Andanzas
■ Del espacio
Imposible imaginar la danza sin el espacio. Le es imprescindible, aunque se sabe que en ciertas culturas existieron bailes de quietud, lo cual no es imposible, pero no es el punto de nuestro tema ahora.
La danza sin el espacio es como... mejor dicho, no es... no existe, no se da. De hecho, ella lo delimita, lo crea, se funde en él y para él, además crece y se transforma como una planta milagrosa que se desarrolla prodigiosamente.
El espacio, por su naturaleza y existencia, también es la vida misma, el territorio, el lugar, nuestro lugar o el de otros, es el dónde de las cosas, la razón y el para. Sin él, la danza ni la vida se desarrollan. Es parte de animales, plantas, ríos y mares, cada uno en su lugar; la criatura humana lo toma, lo posee, lo domina, lo transforma o lo destruye, mata por él o lo asesinan.
Es a partir del espacio, del lugar, que se desarrollan las culturas, la vida de la humanidad y de todo lo que le concierne, porque se lo apropia desde siempre.
Y no hay de las artes instrumento más vivo y palpitante que la danza, pues su herramienta es el cuerpo, la suma, el cúmulo de aspiraciones la vida humana. En ello caben todos los significados, claves y secretos de civilizaciones milenarias cuyo significado, perdido en el tiempo, se repite en tanto existe como forma en movimiento.
Comprender el espacio, saberlo, sentirlo, jugar con él y sumergirse en sus laberintos y anchas calzadas es parte del secreto de la danza, porque es ella en sí misma. Así, el espacio contiene el diseño, la forma y el dibujo que podría ser el verbo del movimiento. Es su significado, el tronco de un árbol que crece hasta el infinito o se apaga moribundo en su inconsistencia. Con el ritmo, conforman, unidos tales elementos, el lenguaje de la danza, la traducción del pensamiento, emociones, anhelos y pasiones.
Saber bailar, manejar la danza, es como guiar un instrumento espacial de complicada maquinaria y sutilísimas capacidades, velocidades, tonos y controles. Es saber lanzar, trazar hasta el infinito, con los brazos o el impulso del torso, la respiración y el apoyo corporal, una línea, como lo hace un pintor. Una línea que se une, se cruza con tantas otras, que se enreda y desenreda, se abre o se cierra, se tensa o flota como el agua misma, que da paso y abre camino a otras percepciones auditivas, creativas, cargadas de significados... bailar con él, en el espacio es como estallar en formas y vibraciones insospechadas, o embarrarse en la profunda materia de la tierra, del polvo que, a golpes de pies mil veces repetidos, pareciera ser parte de su esencia, fundirse bailando en el polvo de la vida.
Hay etapas de la historia de la danza en las que se le ha querido desnudar de sí misma, o crear una danza “abstracta”... Se dan cuenta, ¿lo pueden creer? Con semejantes cuerpezotes, moles de células, nervios y músculos, a veces envueltos o metidos en los más increíbles artefactos o forros, de tela, plástico, alambre, hilos, cuerdas, cajones y qué sé yo para crear figuras “abstractas”, o simplemente poniendo cara “de palo, cadáver o de algo sumamente aburrido e indiferente” ¿Lo creería usted?... Parece difícil engañarnos a nosotros mismos, ¿no?, pero digamos que no es imposible.
Que quede la posibilidad de tales creaciones en el espacio infinito y siempre virgen para quien se atreva a surcarlo.
Hoy la danza mexicana, entrada en el primer decenio del siglo XXI, continúa basada en el conocimiento aprendido hace mucho tiempo, con su eterna lucha por descifrar los misterios del espacio y de la expresión del espíritu humano.
Otros luchan a sangre y fuego, como desde el principio de los tiempos, por ganar o conservar su espacio con el repugnante lenguaje de la muerte, mientras un horror, una vergüenza profunda de nuestra humanidad nos invade violentamente hasta el vómito, haciendo parecer mentiras todo el terrible camino recorrido por la humanidad para superarse a sí misma de su monstruosa deformidad congénita.