La izquierda mexicana: asignatura pendiente
El inicio de año me ha permitido reflexionar sobre la situación que vive nuestro país, tratando de encontrar una explicación al fracaso de la izquierda durante las recientes décadas, no obstante las condiciones de empobrecimiento, desempleo e injusticia social entre amplios sectores de la población, condiciones que parecieran ser suficientes para disparar un cambio que simplemente no llega, por mucho que algunos sigamos pensando que está próximo.
Esta reflexión me lleva a dos momentos decisivos de nuestra historia; el primero, cuando ocurre la lucha entre los conservadores (que representaban la permanencia del dominio de los poderes establecidos, de la prepotencia de la Iglesia y la aristocracia, del régimen de opresión, injusticia y explotación de los trabajadores por una minoría privilegiada y poderosa) y los liberales (que representaban y demandaban el cambio en beneficio de las mayorías). La historia nos indica claramente que el pueblo, la inmensa masa del pueblo, estuvo siempre del lado de los segundos, totalmente decidida a apoyarlos hasta las últimas consecuencias, incluyendo la guerra y la muerte.
Éste fue el México del que surgió en primerísimo lugar Benito Juárez, acompañado de un grupo de hombres preparados, capaces y comprometidos con los ideales y las esperanzas que él representaba; todo ello los llevó al triunfo y al establecimiento de un régimen liberal comprometido con las causas populares. Aparentemente la muerte de Juárez y la ambición desmedida de Porfirio Díaz y de otros jefes militares terminaron con aquella visión nacionalista y liberal.
El otro momento se dio hace un siglo, en 1910, cuando Madero dijo de algún modo ¡ya basta! Basta de impunidad y de saqueo de los más pobres, de enajenamiento de los bienes de la nación. Basta de los privilegios de unos pocos que todo lo tenían y de seguir soportando la miseria, el despotismo y los privilegios; al llamado de Madero respondieron distintas voces en todo el territorio, voces que clamaban por el derecho a la tierra, al trabajo, a la vida digna, y entonces el pueblo lo dio todo en aras de ese cambio que el país necesitaba a gritos.
La tragedia de Madero me hace pensar en un problema triste, pero real: a diferencia de Juárez, él no pudo rodearse de un equipo de colaboradores que hiciera posibles los cambios que el país requería, teniendo que hacer uso de hombres identificados con el gobierno de Díaz; es decir, de la “derecha” del momento. Es posible que el mismo Madero propiciara tal fenómeno, pero esencialmente eso fue lo que pasó.
El último momento de la historia en el que México tuvo un gobierno claramente identificado con la izquierda fue de 1934 a 1940, con Lázaro Cárdenas como presidente; después todos los gobiernos se fueron moviendo a la derecha, si bien con diferentes matices, con jefes del Ejecutivo que en algunos casos simpatizaban con la izquierda, como López Mateos, quien en algún momento afirmó que su gobierno era de izquierda; también en gestiones que podríamos identificar de centro o centro derecha hubo personajes bastante comprometidos con las ideas de izquierda, como Flores de la Peña en el tiempo de Echeverría, o Carlos Tello y José Andrés de Oteyza en el de López Portillo, y más recientemente David Ibarra y Fernando Solana.
A partir del gobierno de Miguel de la Madrid, a consecuencia del endeudamiento externo, las presiones internacionales, las alianzas internas y los intereses personales, se ha mantenido a los sucesivos gobiernos de la República en una posición de derecha bastante inmoderada, por decir lo menos, generando condiciones de empobrecimiento, desempleo, miseria y descontento generalizado, que constituyen los ingredientes fundamentales para los cambios de rumbo e ideología en los países, como ha estado sucediendo en Venezuela, Argentina, Brasil, Chile, Bolivia y Ecuador, mediante movimientos locales que están empezando a conformar con Cuba una nueva alianza latinoamericana, y entonces regresamos al cuestionamiento original: ¿por qué aquí no? ¿Por qué estamos fuera de todo eso?
Creo que la pregunta es importante y la izquierda debiera hacérsela antes de que el tiempo siga pasando. Mi impresión es que las fallas han estado en la misma izquierda. En tres ocasiones recientes la sociedad mexicana ha volteado a buscar una respuesta a sus problemas y demandas hacia la izquierda. La primera vez en 1988, la segunda en 1994 y la tercera en 2006, luego de las protestas de 1968, que plantearon también demandas importantes, más no un cambio estructural del país.
Podemos decir que tanto en 1988 como en 2006 los grupos de derecha apoderados del gobierno lo impidieron con sendos fraudes electorales; sin embargo, surgen interrogantes muy serias respecto de hasta dónde el pueblo, la gran masa popular, hubiera estado dispuesta a impedir la consumación de esos fraudes y con qué tanta organización y capacidad contaba en la realidad para lograrlo con éxito, como lo estuvo por ejemplo en el caso del plebiscito de Chile; mi impresión es que las cosas no hubieran marchado bien y esto no por Cuauhtémoc Cárdenas en un caso, ni por López Obrador en el otro; las fallas me parece que estuvieron en las organizaciones que eran necesarias para tal desafío.
Podemos hacernos otra pregunta: en el caso de que uno de los triunfos hubiese sido reconocido, ¿qué habría pasado? Seguramente se habría establecido un gobierno capaz de funcionar, cosa que resulta clara luego de que aun Fox pudo terminar su sexenio luego de la incapacidad exhibida por él y sus colaboradores. Pero no se trataba de eso, se trataba de un gobierno capaz de cambiar el rumbo y sacar al país del marasmo y el caos en el que está sumido. ¿Habría sido eso posible?
A tratar de responder esta pregunta y hablar de la tercera posibilidad, surgida en 1994 con el movimiento zapatista, dedicaré mis siguientes artículos.