Editorial
Guantánamo: cierre, avance y pendientes
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, firmó ayer –en su tercer día de gobierno– las órdenes ejecutivas para el cierre definitivo, en “un lapso no mayor de un año”, del centro de detención de la bahía de Guantánamo, Cuba, y emitió instrucciones para que, en tanto la clausura se concrete, los sospechosos de terrorismo ahí recluidos sean tratados de conformidad con las directrices consagradas en la Convención de Ginebra.
Con esta decisión, anunciada a unas horas de que el propio Obama suspendiera los procesos judiciales que se siguen en esa prisión, el nuevo mandatario estadunidense cumple con una de sus principales promesas de campaña y debe celebrarse que así sea: ante el desastre humanitario provocado por la era de George W. Bush; el rosario de agravios y crímenes de lesa humanidad cometidos en el marco de la “guerra contra el terrorismo”, y el profundo deterioro que esto provocó en la imagen internacional de Estados Unidos, la administración entrante tiene la responsabilidad de actuar con prontitud y tomar las medidas necesarias para avanzar en la restitución de la legalidad internacional, y para reparar, en alguna medida, la catástrofe política y moral en que fue sumida la nación más poderosa del mundo. Para esto último, sin embargo, no basta con el cierre de la cárcel de Guantánamo: es imprescindible que el presidente estadunidense haga lo mismo con prisiones similares como las de Abu Ghraib, en Irak, y Bagram, en Afganistán; que avance en la investigación puntual de los delitos cometidos en esos centros y en otras partes del planeta, y que se sancione ejemplarmente a los responsables.
Desde otro ángulo, el cierre de Guantánamo vuelve a poner en perspectiva el carácter insostenible de la presencia militar de Estados Unidos en territorio cubano. A más de un siglo de la cesión de esa bahía a Washington, como parte de un acuerdo de corte colonialista, el día de hoy anacrónico, es claro que la permanencia de la base naval estadunidense representa un factor adicional de discordia entre ambos países.
Las de por sí conflictivas relaciones entre Washington y La Habana sufrieron una escalada de tensión durante la administración Bush con la aplicación de medidas intervencionistas dirigidas hacia Cuba: el fortalecimiento de las transmisiones radiales y televisivas de propaganda contra el régimen castrista; el empeño en obstaculizar las remesas a la isla y el recrudecimiento del infame embargo comercial que Estados Unidos mantiene contra la nación caribeña desde hace décadas.
En el momento presente, sin embargo, cuando lo que se necesita es una reconfiguración del papel de Washington en todos los terrenos, incluido el diplomático, es deseable y necesario que el gobierno de Obama muestre un cambio de postura hacia la isla y emprenda medidas como la devolución de la bahía de Guantánamo a Cuba y la finalización del bloqueo económico contra esa nación, un castigo inhumano, injusto, ilegal y estéril contra el conjunto de la población cubana y que es objeto de una condena casi unánime en el ámbito internacional. Tales medidas, además de actos de elemental justicia, serían por demás positivas para las perspectivas de un acercamiento entre ambos países, y un paso importante con miras a la normalización de las relaciones de Estados Unidos con otras naciones de América Latina.
Durante la campaña electoral, Barack Obama, entonces aspirante demócrata a la Casa Blanca, se dijo dispuesto a dialogar con el régimen cubano. Cabe esperar que el hoy mandatario estadunidense mantenga esa disposición y actúe en consecuencia.