El cambio manifiesto
El final de la era Bush no será menos imperio, pero quizás sea el fin del tiempo de la mediocridad. No hay cambio en la idea del “destino manifiesto”, pero sí cambios que cambiarán el mundo.
En México también está por suceder un cambio manifiesto en la correlación de las fuerzas políticas. Hasta julio de este año, la izquierda electoral representada en el Congreso tendrá 35 por ciento, casi 20 por ciento por encima del PRI, la fuerza del viejo régimen, que ahora se prepara para convertirse en la primera fuerza del Poder Legislativo.
Si para allá va el futuro político en México, se tendrá que hacer un balance de cómo y por qué sucedieron así las cosas y qué llevó a la izquierda electoral a una pérdida en la correlación de fuerzas, que a su vez, a lo largo de estos tres años, no fue aprovechada para ser la protagonista central de las reformas, salvo en el último momento, con la energética; del porqué no hubo claridad en el uso de esta correlación de fuerzas favorable y la fuerza se diluyó hasta naufragar en medio de actos que generaron expectativa de lucha, pero que no llevaron a nada.
Hoy, ante el peligro de perder todo, queda una rendija por la que se puede intentar la recomposición. Son miles los que han abandonado el tren de la expectativa, no por la dureza de la lucha, que siempre ha sido así, sino por el desperdicio de fuerzas ganadas en las urnas. ¿Cuál será el papel de los nuevos legisladores, si hubo un tiempo en que se creyó que no sirven para nada, sino sólo para “hacerle el juego al enemigo”? Así se les ha dicho a las bases y a los ciudadanos, pero ahora se llama a votar por los nuevos legisladores. ¿Qué hacer ahora, cuando hasta julio se tuvo una fuerza equivalente a la del PAN, muy superior a la del PRI?
No basta reconstruir el ánimo ante el fin de la mediocridad; se requiere un programa de objetivos claros que convoque y convenza de que se busca tener legisladores no como base financiera de grupos y corrientes, sino para sustentar cambios y dar contenido a la convocatoria del contenido.
El PRD en particular, sobre sus aliados, que no llegan en las últimas encuestas ni al uno por ciento y que ha hecho fracasar los intentos de su destrucción, tiene la enorme tarea de librarse de sus propios errores, volver a la vida colectiva y de pensamiento claro sobre los objetivos propios, pues no basta resistir sin trabajar en la construcción de lo propio. No se puede seguir entre las patas de los caballos (PRI y PAN) sin tener posición propia.
Como parte de este momento, el PRD y la izquierda no pueden ya sostenerse sin un balance de lo que ha sido su papel como gobierno. Partiendo desde los primeros municipios arrancados al PRI en Juchitán, Oaxaca, en 1977, hasta hoy, cuando que gobierna formalmente varios estados y el Distrito Federal, debe hacerse el balance crítico y autocrítico de lo que han sido y pudieron ser gobernando en medio de las políticas más conservadoras y neoliberales. No hacerlo significa que la izquierda en los gobiernos terminó siendo funcional para mantener la estabilidad en favor de las políticas más agresivas, pero sin construir bases claras para generar perspectivas populares.
Un punto en este balance es si los gobiernos de izquierda favorecieron la organización social autónoma e independiente, con capacidad de combate, gestión y vida democrática, como muchas de las que se construyeron entre 1968 y el año 2000. Si el neoliberalismo destruyó el concepto del valor del trabajo, el tejido social, la vida comunitaria que se fue haciendo por obra de miles de activistas y militantes, ¿qué ha hecho la izquierda como gobierno en ese tiempo?
No podría dejarse de lado la experiencia de los caracoles, promovida por el EZLN, que son formas de gobierno, hoy consideradas como una experiencia local, pero que es necesario conocer en sus principios de buen gobierno y compromiso, que sin duda son universales.
El balance de la izquierda en la ciudad de México y los municipios conurbados es fundamental, bajo el reconocimiento de que los gobiernos locales, los municipales y en el Distrito Federal, las delegaciones políticas, son la base para crear unidad entre el programa y la práctica.
Esto es el sustento para pensar la reforma política del Distrito Federal, avanzar hacia las formas municipalistas y los cabildos ciudadanos, donde se establezcan nuevos lazos entre ciudadanía y gobierno.
Si hay cambio manifiesto, renovemos, cambiemos o abriremos condiciones para la derechización, como hoy se ha contribuido a un cambio en la correlación de fuerzas contra la izquierda misma. Que se abra la casa y se ventile de nuevo la crítica y la autocrítica para reconstruir y repensar, desde la vida cotidiana, lo que está sucediendo en el mundo.
Este cambio manifiesto nos debe hacer pensar en convertir la crisis no en resentimiento, sino en el valor de los derechos, el trabajo, la democracia participativa y activa. Vayamos.