Apuntes sobre el henriquismo
Las conversaciones que en 1997 grabé con la señora Alicia Pérez Salazar, viuda de José Muñoz Cota, arrojan luz sobre otros aspectos del movimiento henriquista, no sólo sobre la masacre del 7 de julio de 1952, a la que nos referimos en la entrega anterior. En una parte de su conversación, doña Alicia afirma lo siguiente:
El maestro José Muñoz Cota le informó al general Lázaro Cárdenas que se proponía escribir un libro acerca de la revolución. “¿No le parece, Muñoz, que para escribir un libro sobre la revolución hay primero que hacerla?” El maestro Muñoz Cota lo miró interrogante. “Sí, es necesario frenar a Miguel Alemán Valdez porque quiere relegirse”, explicó. “Tenemos que estar en torno del general Miguel Henríquez Guzmán para evitar esa relección. Así que vaya a ponerse a sus órdenes.”
Doña Alicia refiere que Muñoz Cota se presentó con el general Henríquez Guzmán y que éste le pidió que redactara un manifiesto. Fue notable la rapidez con que supo de ambos hechos el entonces presidente Miguel Alemán. Doña Alicia afirma que al entregar al general el manifiesto solicitado, Muñoz Cota regresó a su casa y que lo estaba esperando un enviado del Estado Mayor para llevarlo con el presidente Alemán:
… cuando lo pasaron al despacho, el presidente le dijo: “Hola, Pepe, tantos años sin verte”. Se dieron un abrazo “¿Ya no quieres el Servicio Exterior? ¿Deseas otro país? Dime qué prefieres.” “No tengo por el momento pensado ir a ningún sitio.” Entonces el presidente aclaró: “Pepe, mañana me iré a Sonora. Te pido un favor: mientras hablo contigo nuevamente, no vayas a Jiquilpan.” No sabía que Muñoz Cota ya había hablado con “Jiquilpan”, o sea, con el general Cárdenas. “No volveré a hablar con él sino hasta que regreses.”
La preocupación del entonces presidente Miguel Alemán era la inminente vinculación de Muñoz Cota con Henríquez Guzmán a través del general Francisco J. Múgica, de quien Muñoz Cota era yerno en ese momento, o a través del general Cárdenas, debido a la cercanía de años que ambos tuvieron y por el apoyo que en muchos círculos militares y políticos se sabía que Cárdenas le brindaba a Henríquez Guzmán. Doña Alicia comentó que el general Cárdenas:
“Antes de las elecciones, en plena campaña… pedía los discursos que el general Henríquez iba a pronunciar; hay discursos corregidos por puño y letra del general Lázaro Cárdenas. Los llevaba un capitán, Honorato Gutiérrez, para que los leyera y les diera su visto bueno. Su esposa doña Amalia salía con doña Victoria González de Henríquez Guzmán a repartir víveres a las colonias proletarias, y a su hijo Cuauhtémoc y a Janitzio Mújica los detuvo un día la policía por fijar propaganda a favor de Henríquez Guzmán y pintar letreros en la pared.”
Antes de su toma de posesión como nuevo presidente de la República, Adolfo Ruiz Cortines trató de negociar con el general Henríquez Guzmán el reconocimiento de su triunfo electoral por conducto de Muñoz Cota. Miguel Ángel Menéndez concertó una cita en una
cafetería que estaba cerca del cine Olimpia. Ahí hablaron. “Pepe, Adolfo Ruiz Cortines te ofrece el Senado.” “Momento”, le interrumpió, “quiero tu autorización para que todo lo que me digas lo sepa el general Henríquez Guzmán.” “A eso vengo, a que le digas lo que propone Adolfo Ruiz Cortines, que le da 40 diputados en toda la república y 14 senadores, siempre y cuando el general Henríquez acepte que Adolfo ganó las elecciones limpiamente. A ti, repito, te ofrece el Senado.” El maestro Muñoz Cota y Ruiz Cortines habían sido compañeros de la misma legislatura y se hablaban de tú. Como el maestro Muñoz Cota era muy cercano al general Cárdenas, porque durante 12 o 13 años fue su secretario privado, le había hecho uno que otro servicio a Ruiz Cortines. Le expuso al general Henríquez Guzmán el ofrecimiento a cambio de que reconociera que había perdido las elecciones. “Eso no será nunca, porque tú sabes que ganamos, Pepe. Además, es un mentiroso, porque el general Cárdenas no ha hablado con él.” “¿Se lo preguntó usted al general Cárdenas?” “Claro que le pregunté; dijo que no ha hablado con Ruiz Cortines. Pero tú estás en libertad de aceptar el Senado. Yo te quiero mucho, te seguiré queriendo igual. No aceptaré el ofrecimiento. Aquí me muero con la gente que sigue pensando que nosotros ganamos las elecciones y que nos robaron y punto”… Luego le reclamó a Miguel Ángel Menéndez: “El general Cárdenas no ha visto a Ruiz Cortines”. “Ay, Pepe… Dile al general Henríquez que yo estuve con ellos, que yo personalmente llevé esa ocasión a Adolfo.”
En el contexto político del México de 1997, doña Alicia Pérez Salazar concluyó así su relato:
“… el último partido de oposición que cimbró los muros de la patria fue la Federación de Partidos del Pueblo. Nos mataron gente al por mayor y no estábamos sometidos por la dádiva. Porque ahora los partidos de oposición con esta mano reciben la dádiva y con esta otra insultan. Nosotros no. A nosotros no solamente no nos dieron ni un centavo de subsidio, sino que al hermano del general Henríquez le suspendieron todos los pagos que el gobierno le debía por las carreteras que les había construido.
Finalmente, hay un dato relevante sobre el modus operandi de la matanza del 7 de julio de 1952 en la Alameda, que deseo retomar.
En su magnífico estudio sobre El movimiento henriquista 1945-1954, Elisa Servín apunta que encabezaba los contingentes de granaderos el teniente Alberto Uribe Chaparro. Por altavoces se pedía calma a los manifestantes desde las ventanas de las oficinas del Partido Constitucionalista, pero seguían llegando contingentes de granaderos:
En ese momento, desde uno de los balcones del edificio de avenida Juárez, un individuo, que se cubría con una gabardina, disparó hiriendo al teniente Uribe. Como si esto hubiera sido una señal, la policía emprendió entonces la carga con gases lacrimógenos, culatazos y tiroteos, buscando dispersar a los manifestantes. Ante el embate policiaco, los henriquistas intentaron replegarse, muchos hacia el parque de la Alameda, otros hacia Reforma, algunos más hacia el Zócalo. En pocos minutos se generalizó el caos: grupos de granaderos y policías a caballo, sable en mano, perseguían a los manifestantes.
No es difícil suponer que el francotirador que disparó tan selectivamente contra el teniente Uribe era un miembro de los cuerpos policiacos o militares, parte de los grupos de choque oficiales, y no un partidario de Henríquez Guzmán. Este mecanismo se repitió el 2 de octubre de 1968. Desde el techo de la iglesia de Santiago Tlatelolco, un comando del Estado Mayor Presidencial disparó contra el general Hernández Toledo: fue también el preámbulo de la matanza del 2 de octubre.