Teotihuacán: entre Novo y los talibanes
El 3 de abril de 1968 fue inaugurado el espectáculo Luz y sonido en Teotihuacán. Se buscaba entonces lo mismo que ahora, es decir, hacer del turismo un “detonador” económico de la región. Se imaginaban hoteles en los municipios que rodean a las pirámides y en el acercamiento de nuestra historia a las jóvenes generaciones: ¡cualli tonalli!
Los diarios de entonces dieron cuenta de la “fastuosidad” de ese espectáculo, que ahora nos parecería ridículo pero que en plenas Olimpiadas acarreó un turismo masivo de entrada por salida. Los turistas que visitaban Teotihuacán de noche, lejos de dormir en el estado hoy gobernado por Enrique Peña Nieto, pernoctaban, como siguen haciéndolo ahora, en la ciudad de México.
Pero si la tecnología de aquella puesta en escena nos haría esbozar hoy una sonrisa, es necesario apuntar que el guionista del espectáculo impulsado por el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz no fue un improvisado: escribió el guión el poeta y dramaturgo Salvado Novo, cronista de la ciudad, autor del entonces ya clásico Nueva grandeza mexicana y de un “librito” publicado por el Departamento de Turismo en 1967, lleno de erudición sin pedantería: Teotihuacán, la ciudad de los dioses, que tuvo, por cierto, su versión en inglés: Teotihuacan, the city of the Gods.
Una ventaja adicional que tuvieron los contratantes de Novo hace más de 40 años es que, tal era la pasión del poeta por el pasado prehispánico, que aprendió a hablar, como pocos, el náhuatl. Por cierto, son de una curiosidad deliciosa las cartas y telegramas que tuvo con Ángel María Garibay encriptadas para los profanos en la lengua de Nezahualcóyotl.
Novo fue el orador principal del espectáculo de entonces, como lo registró la prensa en su edición del 4 de abril de 1968. Luz y sonido durante más de 20 años ni fomentó el turismo de la región en las proporciones que aseguraron sus promotores, ni incrementó el gusto por la cultura prehispánica si nos atenemos a la matrícula de los estudiantes de náhuatl en el país y al consumo de tenis que vinieron a sustituir a los huaraches en no pocas comunidades indígenas del estado de México. Probablemente han llevado más visitantes a las pirámides de Teotihuacán grupos religiosos new age para cargar con “buenas vibras” a sus adeptos, que los osados secretarios de turismo del estado de México y del gobierno Federal.
Roberto Gallegos, director de la Zona de Arqueológica de Teotihuacán en los años 90, ha dicho, sin hipérbole, que en aquella época “desconectamos los cables” de Luz y sonido para impedir el deterioro de la zona y porque ni siquiera ya eran rentables “los altos costos de la luz”.
El turismo en zonas arqueológicas ha tenido en nuestro país más costos que beneficios. El caso de Tulum, una de las zonas más visitadas del país, es paradigmático. El famoso corredor turístico Cancún-Tulum ha fomentado el crecimiento de una mancha semiurbana que siembra basura y tira selva a su paso, y cuyo desarrollo económico es tan cuestionable como el que se ha logrado en los siete municipios aledaños a Teotihuacán. Tulum es la clara imagen del progreso improductivo llevado a las zonas arqueológicas.
Si nos atenemos al Inegi, el número de visitantes a las 18 zonas arqueológicas abiertas del estado de México disminuyó entre 2003 y 2006 casi 30 por ciento. Por esa tendencia no resulta descabellado imaginar que la guerra contra el narco y su estela de cabezas rodantes mermará aún más el flujo turístico a la entidad. ¿Se imagina cuáles serán los datos sobre turismo de 2007, 2008 y 2009 con un mundo además en plena recesión? Los empresarios del sector turismo ya anunciaron, por lo pronto, que detendrán la construcción de hoteles en todo México por la incertidumbre económica del país.
El turismo, lo sabemos, es una importante fuente de divisas, pero sólo una parte insignificante de las mismas se invierten en la conservación de nuestro patrimonio. Tiene razón el gobernador Peña Nieto cuando dice que en el caso de Teotihuacán debemos escuchar la voz de los expertos. Por fortuna ya hablaron: los representantes de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) ordenaron suspender el montaje del espectáculo Resplandor teotihuacano porque afecta seriamente las pirámides del Sol y de la Luna.
Si el fracaso de Luz y sonido inaugurado por Novo no generó recursos suficientes en su última etapa ni siquiera para pagar la luz que consumía, ¿dónde estará el negocio de Resplandor teotihuacano? Por lo pronto Philips, la multinacional fabricante de focos, ya registró la marca Teotihuacán, por lo que será la única empresa que comercializará mundialmente la imagen de las pirámides iluminadas. ¿Eso será parte de la derrama económica para la región?
Para destruir monumentos con base en horadaciones ya tenemos con los talibanes de Afganistán, que perforaron con disparos los colosales Budas de Bamiyán. Sería terrible descubrir que algunos de los funcionarios que insisten en destruir Teotihuacán sean los primeros talibanes nacidos en México.
Existen muchos ejemplos en el mundo sobre cómo explotar zonas arqueológicas sin afectarlas. ¿Se imagina a nuestras autoridades del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Turismo, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y estado de México si tuvieran en sus manos Stonehenge, el Santo Sepulcro o el Vaticano? ¿Harían del monumento inglés una marquesina con foquitos para hacer más divertido el círculo de piedra? ¿Instalarían “El tren de la cuevita” en el lugar en el que María Magdalena miró al Cristo resucitado? ¿Cómo “actualizarían” al Vaticano…?
Cuando el INAH censuró una campaña de difusión turística en Hidalgo porque aparecían monumentos históricos sobrepuestos en los senos desnudos de la actriz Irán Castillo, el vocero del instituto dijo que las zonas arqueológicas “no debían ser usadas como escenografías”, como “escenarios”. ¿No es en esencia eso Resplandor teotihuacano? ¿Una puesta en escena que nos resultará muy cara por la afectación del patrimonio?