Crecimiento cero
La jerga económica está llena de adefesios (como ese encabezado) que, muchas veces, buscan recubrir de suavidad o de plano encubrir una realidad espinosa, desastrosa, que va de mal en peor, dizque para no empeorar las expectativas negativas de la sociedad. Pero el lenguaje público, económico o político, carece en tal medida de legitimidad que el respetable tiene arraigada la costumbre de pensar lo contrario de lo que ve escrito. Uno de los ejemplos más conspicuos es el de la devaluación; si el gobierno anuncia que no habrá devaluación, el público entiende que la habrá.
No deja de ser una desgracia, porque aun en los casos en que el lenguaje público dice las cosas como son, la sociedad puede hacer una lectura inversa o “sospechosista”.
Con esa jerga tengo que hablar. El secretario Carstens dijo que en el primero y el segundo trimestres del año el crecimiento de la economía mexicana será negativo, que en el tercero y el cuarto habrá crecimiento, y que el resultado neto de 2009 será de crecimiento cero. Ello ocurrió en el ITAM el pasado 9 de enero, en una actividad en que también intervino el gobernador del Banco de México (BdeM), Guillermo Ortiz, quien aseguró que la cifra de crecimiento cero del producto para 2009, anunciada por el titular de Hacienda, era “un escenario optimista”.
Mi lectura “sospechosista” de lo expresado por Guillermo Ortiz es que probablemente el pronóstico del BdeM será de crecimiento negativo del PIB para 2009.
Carstens dijo en suma que si no se hubieran tomado las veinticinco medidas anunciadas por el presidente Calderón, la situación en 2009 sería por abajo de cero.
La avalancha de las críticas en los días siguientes al anuncio presidencial fue que era un “programa insuficiente”. Uno puede sospechar que esa crítica hubiera sido exactamente la misma, cualquiera que hubiera sido el monto anunciado por el Ejecutivo y los rubros en los que será aplicado.
Echo mi cuarto a espadas en otros términos. El Presidente disparó cifras con escopeta: cien proyectiles de metralla cuyo rumbo, el de cada proyectil, no está nada claro. No se sabe –porque el Presidente no lo dijo– cuál será el impacto que tendrá cada proyectil en el blanco al que cada uno fue dirigido. Tampoco se sabe la suma, porque el Presidente no la hizo, del monto primario que será egresado de las arcas públicas. No sabemos cuál será en conjunto el impacto multiplicador sobre el crecimiento económico y sobre el empleo, porque el Presidente no lo dijo. Tendríamos que haber tenido una presentación en la que se nos informara cuál sería la situación económica en 2009, en ausencia de las medidas anunciadas, y qué es lo que esas medidas modificarán. La ponderación relativa de lo que se anuncia es imprescindible; sin la misma, el mensaje dice poco, si es que algo dice. Gastaremos 12 mil millones en A, 15 mil millones en B y 45 mil millones en C: ¿es mucho o es poco? La sociedad puede oír cifras astronómicas, pero sin entender su magnitud relativa.
Carstens ha corregido un poquitito tal anuncio, al decir que gracias a las 25 medidas el PIB crecerá en 2009 un 1.8 por ciento. Dada la concentración del ingreso es muy probable un aumento de la pobreza (esto no lo dijo Carstens). Agregue usted que el gobernador Guillermo Ortiz parece tener una visión menos optimista. Esperaremos los cálculos del BdeM.
Las veinticinco medidas se quedan cortas en otro terreno. Carecen de una mínima alusión respecto de la dirección del desarrollo, y cómo estas medidas contribuirían a apuntalar esa dirección. Esa ausencia no es extraña. La dirección del desarrollo no existe en ningún programa de gobierno. No lo está en el llamado, quién sabe por qué así, Plan Nacional de Desarrollo; cómo podría estarlo en el parche –mejor que lo lleve, desde luego– que ahora el gobierno le está aplicando de emergencia.
El plan anticrisis llamado Acuerdo Nacional a Favor de la Economía Familiar y el Empleo (así escrito con todas esas mayúsculas y minúsculas) podría haber sido la oportunidad para comenzar a tejer un consenso social e interpartidista precisamente sobre la dirección del desarrollo. Pero ha sido concebido sobre la premisa de la “mano invisible”: una economía liberal sin dirección específica.
La crisis está demostrando al mundo que la vuelta del Estado a las riendas del desarrollo es inexcusable, pero todo parece indicar que no acabamos de creérnosla. Sarkozy, que no es ningún socialista, insiste, con razón: “Cambiaremos el mundo con Estados Unidos, pero no aceptaremos el status quo. No aceptaremos el inmovilismo ni el regreso al pensamiento único”. En el marco del coloquio Nuevo mundo, nuevo capitalismo, el presidente francés advirtió que entre las principales consecuencias de la crisis irremediablemente está el “regreso del Estado” como actor económico y el fin de la “ideología de la impotencia pública, contrapartida del todopoderoso mercado”.
Los dirigentes políticos y los grandes empresarios mexicanos no creen en esa tesis. No podrían haber convocado a la formulación de un plan emergente presidido por ideas como las señaladas por el presidente de Francia. Aunque es hora de asumir en serio lo que la crisis le ha mostrado a todo mundo: la mano invisible se ha vuelto una loca desaforada, se ha vuelto suicida y se roba todo lo que puede.