo ayer Gustavo Gordillo en estas páginas, “que no se requiere una transformación del sustrato político e ideológico de la política económica, sino sólo adecuaciones, algo así como Keynes sin keynesianismo”. Juárez sin las Leyes de Reforma. Y la jerarquía católica se reúne en el Teatro de la República, donde los constituyentes nos dieron norma y programa. Y ahí lanzan anatemas contra el laicismo “anticuado”, “decimonónico”, de los mexicanos.
En las primeras horas de despachar en la Casa Blanca, Barack Obama decretó la inmediata suspensión de juicios militares y dispuso cerrar, en el plazo de un año, la oprobiosa prisión de Guantánamo, símbolo de la traición a los principios de justicia y respeto a los derechos humanos; firmó una orden ejecutiva que anula la prohibición de otorgar ayuda estadunidense a organizaciones internacionales de salud para mujeres que ofrecen servicios o información sobre el aborto; habló con los gobernantes de Palestina, Israel, Jordania y Egipto. Reunido con líderes legislativos de los dos partidos, en busca de un acuerdo para promulgar el paquete de recuperación económica en febrero, el presidente Obama dijo: “Francamente, las noticias no son buenas; y el acuerdo es esencial para generar de tres a cuatro millones de empleos y reactivar la economía.”
Liderazgo y capacidad a prueba: la respuesta obligada de invertir fondos públicos, frente al dogmatismo de quienes se aferran al modelo fracasado y reclaman reducir impuestos. El plan del Ejecutivo será aprobado por mayoría, con el voto bipartidista. La tierra se movió bajo sus pies y afloró la terca realidad: el mercado, el formidable instrumento para crear riqueza, pero no para distribuirla; sin reglas estalla la burbuja de la codicia sin medida.
Este año elegiremos 500 diputados federales. El PAN de Germán Martínez cae estrepitosamente. Andrés Manuel López Obrador pide apoyo nacional para PT y Convergencia, y pide votar por el PRD en el Distrito Federal. Así las cosas, el PRI podría alcanzar la mayoría absoluta si gana en 163 distritos y suma 42.2 por ciento de los votos en todo el país.
Gobierno dividido es aquel en el que el Ejecutivo no tiene mayoría en el Congreso. Hace falta liderazgo político y convicciones republicanas para convocar a la unidad y concertar voluntades para superar las crisis. Pero hay quienes prefieren encender cirios o prender hogueras de vanidad fantasiosa para desmentir a quienes dicen que somos un Estado fallido. La nuestra es, ante todo y sobre todo, crisis de la clase dirigente: una crisis de liderazgo.