Usted está aquí: jueves 8 de enero de 2009 Política Impotencia del Consejo

Jorge Eduardo Navarrete

Impotencia del Consejo

Recién iniciados el año y la cuarta participación de México en el Consejo de Seguridad de la ONU se manifestó, con toda crudeza, la incapacidad del órgano responsable de mantener la paz y seguridad internacionales para poner coto a la criminalmente desproporcionada ofensiva área, terrestre y naval que, en nombre de la legítima defensa, el gobierno de Israel ha lanzado contra la población palestina en Gaza.

El absoluto desbordamiento de los límites de la figura invocada queda de manifiesto, por citar sólo dos hechos, en que el número de víctimas civiles rebasa con mucho al de combatientes de Hamas, supuesto objetivo de la represalia, y en que es mucho mayor el número de instalaciones civiles destruidas o dañadas (incluso algunas amparadas por la bandera de la ONU) que el de objetivos militares atacados. La acción israelí constituye una violación flagrante del derecho internacional, y por ello ha sido casi unánime, en el Consejo y fuera de él, la demanda del cese inmediato de hostilidades, que abra espacios a la negociación. Empero, a pesar de la flagrancia y la extrema violencia de la agresión, el Consejo, a lo largo de varias sesiones, incluyendo una de alto nivel, no ha hecho sino exhibir su dolorosa impotencia.

Una resolución, o al menos una declaración del presidente del Consejo (Francia) –cuyos elementos examino adelante–, estuvo a punto de conseguirse en la noche del 3 al 4 de enero, pero fue bloqueada por Estados Unidos, echando mano de la prerrogativa cada vez más anacrónica e injustificable de la regla de unanimidad, mal conocida como derecho de veto. Los demás miembros del órgano, en particular los electos, no hallaron el elemento aglutinador que pudiera haber ofrecido una salida medianamente digna. Pudo pensarse, por ejemplo, en un pronunciamiento avalado por la mayoría, sin fuerza jurídica pero de gran significado político. Si México hubiera accedido a este órgano con una visión clara del papel a jugar, bien podría haber alentado una acción de este tipo, para la que habría encontrado aliados suficientes. Lo que paralizó a México parece haber sido tanto la falta de visión e imaginación como el pavor ante una reacción estadunidense.

El llamado en favor de un alto sin demora a la agresión militar fue clamoroso. Lo vocearon, en sus capitales, algunos miembros permanentes, como Francia, que definió las acciones israelíes como una “peligrosa escalada militar”. La Unión Europea precisó que “el indiscutible derecho de Israel a la legítima defensa no autoriza a emprender acciones que afectan sobre todo a la población civil”. Otra de las convergencias fue la expresada en favor de la apertura incondicional de los canales de ayuda humanitaria y el suministro de servicios básicos de electricidad y agua potable. “Hubo también amplia convergencia –expresó el presidente del Consejo– en respaldar los esfuerzos diplomáticos regionales e internacionales orientados a resolver la crisis y a exhortar a todas las partes a reanudar las negociaciones de paz”, como los emprendidos por el presidente de Francia en Egipto y otras naciones del área.

El primer ministro británico aportó un elemento que podría ser desarrollado en las semanas por venir, al aludir a la necesidad de una fuerza multilateral que actuara en la región para prevenir el contrabando de armas y asegurar la observancia del fin de las hostilidades. Habría que cuidar la aplicación sin dobles raseros de las medidas de vigilancia, monitoreo y control, a cargo, necesariamente, de Naciones Unidas.

El lunes 5 de enero, el gobierno israelí, por voz de su ministra del exterior –y precandidata a jefa de gobierno–, Tzipi Livni, rechazó los repetidos llamamientos al cese del fuego, incluido el llevado personalmente a la zona por Sarkozy, y reclamó a la comunidad internacional no intervenir en el conflicto, sino “permitir (a Israel) seguir adelante hasta alcanzar una posición en la que pueda considerar que sus objetivos han sido alcanzados”. Tanto la retórica como la táctica que envuelve resultan reminiscentes de las utilizadas en Líbano, donde se demoró el cese del fuego hasta el momento que Israel lo deseó, obteniendo, como se sabe, una victoria pírrica.

El comunicado de prensa de la cancillería mexicana, emitido en vísperas de las primeras consultas informales del Consejo, contiene todas las expresiones que eran de esperarse: “inmediato cese al fuego”, “respeto al derecho internacional humanitario”, etcétera. Se ignoran el tono, forma y alcance con que estas posiciones se expresaron en los debates a puerta cerrada del Consejo. Su consecuencia natural habría sido procurar activamente que otros miembros compartieran esas posiciones y convinieran traducirlas en elementos de un proyecto de resolución o de declaración presidencial. Si, como era previsible, se enfrentaba la oposición estadunidense, podría haberse seguido la vía de un llamamiento de miembros del organismo que estableciera con claridad esas posiciones de principio y denunciara el juego de complicidades en que se ha traducido hasta ahora, en la dolorosísima cuestión de Gaza, la impotencia del Consejo.

Al concluir la escritura de estas líneas continúan los debates. En una de sus últimas actuaciones, la secretaria Rice anunció su rechazo al proyecto de resolución presentado por el presidente de la Autoridad Palestina, con el sofisma de que una tregua precipitada afectaría las posibilidades de un acuerdo duradero. Respondiendo a la presión internacional, Israel aceptó suspender sus acciones bélicas, por tres horas diarias, para permitir el ingreso y distribución de asistencia humanitaria. Numerosos miembros del Consejo, incluido Estados Unidos, expresaron simpatía ante el planteamiento de Mubarak y Sarkozy, que prevé una tregua temporal que abra la puerta, más adelante, a un arreglo diplomático duradero. Fue evidente que tanto Estados Unidos como Israel desean excluir al Consejo de Seguridad y negociar en otros ámbitos los eventuales acuerdos. Es de esperarse que Obama decida que una de las formas de buscar una solución real al conflicto israelí-palestino es evitar que el Consejo continúe siendo impotente.

 
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