Otra visión del mundo
Trataré de resumir en tres puntos generales el contraste entre el pensamiento de los pueblos indígenas de América frente al pensamiento occidental; contraste entre dos cosmovisiones diferentes. Tendría los tres puntos siguientes:
Primero: frente al individualismo del pensamiento occidental moderno, el de los pueblos indígenas se acercaba a la vivencia de su pertenencia a la totalidad. Lo cual conduce a la noción de la armonía entre el hombre y el mundo, al respeto y equilibrio entre las fuerzas naturales y a la posibilidad de escuchar al todo de la naturaleza. Porque, como dice Carlos Lenkersdorf, “todo vive, todo tiene corazón” (Carlos Lenkersdorf vivió más de 20 años entre los tojolabales en Chiapas, escribió varios libros sobre ellos y, ante todo, compartió su visión del mundo y de la vida). Pues bien, como dice él, “los pueblos indígenas nos enseñan a escuchar a la madre tierra, a la totalidad. El Occidente moderno se olvidó o nunca supo escuchar a las plantas, a los animales, a las aguas, al suelo y a tantos hermanos y hermanas más. Porque la vida está presente en todo, también en la fauna, en la flora, en los astros. Porque todo vive, todo tiene corazón”. (Lenkersdorf, C., en Filosofar en clave tojolabal y Los hombres verdaderos, Siglo XXI, México 1999.)
Ideas parecidas se encuentran en Jean Marie le Clezio, reciente ganador del Premio Nobel de Literatura (Le Clezio sabe de lo que habla. Él vivió muchos años en México, conoció varias comunidades indígenas en Michoacán y el sureste. De ellos obtuvo inspiración para varios libros, entre ellos El sueño mexicano). Pues bien, Le Clezio creyó percibir en el pensamiento de esos pueblos una armonía entre el individuo que sueña y la colectividad que lo abarca, en todos los casos, dice, equilibrio entre dos instancias: la realidad y lo otro, lo otro del sueño, del mito y de la realidad. (Le Clezio, J.M. El sueño mexicano, en Le Monde Diplomatique, No. 3, Nov. 2008.)
Hasta aquí el primer punto sobre la noción del todo.
Segundo: contraste entre el individualismo que permea a todo el pensamiento occidental, por un lado, y el comunitarismo de los pueblos indígenas. En la época moderna el pensamiento estuvo centrado en el sujeto individual, desde Hobbes, Descartes, Kant. Frente al individualismo occidental, donde el “yo” es el centro, el “nosotros” comunitario. Porque el todo es más que la suma de las partes. En el universo, conduce a la conciencia de nuestra pertenencia, como una parte, a la totalidad.
En la sociedad, la realización del individuo con la colectividad que lo rebasa era la base de la mayoría de las sociedades de la América indígena, la cual daría lugar a lo que hoy podríamos llamar una “democracia comunitaria”. Ésta sería lo contrario de la actual democracia representativa. Una democracia comunitaria es la que trataría de realizar el bien común para toda la comunidad. Seguiría los principios siguientes en la sociedad: acercarse a la no desigualdad, a la complementariedad y a la reciprocidad, basada, para ello, en una economía distributiva. Una democracia comunitaria eliminaría así toda forma de exclusión de cualquier persona o grupo. Frente a la desigualdad existente, se acercaría a la equidad y a la redistribución adecuada de los recursos. Al seguir y realizar estos principios, una sociedad se convierte en una comunidad. Se refleja entonces en la moral y en el derecho. Frente a los derechos individuales, los derechos colectivos; frente al individualismo occidental, el “nosotros” colectivo.
Tercero. En las sociedades comunitarias esto da lugar a una relación diferente con el poder. En las zonas zapatistas de Chiapas, por ejemplo, se efectúa de hecho esta relación frente al poder en las llamadas “juntas de buen gobierno”. Éstas se conducen conforme a los siguientes principios: participación de todos los miembros de la comunidad en la elección, rotación del mandato, revocabilidad y rendición de cuentas. Estos principios expresan el lema zapatista del “mandar obedeciendo”. Sólo la comunidad tiene el mando, no el individuo o los grupos de individuos. De ahí la noción diferente frente al castigo de que quien no cumple con su deber o delinque está obligado a trabajar –sin retribución– para la comunidad durante un tiempo determinado. Sólo así se restaura el equilibrio en el todo de la comunidad.
Habría, en suma, dos tipos de democracia: la democracia representativa actual, como la que existe en la mayoría de los países occidentales modernos, y una democracia que podríamos llamar “participativa” o “comunitaria” (Gustavo Esteva prefiere llamarla “democracia directa”). Democracia comunitaria es a la que tienden las comunidades en el ámbito de nuestra América indígena.
Termino esta intervención con unas palabras. Empecé diciendo “otra visión del mundo es posible”; ahora terminaré afirmando que, frente a la visión de la modernidad occidental, ese otro mundo posible ya está aquí, ahora, en pequeño, en las juntas de buen gobierno de la zona zapatista. Ahí se empieza a abrir la posibilidad de una nueva visión. No como una utopía (utopía significa etimológicamente “no lugar”) sino como un lugar real, existente. Y ese lugar está en las comunidades de la zona zapatista. Saludo al zapatismo por su contribución a la realización, aquí y ahora, hoy, de la verdadera utopía.