Usted está aquí: jueves 15 de enero de 2009 Opinión Políticas de antisemitismo, libertad de prensa y redes de poder

Rainer Enrique Hamel

Políticas de antisemitismo, libertad de prensa y redes de poder

El 19 de diciembre de 2008 apareció en La Jornada una inserción pagada, organizada por Alejandro Frank y Olivia Gall, que acusa de antisemitismo a Alfredo Jalife-Rahme, autor de la columna Bajo la Lupa. Abraham Nuncio identifica a los 500 firmantes como “un grupo de la comunidad judía” (La Jornada, 26/12/08), aunque aparezcan también muchas firmas de no judíos.

El tema del antisemitismo y los usos políticos de su denuncia resultan de crucial relevancia política de largo plazo. Interesan dos postulados, uno de la organización y otro del contenido del desplegado: 1) se puede separar el antisemitismo y su denuncia de cualquier contexto político; 2) la identificación de las redes financieras y políticas ligadas a Israel, y de ciertos actores políticos como judíos, constituye en sí antisemitismo (Gall, La Jornada, 26/12/08).

1) La inserción pretende separar la acusación de todo contexto político –solamente estamos en contra del antisemitismo de ese señor, y esto no tiene nada que ver con Israel, que también criticamos– para concertar así un amplio frente de adherentes. Como sabemos, esto es imposible. La falaz pretensión de neutralidad crea precisamente un efecto político encubierto. Se dirige contra un crítico del imperialismo, de Israel y de las redes sionistas, sin atacarlo directamente por lo que escribe sino por cómo lo escribe, ataque que usa estrategias discursivas clásicas para destruir por contagio de forma el contenido del mensaje, a su enunciador, su credibilidad o sus fuentes. Basada en 500 firmas, de las cuales 82 pertenecen a “personalidades con prestigio público”, la inserción pagada ejerce una brutal presión contra Jalife-Rahme para acallar su voz crítica. Me consta que, haciendo uso del desplegado, hubo presiones para que La Jornada lo despidiera. La inserción pagada se alinea así, objetivamente, con las campañas de la derecha para acallar las voces críticas del statu quo, más allá de la buena fe de muchos firmantes.

2) La cuestión de fondo es hasta qué punto resulta legítimo relacionar ciertos hechos políticos con el contexto étnico, religioso o cultural en el que ocurren y revelar las redes encubiertas que los posibilitan. La tabuización de toda referencia racial o étnica como consecuencia del racismo histórico dificulta esta identificación, especialmente en el caso de los judíos. El desplegado acusa a Jalife-Rahme de antisemitismo porque usa los nombres in extenso de ciertos actores y los identifica así como judíos, aunque esta interpretación es controvertida y hay judíos que la refutaron ahí mismo en La Jornada. En el análisis del discurso se justifica tal procedimiento porque aporta información adicional potencialmente relevante sobre un enunciador.

Señalar en Estados Unidos, donde la desigualdad tiene color y raza, que la población afroestadunidense encarcelada representa de dos a cinco veces su proporción en la población general y sostener que esta circunstancia no puede ser una casualidad, ¿significa racismo o identifica racismo? Constatar que en las altas esferas del poder político, financiero y académico del mismo país sobresalen muy significativamente los actores judíos, quienes operan como lobby, y afirmar que esto tampoco puede ser casualidad, ¿implica antisemitismo o señala redes prosemitas (= potencialmente racistas)?

El terrorismo de Estado que Israel practica actualmente en Gaza se sostiene gracias al poderoso lobby sionista y al financiamiento de la maquinaria militarista israelí por Estados Unidos y por fuentes judíoestadunidenses en parte fraudulentas (Madoff, Lehman Brothers). Junto con la derecha israelí, este lobby ha torpedeado desde siempre cualquier perspectiva de paz justa y duradera en Medio Oriente. Una de las armas discursivas más perversas que usa contra sus críticos es la acusación de antisemitismo, como ocurrió con críticos de Israel tan eminentes como Edward Said, José Saramago o Robert Fisk, todos ellos de izquierda.

Desenmascarar estas redes del lobby israelí (Mearsheimer & Walt 2006), que justifican las armas nucleares de Israel pero atacan a Irán, resulta fundamental para parar la barbarie actual y llegar a una paz justa. Por ello debe ser lícito analizar y criticar cualquier injusticia, estafa financiera o el terrorismo de Estado donde se presente, e identificar la participación sobresaliente de miembros de la comunidad judía o de cualquier otro grupo, etnia y religión cuando este dato resulte relevante. Debemos poder identificar a los judíos, árabes, afroestadunidenses o blancos como tales, sin correr el riesgo de que nos acusen de racismo.

Por todas estas razones defiendo el derecho irrestricto de libertad de expresión de Jalife-Rahme, en todo lo que comparto como en lo que no comparto con él. Esto incluye su derecho a usar estrategias discursivas de identificación de los actores reseñados que no comparto cuando no están fundadas. Del mismo modo, defiendo el derecho de los firmantes del desplegado de llamar antisemita el procedimiento de Jalife-Rahme, acusación que tampoco comparto.

Nota: Éste es un extracto, sin los análisis detallados, de un texto analítico más extenso que aparecerá sobre el tema en Memoria de febrero de 2009.

 
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