Obama
El martes 20 de enero hacia el mediodía Barack Obama se convertirá en el presidente número 44 de Estados Unidos. Con 47 años de edad es uno de los presidentes más jóvenes. En el siglo pasado, Theodore Roosevelt tenía 42 cuando tomó posesión, Kennedy 43 y Clinton 46.
Llega a la presidencia en un momento crispado para su país y el mundo. Sucede en el poder a George W. Bush, cuya presidencia fue marcada de manera temprana y decisiva por los ataques del 11 de septiembre de 2001 y sus secuelas.
También llevó al límite las contradicciones propias de la política y la ideología conocidas como neoliberales y deja una crisis económica y social mayúscula. Se va con una aprobación popular que, según distintas encuestas, está entre 24 y 33 por ciento, rechazo que se extiende por muchas partes del planeta.
Bush dio su última conferencia de prensa en el cargo el 12 de enero y defendió su mandato, pidiendo reconocimiento por las decisiones que había tomado, aunque no fueran compartidas. Confía, como ha señalado repetidamente en los últimos meses en que la historia lo absolverá, a pesar de que de inmediato se sabe repudiado por muchos. Ya se verá.
La elección de Obama fue un proceso llamativo sin duda. Entre otras cosas, por el carácter de su candidatura, era un organizador social, un político con experiencia local y senador apenas desde 2004; por la forma en que se fue fortaleciendo dentro del Partido Demócrata y en la que enfrentó a la nueva y poderosa dinastía Clinton.
Asimismo, destacó por la consistente contienda en la que se trabó con los republicanos. Con McCain no logaron remontar la carga en que se convirtió Bush para una derecha que quedó bastante desgastada y desorientada.
Su llamado al cambio fue convincente y tuvo eco en una sociedad cansada y con falta de confianza en su gobierno, su sistema económico y muchas de sus instituciones.
Su arribo a la presidencia es también notorio porque será el primer presidente no blanco de ese país, pues es hijo de padre keniano y madre blanca de Kansas. La historia tiene sus ironías y su segundo nombre es Hussein. Su familia será la primera de extracción negra en ocupar la Casa Blanca.
Fue electo en un entorno político de fuertes cuestionamientos en prácticamente todos los ámbitos de la escena nacional y de fricciones internacionales.
No son fácilmente encasillables la sociedad y la cultura estadunidenses. Representan fenómenos complejos que no pueden comprenderse mediante la simplicidad con la que muchas veces se analiza lo que ahí ocurre y que es producto de una ideología tan burda como la que se pretende criticar.
Obama llega en un momento en que esa sociedad y su enorme influencia mundial requieren de una renovación; ésa es una marca de la administración que está a punto de empezar.
Las expectativas al respecto son muy grandes. Tal vez demasiado grandes. Las encuestas muestran que casi 70 por ciento se dice entusiasmado y feliz con él y 84 por ciento opinan que ha manejado bien la transición. Pero así son las sociedades, requieren periódicamente de una renovación del optimismo y de nuevos horizontes. Muchas veces eso no se consigue y en este momento son grandes los obstáculos y las dificultades.
El recuento de la situación en que llega Obama incluye muchos aspectos, pero entre ellos sobresalen: una recesión interna que se ha extendido de manera global y que se advierte como la más grave en 80 años, conflictos severos en Medio Oriente, con tropas comprometidas en una fangosa guerra en Irak y Afganistán, la persistente convulsión en África y un nuevo tipo de confrontación con Rusia y China. Son muchos los frentes que están abiertos para el nuevo gobierno y están en una condición en que todavía se agravarán por un periodo indefinido.
La conformación del gobierno de Obama muestra un perfil distinto al que mañana termina, incluyendo al controvertido y poderoso vicepresidente Dick Cheney, quien fuera sombra permanente de Bush. Gobernará con un Congreso dominado por los demócratas y tendrá poco tiempo para mostrar una orientación distinta y decisiva.
La economía está en el centro de la transición de está administración. La crisis financiera no cede, la posición de los bancos se sigue deteriorando marcadamente, no se renueva el crédito, la actividad productiva se reduce sin pausa y se pierden empleos en grandes cantidades.
Obama enfrenta un aumento muy rápido del déficit fiscal, tendrá que aplicar enormes recursos públicos para tratar de estimular la economía y provocar alguna recuperación que acorte la recesión. Así que su problema se extiende al mediano plazo para estabilizar las condiciones financieras primero y, luego, las de la economía en general.
Las expectativas favorables que hoy lo arropan deberán contar con una fuerte dosis de paciencia, sobre todo entre los grupos más afectados de la sociedad. Ésa no es una combinación fácil para gobernar. Y no son menos las fricciones políticas y diplomáticas que tiene enfrente. Los meses que siguen ofrecen un periodo de observación que será decisivo y, por supuesto, también muy interesante.
Obama no puede más que creer en su “buena estrella” para actuar como ha indicado que lo hará, como lo exige la situación y como muchos lo esparan. ¿Cuánto dura una estrella buena?