Isocronías
■ Imagen acústica del nombre
Hablar poesía y hablar de poesía son cosas diferentes, por supuesto, si bien puede darse en ocasiones la fusión de ambas (ensayos inspirados, por ejemplo; poemas que son a la vez la exposición de una poética). Hablar poesía (o escribirla, se entiende) es constitutivo del poeta, de quien la habla (y no sólo los poetas profesionales, por así adjetivar, hablan poesía); hablar de poesía tiene que ver con el discurso, que atiende o tiende a un objeto y que aunque compromete al que habla (o escribe) no lo hace a grado tal que pueda confundirse (o fundirse) con el sujeto emisor: no es lo mismo “esto soy yo” que “esto pienso yo”.
La anterior consideración quisiera no ser sino un comentario, acaso glosa, de algo mucho mejor planteado por David Huerta en la más reciente entrega de la Revista de la Universidad de México. Me apena la comparación pero tendremos que citarlo: “El poeta es su poema; si fuera nada más ‘el autor’ de su poema, formaría parte, con naturalidad –con una especie de naturalidad museificada–, del acervo inactivo o inerte de la cultura, de la ‘inepta cultura’ (López Velarde).” Citando a su vez al ya fallecido crítico Hugh Kenner, Huerta se refiere a la identificación sustantiva de Ezra Pound con el espondeo: “era, él mismo, el espondeo (pie o cláusula de dos sílabas largas o para el caso tónicas), é-pé, EP”.
Eso me hizo recordar algo en principio mucho más rústico, elemental y supondré que lúdico, ocurrido hará 20 años, quiero imaginar, en Guadalajara, en un taller al que me invitó la universidad pública de esa ciudad (y de Jalisco), por lo demás mi alma mater. Buscando compenetrar a los asistentes (olvidaba decir que se trataba de un taller de poesía tradicional) con los asuntos del metro y el ritmo les sugerí que, como en las ruedas que se hacen en las fiestas, pasaran a bailar su propio nombre (con apellidos, claro está). Aunque no faltan los nerviosos, los reticentes, la verdad es que todos se “aventaron” y se consiguió un ambiente de euforia que facilitó muchísimo la explicación. Dudo mucho que a estas alturas se hayan olvidado de qué tipo de metro y ritmo tiene su respectivo nombre.
En la puerta del salón, esperando a alguien (no creo necesario, aunque bueno sería, especificar más allá, que no he pedido la autorización debida), estaba un terapeuta dueño actualmente de un muy merecido reconocimiento. Le interesó el ejercicio y con el tiempo me confió que de otra manera lo había aplicado con sus pacientes. Recurría en sus sesiones a la formación de frases con la estructura métrica y rítmica del nombre de la persona con quien estaba y se dio cuenta de que en esos momentos la persona en cuestión daba muestras de mayor interés, comodidad, acaso contento (son mis palabras, no las de él), se dejaba sentir más ella misma.