13 de enero de 2009     Número 16

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada


Foto tomada de Aurelio de los
Reyes, Con Villa en México

VILLA Y EL CINE

Mexican bandid predilecto de los estadounidenses y de sus debutantes cinefotógrafos, Pancho Villa se dio cuenta pronto de la importancia política de los nuevos medios de comunicación y decidió impulsar su imagen por medio de las películas.

En 1910 el cine cumplía 15 años y ya había documentado tres conflictos bélicos: la guerra entre griegos y turcos, la lucha independentista cubana y la confrontación anglo-boer en Sudáfrica. Pero para Estados Unidos la revolución en México era aún más apasionante que aquéllas, porque se jugaban grandes intereses económicos pero también porque los combates ocurrían ahí nomás, en su “patio trasero”. De modo que desde el principio los camarógrafos yanquis estuvieron en México, dándole a la manivela.

En su momento Victoriano Huerta negoció con la Compañía Pathe la filmación del Ejército Federal y más tarde Álvaro Obregón trató de pactar una buena cobertura con otros cinefotógrafos. Nada como el contrato de exclusividad con la Mutual Film Corporation, donde el general Doroteo Arango se comprometía a trabajar para esta compañía, no sólo cuando se trataba de registrar las batallas sino también en la realización de una película de ficción: La vida del general Villa.

El personal de la Mutual , que tenía un vagón exclusivo en el tren villista, filmó las batallas de Ojinaga y de Torreón, y en febrero de 1914 comenzó a preparar la biografía del líder, que debía dirigir el ya afamado D. W. Griffith, quien declinó por encontrarse realizando El nacimiento de una nación, de modo que a la postre contrataron a Christy Cabanne. Para el papel de Villa joven, reclutaron a Raoul Walsh, entonces actor y más tarde importante realizador.


Hoja volante con corrido

La vida del general Villa es un tremendo melodrama: la revolución norteña hecha telenovela. Violada y muerta una de sus hermanas por dos soldados federales, el joven Doroteo mata a uno de ellos y se alza en armas contra el mal gobierno transformándose en el out law Pancho Villa. Más tarde, el estallido de la revolución le da la razón histórica a su causa y ya en calidad de general, Villa gana batalla tras batalla, hasta que durante la de Torreón se topa con el otro violador, a quien mata con sus propias manos. En el proverbial happy end, Villa, aclamado por el pueblo, es nombrado presidente.

Salvo algunos fragmentos, la película se perdió, pero sabemos que a Villa, quien acostumbraba mostrar documentales de la Mutual a sus visitantes, le gustó el guión. En todo caso el contrato de exclusividad fue una buena decisión política, pues además de recibir 25 mil dólares, que se emplearon en la causa, y un elegante uniforme militar diseñado especialmente para él —que sin embargo era de la compañía y sólo podía utilizarlo durante las filmaciones—, la Mutual preparó para el gobierno de Estados Unidos un informe favorable a su “artista exclusivo”, que reforzó la postura inicialmente provillista del presidente Wilson.

La luna de miel con el público y el gobierno de Estados Unidos terminó con la derrota de la División del Norte en Celaya y, después del ataque a Columbus, el general se transformó en la bestia negra de los documentales cinematográficos de ese país, como Villa, vivo o muerto , de Eagle Film Manufacturing and Producing Company .

En México las hazañas de la División del Norte se conocieron por los corridos, los diarios y, sólo en las poblaciones importantes, por el cine, pero en Estados Unidos la leyenda del mexican bandid, primero generoso y luego sanguinario, fue obra de la prensa ilustrada y sobre todo de las películas. Pancho Villa fue el primer personaje de nuestra historia construido por los modernos medios de comunicación.


Villa en fotogramas de fi lmes de la Mutual Film Corporation

ZAPATA Y LOS CORRIDOS


Foto de Marciano Silva y hoja volante con corrido del mismo autor

Pese a haber estallado muy cerca de la ciudad de México, la rebelión zapatista pertenece culturalmente al mundo campesino, al sur profundo, y mientras que la División del Norte cohabitó ampliamente con los medios de comunicación modernos, el Ejército Liberador del Sur sólo salió en las películas cuando Francisco I. Madero visitó Morelos, cuando Victoriano Huerta facilitó la filmación del acoso federal a los alzados y cuando los ejércitos surianos victoriosos se hicieron presentes en la capital. La aparición póstuma de Emiliano Zapata en un documental fue en el de su funeral, que mandó filmar el general Pablo González, para convencer al mundo de que el “chacal de Anenecuilco” estaba muerto.

