La Castañed/ I
1. Cristina Rivera Garza me mandó varias fotografías sobre este manicomio fastuoso (por su arquitectura) que casi nadie recuerda. Allí había locos reducidos “a la impersonalidad conceptual” de la falta de nombre, exceso de presencia y desconocimiento de sí mismos, locos detenidos en su pose demencial: una joven de larga cabellera y vestido decente se deja retratar asumiendo sin saberlo la silueta y el grito que hicieran famoso a Edvard Munch. Los locos-locos y sus espectadores, los que visitan al asilo como si se tratara de un zoológico, los que inauguran un sitio de reclusión como símbolo del porfiriato y las fiestas del Centenario en el año de inicio de la Revolución Mexicana, la última gran construcción de don Porfirio, edificio diseñado por su hijo, con el objeto de equiparar a México con las grandes ciudades modernas: un monumento singular para el aislamiento de quienes con su patología degeneraban a la raza.
2. Da mucho en qué pensar ahora que nos preparamos en condiciones de locura a celebrar los centenarios, el de la Dependencia y el de la Revolución mexicana. ¿Está vigente la revolución?
3. Sobresale la voluminosa presencia de las mujeres oficiales con sus enormes tocados, sus abombados trajes que con recato remangan para poder caminar; los señores con bastones, bigotes, cuellos almidonados y altos sombreros, acompañados por generales cubiertos de condecoraciones y con un sable en la mano. Enfrente, quizá, un loco en posición marcial con pantalones cortos, una jerga como sarape, la gorra ladeada, zapatos deslavados y sucios, en lugar de las botas acicaladas del soldado, y una escoba como arma reglamentaria. Familias aristocráticas, diplomáticos, funcionarios, militares y niños bien han sido invitados a contemplar y celebrar una escena plural interpretada por muchos agentes a la vez, entre pulsiones, instintos y actores involuntarios.
3. Si se revisan con atención las fotografías, resaltan las cabezas, las de los señores y las señoras ataviadas con derroche escrupuloso; las cabezas rapadas de los internos, desnudas o cubiertas con una venda, un harapo o una gorra. Un loco ataviado como monje budista avant la lettre: túnica blanca hasta las rodillas, manta oscura sobre los hombros y cabeza y pies desnudos. Peluqueros despeinados afeitan las cabezas de hombres sentados dócilmente con la cabeza gacha en los grandes patios del manicomio, semejante a un convento: los internos dejan asomar los dientes, disparejos, monstruosos; algunos ostentan colmillos de vampiro o de hombre lobo. La mayoría con los dientes cariados, desiguales o simplemente desdentados.
4. La decencia y la locura, en suma, dos encierros.
5. Contraste entre miseria-locura y decencia-riqueza: las camas y la pocilga, el edificio elegante, desde fuera, miserable por dentro, escuela de niños locos y de adultos locos: las niñas de escuela que visitan el asilo observan, pudibundas y morbosas.
6. “Loco, el hombre que ha perdido su juicio (...) La etimología de este vocablo tornará loco a cualquier hombre cuerdo, porque no se halla cosa que hincha su vacío (...) Entre tonto, bobo y loco hay mucha diferencia (...), por causarse estas enfermedades de diferentes principios y calidades. La una de la cólera adusta y la otra de abundancia de flema (...); loco atreguado, es quien tiene dilúcidos intervalos, haciendo con él tregua la locura. Loco perenal, el que perpetuamente persevera en su locura. Proverbio: ‘El loco por la pena es cuerdo’; este proverbio se verifica en los mismo locos de las gavias, a los cuales castigan los que curan de ellos, y entonces no temen como hombres, sino como animales, de la manera y forma como el caballo y el perro o cualquier otro animal se sujeta a la disciplina temiendo el castigo. ‘Más vale el loco en su casa que el cuerdo en la ajena’ (...)”
7. Locura. Insania, dementia, etcétera. Loquear, hacer locuras o burlarse y holgarse descompuestamente. Casa de locos es el hospital donde los curan (¿?).
¿Quién les ha impuesto la locura?