Cuestión de valores
No ha sido inútil leer y acumular años: cada vez soy más escéptico. El placer que produce el arte y lo que sucede en las calles es buena fuente para entender que belleza y crueldad son irreconciliables. Aunque no la recuerdo con exactitud, la frase de Gabriel Zaid, “leer no sirve para nada pero es divertido”, me parece excelsa. La cito porque son demasiadas las plumas que se han desgastado para convencernos de que el arte, en todas sus formas, es una de las mayores divisas para “humanizar al ser humano”. Y la cito, también, porque estoy convencido de que poco pueden lograr las humanidades –literatura, pintura, danza, música– para “humanizar al ser humano”. Lo humano, lo verdaderamente humano, es literatura y danza, pero también lo son los decapitados o los prisioneros de Guantánamo.
Desde el punto de vista biológico y ontológico no hay diferencias entre quienes utilizan sus plumas o visten sus zapatillas y entre quienes utilizan sus machetes o cierran las celdas. El ácido desoxirribonucleico no es el responsable. El responsable es el otro ácido desoxirribonucleico: el que se siembra y se cultiva en la sociedad. Cuando era joven, explicaba, y me explicaban, que todo es cuestión de valores. Ahora lo repito y lo uso como pretexto para reflexionar acerca de los vínculos entre arte, valores humanos y escepticismo.
Recién iniciaba mi formación como médico cuando el jefe del departamento de patología del Hospital General de la Secretaría de Salud anunció, con pompa y circunstancia, la adquisición de un microscopio electrónico. En esa época, 1975, 1976, adquirir un microscopio de ese tipo suponía un esfuerzo admirable, sobre todo por el costo, ya que el nosocomio era, y sigue siendo, un sitio con pocos recursos donde los enfermos son pobres o muy pobres. Cuando el jefe del departamento de patología publicitó la compra del equipo, un cirujano lo cuestionó: “Doctor, ¿no cree usted que es injusto comprar un microscopio electrónico cuando en ocasiones no contamos en los quirófanos ni con gasas?” Con inteligencia e ironía el patólogo respondió: “Doctor, ¿no cree usted que es inadecuado que sigamos abriendo universidades en un país tan pobre como México donde hay millones de analfabetos?”
La excelente respuesta del patólogo no amilana la querella del cirujano: penetrar en los últimos resquicios de las células no debería ser factor antagónico para limpiar las heridas de los enfermos. Sin embargo, lo es. Conté esa historia no sólo para compartirla y para reflexionar en el título de éste artículo, sino, como pretexto para cavilar en las diatribas generadas a propósito del costo de la obra de Miquel Barceló para la cúpula del salón de las Naciones Unidas en Ginebra, que por cierto fue rebautizada como sala de los Derechos Humanos y de la Alianza de las Civilizaciones.
La obra del artista mallorquín fue donada por España a las Naciones Unidas. De acuerdo con la oposición, el costo de la obra, 20 millones de euros, ha sido excesivo; argumentan que la crisis económica que vive el mundo requiere otras intervenciones. La oposición ha sugerido que hubiese sido más adecuado utilizar ese dinero para comprar vacunas o bienes de primera necesidad en lugar de utilizarlo en obras de arte. El razonamiento de la oposición española es similar al del cirujano: el arte y el microscopio son lujos que pueden esperar mientras no se solventen necesidades básicas. Cúpulas frente a vacunas, microscopios electrónicos frente a gasas. Todo es cuestión de valores.
Para reafirmar mi escepticismo diré que el problema no es ni la pintura ni la tecnología médica; ni una ni otra son responsables por la falta de vacunas o de gasas. El brete es el de siempre. Los seres humanos leen la vida a su antojo y hacen que las diferencias sean insuperables. El embrollo es irremediable: quienes aceptan trabajar en Guantánamo, además de que han recibido las vacunas necesarias, ni han oído de Barceló ni se emocionarían si pudiesen mirar la cúpula, ni se interesan por las razones que llevan a otros seres humanos como ellos a decapitar, ni entienden lo que hay detrás de la falta de gasas en algunos quirófanos mexicanos.
Ese intríngulis es buena razón para escribir y leer. Escribir y leer incrementa el escepticismo, fortalece la sabiduría intrínseca del arte de descreer y fomenta nuevos pretextos para seguir escribiendo.