Zapata no se ponía uniformes hechizos ni rayaba el caballo frente a los camarógrafos, como Villa, los recursos con que se construyó su leyenda fueron los de la memoria colectiva y la comunicación oral, auxiliadas por las multicolores hojas volantes que circulaban profusamente desde fines del siglo XIX.

Cuando menos desde la guerra de Independencia, los corridos o bolas sureñas dejaban constancia de los hechos que el pueblo consideraba dignos de recordar: catástrofes, crímenes, milagros, incestos, nacimiento de niños monstruosos y hazañas bélicas o amatorias de bandidos más o menos justicieros. Los corridistas o trovadores que pergeñaban los versos cantaban en fiestas y cantinas con el apoyo de un segundero y el acompañamiento del bajo quinto, relatos que podían durar hasta 20 minutos y que a la larga la gente se aprendía y repetía por su cuenta.


Hoja volante del editor Vanegas Arroyo, con ilustración de J. G. Posada

Se dice que los corridos de la tradición oral difícilmente sobreviven dos generaciones, pero con la proliferación de las imprentas, las bolas y otras expresiones de la cultura popular como estampas religiosas, novenarios, pastorelas, vidas de santos, comenzaron a circular en papeles de colores llamados hojas volantes que se vendían en ferias y mercados, llegando así hasta las comunidades más apartadas.

El comunicador de Emiliano Zapata, el hombre que se encargó de difundir sus hechos, no en Estados Unidos y Europa o en las ciudades grandes de México, sino en el ancho mundo rural y entre el pueblo llano, se llamó Marciano Silva, Marcianito, para los amigos.

Marciano era originario de Tilzapotla, municipio de Puente de Ixtla; junto con su familia, se fue a trabajar a Tlaltizapán, en la hacienda El Treinta, y de ahí lo alevantó la bola zapatista en 1912. Pero habiendo quedado inválido, tuvo que cambiar de oficio y en lugar del 33-33 empuño el bajo quinto, dedicándose a hacer la loa de los triunfos del Ejército Liberador del Sur. Uno de sus primeros corridos es El quinto de oro , que con cadencia de danzón narra la derrota en Cuautla del coronel Munguía y su quinto regimiento de caballería a manos de las tropas de Zapata.

Marcianito, como lo llamaban los zapatistas, reseñó entre otras hazañas La toma de Chilpancingo , La muerte de Cartón, La toma de Cuautla, La toma de Chinameca y también escribió el Himno zapatista.

En Un saludo a la concurrencia, el cronista del Ejército Liberador del Sur deja testimonio rimado de su modesta pero invaluable función:

Soy del sur ignorado publicista
que sin gracia ni cultura en la ocasión,
voy cantando del tirano la injusticia
y ensalzando el patriotismo de un campeón.

No es el rifle el que manejo con destreza
ni la brida del intrépido corcel,
es la pluma mi cañón y mi estrategia
y mi verso la metralla, a mi entender.

Hace poco el investigador Gregorio Rocha revisó exhaustivamente los archivos fílmicos de Inglaterra, Holanda, Francia, Estados Unidos, Canadá y México en busca de La vida del general Villa, de la Mutual, y apenas encontró algunos fragmentos. En cambio todavía hace unos años, en los mercados de Amecameca y de Ozumba, se podían comprar las hojas volantes con los corridos de Marciano Silva, junto con otros que narran las hazañas de Emiliano Zapata. Y es que, a la postre, el papel de china de la memoria popular dura más que el celuloide de las compañías cinematográficas.

Armando Bartra, con información de Aurelio de los Reyes, Con Villa en México, UNAM, 1985; Margarita de Orellana, La mirada circular, Joaquín Mortiz, 1991; Valentín López González, Los compañeros de Zapata, Gobierno de Morelos, 1980; Víctor Hugo Sánchez Reséndiz, De rebeldes fe, Instituto de Cultura de Morelos, 2006; John Womack Jr., Zapata y la Revolución mexicana, Siglo XXI Editores, 1960, y Gregorio C. Rocha, Los rollos perdidos de Pancho Villa, DVD, Eurolatinoamericana, 2008.