Es el trabajo...
Este lunes se reúnen en Washington el presidente electo Obama y el presidente Calderón. Bajo una crisis que no deja títere (financiero o no) con cabeza, pasarán revista a la que es ya, por desgracia, una agenda rutinaria que sin embargo recoge temas incandescentes y ominosos en cuanto a sus perspectivas: seguridad, migración y lo que siga.
Mal momento éste para acercarse al diálogo integracionista, pero obligado hacerlo si se quiere que la relación (re)adquiera alguna perspectiva. Integrada su economía cada vez más en la región norteamericana, México llega a su primera cita con el Obama del cambio dramáticamente desintegrado como economía política nacional, cruzado por el desempleo y el subempleo, con sus empresas líderes sobrendeudadas en dólares y su comercio exterior en caída libre.
“Trade, not aid”, proponía el presidente Salinas a los estadunidenses en su venta del TLC; y comercio hubo, pero no el progreso material, económico y social que el libre comercio postulaba como su inevitable colofón. En vez de ello, un norte mexicano envuelto en llamas, con un hábitat devastado y el éxodo de familias y empresarios pudientes. También en tránsito sus mejores y más brillantes jóvenes, abatidas sus expectativas y nublado su horizonte por los dilemas del diablo que los esperan a la vuelta de cada esquina.
Escindido socialmente, México ofrece una geografía humana y política minada por años de penuria y falta de crecimiento, inconsistencia en las políticas de infraestructura, renuncia del Estado a cumplir sus obligaciones tutelares, de seguridad y promoción del desarrollo. Las relaciones sociales son casi un mero eco de aquellos años de la “gran promesa” del cambio globalizador, y es tal vez por ello que el formato político dominante vuelva a ser el de los fastos del presidencialismo autoritario y sus corporaciones, recursos, cohesiones imaginadas, discursos imbatibles, por lo menos hasta el fin de la reunión.
Se imita el formato pero sólo como ornato, porque sus actores hicieron mutis y sólo queda el inefable Gamboa Pascoe, porque poco tiene que ver el intemperante señor Paredes del Consejo Coordinador Empresarial con don Gastón Billetes o los zares de la industria de la construcción. Todo se volvió miniatura y la dictadura estabilizadora llevó a las fuerzas productivas a un estado estacionario que les ha encogido sus resortes y energías. Nada será como otrora, de ahí que la nostalgia priísta no haga sino contribuir a reproducir el estancamiento económico y mental, estabilizador hasta ayer, hoy acosado por el espectro de la inflación que cierra 2008 por encima de 6 por ciento y quiere ir por más.
A contracorriente de la temida deflación que amenaza a la economía estadunidense, los datos mexicanos hablan de un repunte inflacionario que, de seguir actuando el Banco de México como dice que le mandan la ley y la Constitución, redundará en un mayor estancamiento productivo y del empleo: la horrible estanflación que sitia a la política económica convencional y reduce al mínimo los grados de libertad de las economías nacionales.
En nuestro caso, estos márgenes para la acción autónoma fueron constreñidos por adelantado con el tratado, la autonomía del Banco de México y la tristemente célebre Ley de Presupuesto y Responsabilidad Hacendaria. Con el tremendo diagnóstico de Carstens: ni creceremos ni decreceremos, sino todo lo contrario (¡oh, Bernardo Aguirre!), quedaremos “tablas” en el pantano que no evitará que los precios suban, por un buen rato al menos. El limbo hacendario, pues.
La relación bilateral encara un muro de concreto, rayos láser, retórica encontrada. El llamado Plan Mérida parece en este contexto un pésimo “cultivo” de los rangers y los rurales, pero puede servir para hacer evidente que la conversación debe dirigirse a otras praderas. En el centro no estará la pretensión soberanista o la grandilocuencia del nuevo rico; tampoco la prepotencia imperial que minimizaba y reducía al absurdo las durezas de la vecindad. Lo que articula y articulará con intensidad la relación bilateral es la falta de trabajo en ambos lados de la frontera, su creciente precariedad entre nosotros, el incremento diario del despido y la falta de empleos aquí y allá.
Un desempleo masivo (11 millones ya en Estados Unidos), una subocupación galopante (la mitad de nuestra fuerza de trabajo, y sigue), una inseguridad social y laboral masivas, que en México ahoga sobre todo a los jóvenes, ausentes del todo del “Acuerdo nacional” del miércoles (ya vendrán otros), como lo reporta La Jornada (9/1/09), conforman el escenario de un encuentro que debería servir para abrir las cartas de un nuevo juego que sometiera a revisión las expectativas e ilusiones del libre comercio en código neoliberal y abriera la puerta a una deliberación compleja, ambiciosa, sobre una integración que no será nunca eso, sino desbandada sin fin, de no tomar en cuenta el tema social, las asimetrías estructurales, la tragedia laboral. No es la economía… es el trabajo, que no puede ser un tema más; nunca debió haberlo sido.