Ni rudos ni cursis: cambiar expectativas
Tres temas nodales en 2009. ¿Cómo enfrentar una crisis económica que nos viene de fuera pero que se añade a 25 años de un cuasiestancamiento con tasas de crecimiento mediocres? ¿Cómo restablecer el espacio público en el país al tiempo que se enfrentan los problemas derivados de la violencia, la inseguridad y el narcotráfico? ¿Cómo resolver una parálisis política que impide acuerdos de largo plazo entre las principales fuerzas?
Cada una de estas preguntas vienen siendo respondidas desde distintos miradores. Hay múltiples sondeos y encuestas de opinión que prefiguran también las respuestas que la ciudadanía está dando a esas preguntas.
Respuestas, propuestas y diagnósticos los hay. Algunas propuestas aparecen excluyentes y antagónicas a menos que se introduzca el factor tiempo: hay medidas coyunturales, mientras que otras buscan enfrentar problemas de carácter estructural.
Existe también descontento, rabia, crispación y sobre todo pesimismo. Así es que podemos seguir enfrascados en disputas sobre la insuficiencia de las medidas económicas anunciadas, sobre la rectificación o no de la política federal para enfrentar al crimen organizado y sobre el uso clientelar de los programas sociales tanto en el ámbito federal como en los ámbitos locales. Estos fuegos de artificio profundizan el encono y sobre todo abonan al escepticismo ciudadano. No contribuyen a resolver ningún problema, salvo para quienes desde todos los campos buscan inmovilizar las potencialidades de la acción colectiva.
Enfrentar las varias dimensiones de la problemática que hoy confrontamos todos y todas como individuos, ciudadanas, comunidades, agrupamientos políticos y sociales; requiere plantearse con claridad y precisión cuál es el común denominador en los por demás complejos problemas relacionados con el estancamiento económico, la explosión de inseguridad y la parálisis política? Yo opino que ninguno de esos tres problemas, ni siquiera el que se refiere específicamente al espacio electoral puede ser resuelto desde la lógica de la competencia partidista. Esta lógica transporta hoy desafortunadamente, dos expectativas a cual más perniciosas. Por una parte, que una fuerza política tenga las posibildades de prevalecer nítidamente sobre las otras y hacerse del núcleo central del poder político.
Por la otra, que mientras se hace del poder político los problemas, desajustes y crisis que padece el país no van a llevar ni a una eclosión ni a una explosión. Triple error. El poder político hoy desarticulado, requiere reconstruirse. Ninguna fuerza tiene ni previsiblemente tendrá una mayoría electoral contundente. El futuro ya nos llegó. La mayor parte de las elites que sustentan sus comportamientos a partir de estas premisas están jugando con fuego.
Cambiar de terreno es adentrarse en el ámbito de los pactos sociales. Recordar los pactos realizados a fines de los años ochenta y principios de los noventa lleva también a resaltar las diferencias con el momento actual. Entonces el propósito era combatir la inflación, mismo que contaba con un consenso más allá de las elites. Mas allá de las acciones concretas pactadas, se buscaba modificar las expectativas futuras de los agentes. Eran pactos corporativos en un momento que estaba relativamente sólido.
Ahora deben modificarse las expectativas de los actores respecto a sus comportamientos sociales. El corporativismo está debilitado y desprestigiado. El objetivo es menos nítido pero no menos urgente: relanzar el crecimiento económico con enfásis en la equidad. Se trata de entusiasmar a los escépticos y de romper las barreras de la inercia y los cálculos mezquinos.
De construir una convocatoria colectiva para que cada mexicana y mexicano,con un esfuerzo justo y equitativo, diferenciado según su peso económico y político, contribuya a enfrentar estos tres graves problemas que nos amenazan. Ni rudos,ni cursis. Realistas y solidarios.