■ El festival alternativo se mantiene como el más firme del mundo, desde su inicio, en 1985
Tras 25 años, Sundance insiste en contar historias con libertad
■ En 10 días las salas de Park City proyectan más de un centenar de cintas independientes, entre el glamur inevitable y famosos sonrientes y accesibles que transitan por las calles
Ampliar la imagen Al coincidir el público cinéfilo de la muestra de cine con el turismo esquiador, éste podría borrar al festival a no ser por los famosos Foto: Reuters
Park City, Utah, 22 de enero. ¿Cómo puede darse un hervidero con tanta nieve alrededor y en un clima bajo cero? Un hervidero de gente, de vanidades, de curiosidades ávidas de chisme. La fama camina por la calle principal, y casi única de este poblado montañés a menos de una hora de Salt Lake City, capital mundial de la religión mormona.
El festival cinematográfico de Sundance, por debajo de las inevitables capas de glamur, representación y cotorreo mediático, es una reunión de gentes que insisten en contar historias libremente y de las maneras más diversas posibles. Ha sido el festival de cine alternativo más firme en el mundo, tras 25 ediciones desde 1985. “Story time”, se lee por todas partes.
Y si una idea sostiene este encuentro es defender la libertad de expresión. Lo ha logrado tan alternativamente que ya es una institución en sí, el Sundance Institute, fundado y presidido por el actor y cineasta Robert Redford. “Liberar al artista. Liberar a la audiencia. Sundance en cualquier idioma significa apoyo a la narración independiente.”
A caballo entre dos eras políticas estadunidenses, el festival comenzó en días de Bush y concluirá en los de Obama. Tal vez por eso el ambiente en Park City tiene algo de triunfal. Se siente un gran respiro en los asistentes, la mayoría estadunidenses blancos con poder adquisitivo a la altura de las boutiques y galerías que pueblan Main Street de arriba abajo.
Al coincidir el público cinéfilo de la muestra cinematográfica con el turismo esquiador, el segundo podría borrar al festival a no ser por las estrellas. Sundance es, entre otras cosas, importante escaparate del show bizz, aunque con ciertas dosis de riesgo. Acá vienen el guasón Jim Carey y el galán Ewan McGregor a explicar por qué hicieron una película de amor homosexual (I love you, Phillip Morris, de Glenn Ficarra y John Requa).
O bien Liam Neeson y James Nesbitt, en un acto “de irlandeses”, en el Egyptian Theatre de Main Street, hablan sobre la reconciliación en Irlanda del Norte tras la guerra civil, en la estela de la dolorosa Five Minutes of Heaven (Oliver Hirschbiegel), que relata el encuentro entre un asesino y el hermano de su víctima 33 años después de que sus respectivas vidas fueron destruidas por ese crimen. Y como entre irlandeses te veas, trajeron como invitado especial a Pierce Brosnan, también conocido como James Bond.
¿Quién es ese fortachón que carga un karma de rudo y en ocasiones malo, rodeado de guardaespaldas que se parece a Benjamin Bratt, pero no es seguro? Los transeúntes se detienen, que para eso están, toman fotos, hacen exclamaciones, se emocionan, se preguntan si es o se parece.
Los famosos irradian fama. La gente los identifica aún sin saber de quién se trata. “Esa es famosa. ¿Cómo se llama?” En un balcón son entrevistadas para alguna televisora Uma Thurman y Kristin Stewart, y todo mundo mira para arriba y se hace embotellamiento por ver a las guapas. También puede venir calle abajo Robin Williams, sonriente y bien abrigado, accesible, tomándose fotos con la gente al pasar.
Están los músicos, como Slash, Him and She (de Zoey Deschanel, la ascendente estrella que aquí presenta 500 Days of Summer, de Marc Webb). O Marc Ribot, el virtuoso guitarrista de Tom Waits y Los Cubanos Postizos, quien junto con el jazzero John Zorn musicalizó El general, documental de Natalia Almada, mexicana radicada en Nueva York y bisnieta de Plutarco Elías Calles, sobre el caudillo ganador de la Revolución Mexicana y sus karmas, sobre la abuela de la cineasta (la elusiva Alicia Calles) y sobre diversos aspectos del centro de la ciudad de México en la actualidad. La producción es estadunidense.
Sundance ofrece, por naturaleza, un empacho de historias. Más de un centenar de películas en 10 días, con varias funciones cada uno. Unas compiten, otras se estrenan, otras se muestran. Una que otra se rememora bajo programa, como Sexo, mentiras y video (Steven Soderbergh, 1989), típico producto “histórico” de Sundance.