Astillero
■ ¿Tiempos nuevos?
■ Cromática política
■ Primavera católica
Ampliar la imagen ADIÓS A ZAPATAZOS. Para despedir el régimen de George W. Bush, denominado el peor presidente estadunidense de todos los tiempos, niños, jóvenes y adultos se reunieron frente a la embajada de EU en el Distrito Federal y lanzaron zapatos y tenis contra la sede diplomática Foto: José Carlo González
Una euforia cosmética recorre Estados Unidos, esperanzado el imperio decadente en resurrecciones y mejorías a partir de cambios en la pigmentación corporal de quien ha llegado al punto más alto de la estructura formal cuyo asiento escenográfico está en la Casa Blanca. El entusiasmo mediático que provoca Obama es proporcionalmente inverso a las primeras reacciones que le ofrecen los nichos reales de poder: las bolsas de valores y los grandes capitales le saludan con pérdidas que constituyen medidas de apremio para que el Hombre del Momento apruebe paquetes económicos de ayuda a gusto de quienes medraron durante décadas al amparo de las teorías de la libertad de mercado que hoy esconden con premura entre las solicitudes de dinero público para solucionar crisis de capitales privados; otra bienvenida emponzoñada le fue preparada en Gaza, donde los barones de la guerra desplazaron hasta extremos de barbarie la política aliada de Estados Unidos e Israel para impedir que, al llegar a la silla ceremonial de mando, el presunto abanderado del cambio pudiera caer en las tentaciones de retroceder o modificar puntos esenciales.
El tamaño de la esperanza puede ser también el tamaño de la decepción. Obama será mejor presidente que Bush casi por imperativo de la naturaleza, pues sólo esforzándose con gran oficio le sería posible a una persona ilustrada y con sensibilidad política y social, como lo es el nuevo presidente de Estados Unidos, caer en los abismos humanos en los que se regocijó el gran criminal texano. Pero no son las buenas intenciones las que cambian por sí mismas las realidades estructurales, y mucho menos si son de la dimensión y complejidad que vive en este momento el imperio desfondado (aun cuando la formación intelectual es diametralmente opuesta entre Obama y Vicente Fox, es difícil no recordar las expectativas sin fundamento que generó entre masas mexicanas ávidas de cambios mágicos el merolico del Bajío que acabó hundido en la corrupción). El color de la esperanza es, irónicamente, negro, y no sólo por la piel del nuevo poderoso de la tierra, sino porque de la resolución de los graves problemas económicos y sociales de la nación hasta ahora globalmente rectora dependerá la eventual recuperación de los países que le son subordinados, México de manera destacada entre ellos. Prudencia y sensatez serán necesarios para acompañar y entender el difícil proceso que le espera a Obama, sabedores todos de que el poder real del imperio no está en sus figuras públicas ni en sus criaturas mediáticas (por cierto, el grado de complicidad o complacencia de Obama con el pasado inmediato podrá ser medido a partir de la respuesta que dé a la exigencia del relator especial de Naciones Unidas sobre casos de tortura, Manfred Nowak, quien desde Berlín ha dicho que “hay pruebas suficientes” de la comisión de esos abusos extremos en Guantánamo y que los responsables, que deben ser enjuiciados, son el propio Bush y quien fue su secretario de defensa, Donald Rumsfeld. Si el nuevo mandatario desea enterarse del alto costo adverso que conlleva el encubrimiento del antecesor puede preguntarle a Calderón respecto a Fox, esposa y familiares).
El Teatro de la República, en Querétaro, también puso en escena su nueva producción, el monólogo expansivo del cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado del Vaticano que gracias a las indulgencias históricas del panismo gobernante lanzó un llamado a la evangelización de la cultura y abogó por la instalación de contenidos abiertamente católicos en las universidades mexicanas ni más ni menos que en el histórico escenario constituyente al que el propio funcionario extranjero llamó “lugar sagrado del laicismo”. La avanzada ideológica de las fuerzas vaticanas pronunció su nuevo Plan Educativo para México en terreno altamente propicio, pues el gobernador Francisco Garrido, el presidente del municipio de la capital, Manuel González Valle, y el obispo Mario de Gasperín han fortalecido el conservadurismo y la intolerancia. La conferencia del cardenal Bertone, sobre asuntos de educación y cultura, fue la primera acción práctica desprendida del Encuentro Mundial de Familias que recién concluyó y a la que se sumó y encomió el jefe formal del Estado mexicano. A la sesión católica de Querétaro fue convocada la República de las Universidades Privadas Católicas, la intelectualidad relacionada con esa visión del mundo, el Estado Mayor Obispal, monjas en traje de faena y políticos panistas. En respuesta a preguntas del público que fueron debidamente seleccionadas por el “periodista de la fe”, Jaime Septién, Bertone convocó a que se desate “una primavera de los laicos católicos”. Antes, el filósofo Rodrigo Guerra, al presentar al conferencista, había denunciado que los católicos sufren la “intolerancia de los tolerantes” y convocó a los presentes a un nuevo “protagonismo cristiano”. Todo bajo los nombres, escritos en letras de oro en los muros de honor, de los mexicanos que redactaron la Constitución vigente.
Astillas
Jesús Ortega asegura que Andrés Manuel López Obrador votará por el PRD el próximo julio. Las palabras del Chucho Mayor parecieran sugerir que se ha llegado a un acuerdo en el partido del sol azteca para que en su interior se resuelva la lucha por candidaturas a diputados federales, con lo que los partidos Convergencia y del Trabajo no recibirían el flujo electoral derivado del ex aspirante presidencial. El jaloneo por las postulaciones está en su mero apogeo y todo hace suponer que el tabasqueño repartirá su influencia política entre la casa original, pintada de negro y amarillo descascarados, y sus nuevos aliados electorales que también piden pruebas de amor en las urnas... Y, mientras el IFE y el tribunal electoral federal siguen en sus pleitos de cúpula, dedicados a la contemplación de sus mundos de miniatura, sin darse cuenta de que forman parte del museo político de la inutilidad y que su credibilidad cae constantemente, ¡hasta mañana, en esta columna de color!